España - Valencia
Ese celta enamorado de la luna
Rafael Díaz Gómez
Que no, que no me resisto a parafrasear en el título la muy versionada canción de
La luna y el toro (la original, de 1964). Es mi pequeña venganza. Lo siento, señor Wagner, pero es que su Tristán e Isolda, a poco que me la haya tomado en serio, siempre me ha acabado poniendo enfermo del ánimo.La última vez, hace tan sólo unos meses: al mismo tiempo que comparaba diferentes registros discográficos y de vídeo, consultaba literatura más o menos científica sobre el particular y leía a
Y es que, además, hace pocos días, en una exposición sobre
en el Ayuntamiento de Valencia, pude leer que esas canciones que cantaba doña Concepción eran, entre otras cosas en las que ahora no nos interesa entrar, "productos subculturales".La luna y el toro no la pudo interpretar ella, que se retiró de los escenarios en 1958 y de los estudios de grabación en 1963. Pero usted ya me entiende: sólo una mente malvada al nivel de James Moriarty (perdóneseme la inmodestia) podría relacionar una de las cumbres de la cultura occidental (la suya, no lo dude) con un producto subcultural. Temo, eso sí que he de reconocerlo, que le acabe llegando este pobre escrito a Josep Borrell y que me quiera explicar, Leopard mediante, cómo se cuida el césped del jardín de este lado del mundo, siempre tan coqueto a la par que inocentón (todo jardín, es bien sabido, debe tener una escala de valores cultural como quien manda, manda).
De todas formas, para compensar está Àlex
No me viene bien que en su travesía a Cornualles Tristán y Kurwenal echen un cigarrito mirando al mar, que parece que los que han pegado un polvo son ellos (entre ellos: ¡ojo, que no discuto su derecho a una relación homosexual, pero que fumen...!); no me convence que hasta la intervención del filtro Tristán e Isolda, en vez de ya ambos enamorados e incapaces de reconocérselo mutuamente, parezcan dos personajes de Matrimoniadas: hasta que la muerte nos separe (que aquí de lo que se trata es que la muerte les una para siempre fuera del espacio y del tiempo, ¿o no?); no me complace que se toquen tanto en el segundo acto, que éste sea tan físico; no me persuade que los personajes se muevan sin aparente razón para hacerlo (y sí, es todo un problema el que plantea una obra con una acción tan estática en lo exterior y tan inquietamente extática en lo psicológico); no me agrada que lo hagan por escaleras, porque sufro por quienes los encarnan; no me cautiva que los tres actos se desenvuelvan en la noche (presidiendo la escena, una luna en diferentes fases, no astronómicas, sino volumétricas y hasta constructivas), pues se trata de una ópera en la que la contradicción y el contraste se antoja fundamental (también con el día); no me satisfacen los efectos de videocreación cuando son tautológicos, recargados y susceptibles de quedar pronto anticuados (no lo fueron todos, en cualquier caso), que la música ya se encarga de expresar bastante; me molesta que se peguen tiros (estruendosos por demás) en esta obra (en el tercer acto, que a mi juicio era el que mejor estaba funcionando en lo escénico, sonaron a mascletà a mitad de sesión de mindfulness); y no me gustan, otra vez lo he de decir, las botas negras de media caña (¿para cuándo una moratoria sobre el uso de esta sección del vestuario?).
Que Àlex Ollé ha reflexionado sobre Tristán e Isolda no se ha de dudar. Que sus reflexiones hayan coincidido con las mías, pues está claro que no. Si concordaron con las del elenco, es algo que deberíamos preguntar a los y a las cantantes. Mi impresión es que tampoco, que actuaban sin pleno convencimiento de lo que hacían. Y eso, que puede ser un lastre en cualquier ópera, lo es significativamente en una de las suyas, señor Wagner (¡pues no se encargó usted de alabar a su primer Tristán, Ludwig Schnorr von Carosfeld, por su total entrega hasta comprender, y entonces expresar, lo que la acción dramática pretendía!).
Pero, por supuesto, a su vez esta es una impresión lastrada por mi propia opinión. Mucho más formada necesariamente ha de estar la de
y Ricarda , veteranos de Bayreuth en sus papeles protagónicos. No obstante, esa veteranía no alcanzó en este caso a solapar la exigencia física que demandan sus partes. Ambos dieron no pocas muestras de que quien tuvo, retuvo. Por el contrario, también las dieron de cansancio, falta de ajuste e incomodidad. Tampoco es que usted se lo pusiera precisamente fácil.Más agradecido en los términos y proporciones en los que se mueve esta ópera es el rol del rey Marke, que Ain
Ventilarse en unas líneas el esfuerzo que supone el montaje de Tristán e Isolda puede parecer hasta una descortesía. Pero no, se reconoce y se agradece profundamente el trabajo a todos los niveles. Y sin duda alguna mereció la pena la asistencia al espectáculo, quédese tranquilo en ese sentido, don Ricardo. Además no fueron pocas las personas que me comentaron que se les había pasado volando (aunque también hay que decir que si ya había huecos en la sala al comienzo, más los hubo después del final de los dos primeros actos).
Y la mayor parte de quienes se quedaron hasta la conclusión aplaudieron en pie. Con más fuerza, mucha, a la orquesta. Grandísima labor la suya y excelente la concertación de James
. Me encantó el preludio del primer acto. En principio, por disfrutar del directo después de tanto sonido enlatado. ¡Qué gozo! Y después por cómo fue construido: encarando con valentía el silencio, sumando timbres y volúmenes que hacían significativa, en su justo momento, la tensión de la armonía, dándole el punto preciso al juego de peso y contrapeso del rubato. Un punto más y habría resultado empalagoso. Y, sin embargo, no. Una maravilla que hacía presagiar lo mejor a continuación.Pero, recurramos al tópico, lo mejor es enemigo de lo bueno. Y con lo bueno ya tuvimos bastante. En una obra tan larga y de tan compleja integración de sus elementos, lo mejor depende, quizás, de más ensayos (de aún más, y eso que yo acudí a la última función), de la coincidencia con el estado ideal de los cantantes, de su implicación con la puesta en escena, de la concentración general... No hubo, de todas maneras, sensación de que Gaffigan tirara la toalla porque se le escapara alguna de estas variables ni de que pusiera la batuta automática en algunos episodios. Él intentó el máximo control y puede sentirse más que satisfecho de los resultados de su negociado.
En fin, que diez años después hemos vuelto a tener en Les Arts una buena ración de las suyas, Herr Wagner. Y me iba a despedir pidiendo disculpas por el título de esta crónica, pero, pensándolo bien, usted tituló Tristán e Isolda una obra en la que sus protagonistas aspiran a disolverse, a conquistar el título de "los sin nombre", y eso sí que es tener mala leche. Gute Nacht!
Comentarios