Italia
‘O sventurato amore’
Jorge Binaghi

Espero que alguna vez los aún reticentes terminen por
reconocer que esta es, simplemente, una grandísima, genial ópera. Y que su
fértil autor ha escrito unas cuantas más, algunas injustamente relegadas, pero
con esta nada han podido gustos, modas, tiempo, estilos. He elegido el título
de una frase de la frágil Lucia, en apariencia sin importancia, que da la clave
no sólo del exacerbado romanticismo de texto y música sino de su merecido y
descomunal éxito (¿Tengo que recordar que la protagonista de Madame Bovary, un monumento literario y
no sólo en Francia, presencia una función precisamente de esta obra?).
Hacía ocho años que no se veía aquí el título (en
realidad debió de haberse visto hace dos años en una inauguración de temporada
fallida gracias a la pandemia). Por el camino hubo algún cambio en el reparto,
pero lo esencial se mantuvo.
Y, claro, que la dirija el director musical de la casa,
que es quien es, la pone ya a nivel muy alto porque la labor de Chailly ha sido
meticulosa y, con cierta majestuosidad en algunos momentos, de una expresividad
que puso de relieve qué gran orquesta es la de la Scala cuando tiene al frente
a alguien de este nivel y cuánto expresa la orquestación del autor.
Hubo quien discutió la ausencia de la famosa cadencia en
la escena de la locura ‘integrada’ a partir de las actuaciones de Nellie Melba,
y probablemente sea cierto que no sólo para la intérprete sino para el público
sea éste un ‘añadido’ al que resulta difícil renunciar. Pero como en algunos
trabajos de limpieza de cuadros famosos de vez en cuando hace falta volver a la
fuente. Nadie, menos mal, discutió la sustitución de la flauta por la glass
harmonica.
Y, por supuesto, se abrieron todos los cortes, y todas las
famosas cabalette fueron repetidas, así como la escena de la torre fue
completísima, y la escena de la locura concluyó -si se quiere en anticlímax, y
tal vez por eso se la cortó en su momento- con todas las frases posteriores del
libreto a cargo de Enrico, Raimondo y Normanno. No le faltó, pues, una coma.
El otro puntal ‘institucional’, el coro, estuvo también
brillante (la comparación con algún conjunto coral y orquestal de otra gran
institución de un país vecino empeñados hace poco en la misma obra en versión
tradicional -no ha sido comentada en estas páginas- fue mortal).
La nueva producción -¿era realmente necesaria?- de Kokkos fue víctima en la primera función del fuego cruzado de tradicionalistas y progresistas. En mi país natal decimos (o decíamos, vaya uno a saber) ‘no hay que gastar pólvora en chimangos’, o sea que no da como para una discusión de envergadura ni siquiera para protestarla. Salvo el primer acto, que parece una oleografía adecuada, los otros lo son menos, con elementos francamente feos. No hay ideas ni una dirección de actores particularmente elaborada.
En el reparto hubo una interesante Alisa (Pluzhnikova) un
insuficiente Normanno (Misseri, al que al principio costaba oir), y un buen
Arturo (Cortellazzi es un buen elemento y en variados estilos y épocas).
Pinkhasovich es buen cantante, un tanto engolado, lo que
hace que su voz se cierre cuando va al agudo, pero inesperadamente cobre una
amplitud notable (su mejor momento -curiosamente- fue en el dúo con el tenor en
la escena de la torre).
El último en llegar al espectáculo (desapareció de golpe
el nombre del bajo anunciado hace tiempo para la parte) fue Pertusi. Qué
Raimondo. Nunca he visto este personaje (favorecido aquí por la apertura de
todos los cortes) de esta manera, en lo vocal y lo escénico. Viéndolo manipular
a la pobre protagonista se entiende muy bien cuando ésta canta en el famoso
sexteto del segundo acto ‘mi tradì la terra e il cielo’. La voz apenas ha
cambiado e incluso se oye en algunos momentos más que antes (de hecho,
escasísimas veces he escuchado en vivo el sexteto donde la voz del bajo se haya
hecho tan presente, para bien).
Oropesa estuvo, desde mi punto de vista, mejor que en
Madrid aunque no haya podido lucir sus sobreagudos en ‘Ardon gl’incensi’, pero
se desquitó antes y después. La voz no tiene calidad en el grave, pero canta
muy bien y sin limitaciones de ningún tipo, es una buena virtuosa, y actúa y
dice bien. No pertenezco al abultado número de quienes la juzgan perfecta y
‘la’ Lucia de hoy, pero sólo me vienen a la cabeza un par de nombres con igual
derecho.
Y Flórez era Edgardo. ¿Lo era? Desde la primera frase se
advirtió (como ya ocurrió hace tiempo en Barcelona cuando debutó la parte) que
a su bella voz le falta espesor, volumen, brillo e intensidad en el fraseo. Por
supuesto es musical, técnicamente inobjetable, buen estilista, correcto actor,
pero en el segundo acto hay momentos en que la voz carece de fuerza de
proyección y lo mismo vuelve a suceder en el tercero en la escena de la torre y
el gran final (especialmente en el importante recitativo inicial y en las
intensas frases que van del final del aria ‘Fra poco a me ricovero’ al inicio
de la escena final de la ópera ‘Tu che a Dio spiegasti l’ali’, donde se
advirtió, además, algo de cansancio). Por cierto, se volvieron a respetar las
pausas del autor con los que cada final de acto tuvo su sentido exacto.
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