Italia
Un estreno debido
Jorge Binaghi
Llegó al fin el momento de que una ‘comedia en música’
napolitana del siglo XVIII, exitosísima en su momento y de un compositor que
hoy está viendo recuperado su prestigio, llegara a la Scala en la edición
crítica de 2022 realizada por Bernardo Ticci y el propio director de este
espectáculo, Andrea Marcon. Y pese a que se estrenó en su origen en un teatro
pequeño y que la sala de Piermarini no es la más adecuada para este tipo de
obras, triunfó en buena ley registrando una excelente entrada (aunque no,
obviamente, el ‘todo agotado’ de la Lucia
que se proponía paralelamente).
Aunque el tipo, y por momentos el espíritu, corresponde
aproximadamente a la comedia veneciana ‘a la Goldoni’ no sólo los nombres son
napolitanos, ni la lengua (prácticamente se expresan siempre en dialecto
bastante comprensible, pero se agradecen los subtítulos en italiano): un
‘servus’ arlequinesco contratenor con nombre y lengua napolitanos tiene por
fuerza un modo de hacer idéntico, como las señoras burguesas y no tanto, y los
caballeros más o menos aúlicos (muy poco en el presente caso): cocinero,
peluquero, piratas turcos y esclavos completan el panorama de una acción
siempre en casas que dan a la calle, cuando no trascurre en la misma calle.
Aclaremos que el título significa ‘Los esposos en la nave’ y se refiere a la
escena final de la ópera.
La típica comedia de enredos de dama abandonada por su
infiel amante, que va en su busca disfrazada de hombre al tiempo que su padre
trata de alcanzarla, más coqueta ‘locandiera’ que hace suspirar a tenor (el
peluquero maduro), contratenor (un caballero cuyo oficio no nos resulta muy
conocido) y al famoso amante infiel (en este caso una soprano), pero que bebe
los vientos -sin éxito obviamente- por el joven Peppo (la dama abandonada del
principio), más una tía o propietaria mayor de la ‘locanda’ (aquí un tenor) en
perpetua caza de amante y muy convencida de sus encantos bastante ajados
(heredera de las nodrizas del barroco de un siglo antes), sumados a un cocinero
que observa divertido y a unos turcos que llegan oportunamente con sus esclavos
en la galera al mando del padre que busca a su hija, llevan al inevitable final
feliz en la que sólo quedan desairados los mayores (peluquero Col’Agnolo y
Meneca, la ansiosa madura), pero son a su vez interesantes caracterizaciones,
juegos de identidad sexual más que fluida, y no hay un solo momento (ni las
arias, arietas o canciones) de aburrimiento. Realmente más que ópera cómica,
comedia en música, aunque los cantantes deban ser buenos y además buenos
actores. Lo hemos tenido casi todo, salvo un débil padre (Morace, poco audible
en su entrada por la sala, mejor luego sobre el escenario).
Hubo quien dijo que la puesta en escena de Muscato olía a
naftalina y que toda esta batalla de sexos más que contrarios contradictorios
habría dado para mucho más, especialmente en nuestros días. Tal vez, pero
habría sido difícil no caer en la exageración o, peor, la ofensa de algún
colectivo vista la sensibilidad exacerbada de nuestros días y el poder
desorbitado de algunos movimientos ‘morales’ que terminan prohibiendo lo que no
les parece correcto. En cambio, hemos tenido una deliciosa acción sin
interrupción, bellos decorados, excelente vestuario y actuación notable que no
cayó nunca en la farsa (excepto cuando el libreto y la música lo piden).
Que la orquesta de la Scala en su nuevo y reciente
período de ejecutar cada año un título ‘raro’ anterior al clasicismo sobre
instrumentos históricos tiene voluntad y lo hace bien, se pudo volver a
comprobar con el refuerzo de La Cetra y su director, Marcon, que como queda
dicho es coautor de la edición crítica de la partitura. Mejor imposible.
Tiempos vivaces y cuando hacía falta elegíacos, y una batuta siempre alerta que
hizo que las casi tres horas pasaran en un soplo.
Por supuesto aquí no hay coro, aunque sí un par de
concertantes en que intervienen todos los personajes. E incluso los solistas
procedentes de la Academia del Teatro lo hicieron más que bien (Moncada y Zhou,
bajobarítono y soprano ligera respectivamente).
Elegir un orden para los demás es problemático ya que
todos lo hicieron estupendamente (además de divertirse mucho). Empecemos por el
más veterano de ellos, el tenor Siragusa, que en otros papeles puede mostrar un
timbre ingrato, pero que estuvo perfecto en su peluquero desdeñado. Sigamos por
los contratenores, sobresalientes ambos, Pe (en su divertido servidor liante) y
Mineccia (el amante desdeñado y elegíaco que finalmente se llevará el premio
mayor con la mano de Ciumma). Esta última fue la deliciosa soprano Vitale,
probablemente la voz aguda femenina más bella del reparto. Aspromonte en el
difícil papel del eternamente suspirante y vacilante Carlo lo hizo muy bien
aunque a veces el agudo pueda sonar un tanto ácido (cosa que aquí no
molestaba). Amarú, la única voz grave, estuvo extraordinario en su fingido
Peppo que se harta de insinuar que no puede dar lo que se le pide, y está
pidiendo a gritos que la Scala se fije en ella para algunos roles rossinianos
que últimamente se atribuyen a colegas muy inferiores en todos los aspectos
salvo quizás en la belleza física. Romano volvió a mostrar su ‘verve’
extraordinaria de bajo bufo que sólo hizo lamentar que el papel del cocinero
Rapisto no fuera más largo. Pero he dejado para el final al para mí hasta ahora
desconocido tenor Allegrezza que, al menos en este papel de Meneca la aspirante
a devoradora de hombres, resultó sensacional desde todo punto de vista.
El público rió, aplaudió de buen grado los números
cerrados (no todos, pero aquí tiene la disculpa de que la obra no es conocida -en
cambio es preocupante que en una obra ‘popular’ como Lucia quedara en claro que sólo conocía los números más famosos-) y
al final de la representación acogió con mucha satisfacción a los intérpretes.
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