Austria
KS Beczala
Jorge Binaghi
KS, abreviación de Kammersänger, distinción honorífica que
reciben en Viena los cantantes de larga actuación y ‘adoptados’ por público y
crítica. El tenor polaco es probablemente el benjamín de su cuerda hoy en día
en la capital austríaca (basta ver las colas al final de cada función pero,
sobre todo, en este caso, un teatro rebosante como es raro ver hoy en día en
salas grandes para un recital de canto con acompañamiento de piano).
Recibido con ovaciones prolongadas que continuaron en ambas partes
y un ‘jubileo’ final que lo obligó a tres bises. Hay que destacar que el
concierto tuvo lugar entre dos de las tres representaciones que ofreció de Lohengrin en la misma sala. Lo acompañó,
como casi siempre en este tipo de presentaciones, la más que solvente Tysman al
piano.
He reseñado otras veces la mayor parte de los números que
cantó el polaco, así que esta vez la novedad (relativa) recaía en el arioso de
Lensky del primer acto de Eugenio Onegin de Chaicovsky que sirvió de
‘prólogo’ a ocho canciones del mismo autor (algunas que escuchaba por primera
vez en su voz). Todo este bloque, que fue el mayoritario en la primera parte,
sirvió para recordar que el gran compositor no escribía ‘distinto’ o ‘más
fácil’ para la voz en sus romanzas, como es lógico porque los temas -más
‘genéricos’ si se quiere- son los mismos: el amor raramente correspondido o
comprendido, el yo ante la naturaleza, entre elegíaca y amenazadora, el
malestar y la melancolía de la vida. De su Lenski, que sólo oí hace mucho en
París y luego he visto desde New York en televisión, sólo puede decirse que es
ideal y que fue espléndido por una vez evitar la gran aria del segundo acto por
esta, más corta, más apasionada y optimista. Empezó con dos del opus 38,
‘Sucedió al empezar la primavera’ y la célebre ‘En el bullicio del baile’. En
todas brilló su famoso esmalte, la homogeneidad de los registros, la extensión
y la expresividad de su media voz. Terminó con dos del op.73, ‘En medio de días
sombríos’ y ‘El sol se puso’.
Agregó luego la conocida romanza de Rachmaninov ‘No me
cantes, bella dama’ (op 4, nº 4 -las traducciones son aproximativas, no las
oficiales) donde el lirismo y la nostalgia rayaron a gran altura.
La primera parte concluyó con el recitativo y aria de Jantek
en el cuarto acto de Halka de su
compatriota Stanislav Moniuszko, de quien se ha convertido en campeón. ‘¡La
infeliz Halka!’ remató de modo tan perfecto como expresivo la primera parte, en
la que, como en la siguiente, tuvo eficaz actuación Sara Tysman, siempre atenta
y pulcra.
Luego de la pausa vino un repertorio francés, casi todo
operístico. Precediendo a una Élegie de Massenet, bien cantada pero sin
esforzarse demasiado y un tanto epidérmica se escucharon todos los momentos
solistas (son cuatro las arias) de uno de los títulos que más se citan hoy al
mencionar su nombre, ese Werther que
tantas satisfacciones le ha dado al cantante, pero sobre todo al público y que
tanto ha hecho por la justa comprensión (es fácil desvirtuarlo) de la exacta
característica del personaje. No tiene sentido elegir entre el aria de salida o
la última y más conocida (‘Pour quoi me réveiller?’) porque todas se adaptaron
perfectamente a la situación y personalmente, por normalmente menos
frecuentadas, recibí con enorme placer y gratitud las dos dificilísima del
segundo acto. Pero es de destacar que eligió también un fragmento corto, pero
elocuente y muy revelador de la índole del protagonista de la obra como la
declaración a Charlotte en el primer acto ‘Rêve! Extase!’.
El recital concluyó con la única pieza de Meyerbeer, el ‘hit’
(al menos en otros tiempos), ‘O Paradis’ de L’Africaine,
muy bien interpretado aunque el último agudo
no resultó tan suelto ni de perfecta emisión como en el resto del recital.
Si Vasco de Gama no será nunca un personaje que Beczala cantará en su
integridad sí podría hacerlo ahora (no ocurrirá por la rareza de las
ejecuciones) con el rol titular de Le Cid,
también de Massenet, cuya gran escena y aria del tercer acto (‘O souverain, o
juge, o père’) fue el último número oficial del programa y -aunque siempre la ha
cantado muy bien- esta vez fue de veras ejemplar.
Ante las insistentes ovaciones (la gente no marchaba) agregó ‘su’ Mieczyslaw Karlowitz (otro autor connacional a cuya mayor difusión también ha contribuido), ‘Recuerdos de días tranquilos’ con su famoso pianísimo final (esta vez más corto), dedicado a su esposa, como asimismo la última pieza, la canción de Carl Bohm en tierras de habla germana muy conocida, ‘Still wie di Nacht’, de hermosísima factura y ejecución. En el medio, como no podía ser menos, recordó su mayor contribución a la opereta vienesa con el tema central ‘Dein ist mein ganzes Herz’ (Tuyo es mi corazón) de El país de las sonrisas de Lehár, de cuya gran interpretación en Zúrich hemos dado cuenta aquí mismo.
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