España - Madrid
Teatro de la ZarzuelaDesnudando a Lucrecia
Germán García Tomás
En el teatro musical, ante una trama mitológica o de historia antigua, existe una fórmula bastante empleada para hacer la obra más accesible y cercana al público de hoy, máxime si la temática abordada, que en definitiva son los grandes temas universales de los dramas clásicos, posee un poso de actualidad, si apela a nuestra contemporaneidad.
Dicha figura escénica es la del narrador, que con lenguaje de hoy en día nos acerca la historia que nos puede parecer tan remota en el tiempo. Otra opción es la de recurrir a ese mismo narrador, pero haciéndolo partícipe en cierta medida de la acción situándolo en nuestro ahora en una especie de flash-forward, porque fue protagonista de esa misma narración, unos hechos que se nos aparecen en flashback, porque nos quiere contar la historia de su vida.
Esa es la idea que ha propuesto la escritora y periodista para llegar a desempolvar y llevar a la escena del teatro de la calle Jovellanos La violación de Lucrecia, subtitulada Donde hay violencia no hay culpa, una Zarzuela de Corte más de uno de los más insignes compositores de música sacra y escénica de todo el siglo XVIII, José de , tan ligado a la corte borbónica del rey Fernando VI y su consorte Bárbara de Braganza -recordemos que él fue el autor de la Misa de Réquiem para las exequias de la citada monarca-.
Decimos una más, ya que el coliseo estatal desde 2004, como obligado que está a recuperar el teatro lírico español de cualquier época, se ha venido convirtiendo en baluarte de la obra escénica de Nebra, programando sus otros títulos líricos de mayor fama (Amor aumenta el valor, Viento es la dicha de Amor e Iphigenia en Tracia).
En esta ocasión, la conocida ensayista ha revisitado el trágico episodio histórico de la noble romana Lucrecia, -que con los códigos del teatro lírico musical de postguerra nos contó a su vez en el siglo XX el genial Benjamin Britten en su única ópera de cámara The rape of Lucretia (1946)- prescindiendo de los hablados primigenios del libretista de Nebra, Nicolás González Martínez, y ha elaborado su propio guión, optando por recurrir a la propia Lucrecia como el Espíritu de ella misma, la víctima del príncipe romano Sexto Tarquinio, y es ella la que va contando su propia historia, su propia leyenda, de una manera fría, crítica y no exenta de sarcasmo. El Espíritu se presenta al espectador de hoy revestida de experiencia y conocimiento, porque a raíz de su fatídico desenlace, ha aprendido a lo largo de los siglos.
Así, conocemos a través de la mirada triste y reflexiva de ese Espíritu –en carne mortal- de la leyenda de Lucrecia, y a su vez de la principal fuente histórica, Tito Livio, las prácticas bélicas, familiares y matrimoniales de la nobleza romana de aquella época, la abnegación de esa Lucrecia del año 500, la lujuria de Sexto que lleva a la violación de la joven, la debilidad de su esposo, el general Colatino, el amor sincero de Tulia hacia Sexto o la indiferencia y desdén hacia los hombres que manifiesta el personaje gracioso de la trama, la sirvienta Laureta, por otra parte tan propensa a ser sobornada con billetes por Sexto.
El texto de Rosa Montero no escatima en reproches del Espíritu de la leyenda de Lucrecia hacia ella misma (la Lucrecia víctima) así como a Colatino, al que hace máximo culpable de los sucesos luctuosos que desencadenan el desenfreno de Sexto y el posterior suicidio de ella. También a Tulia, de la que censura su ceguera, que no la hace consciente del engaño de Sexto hacia ella, y tampoco sale ilesa la criada, a la que culpa de no hacer nada por frenar a Sexto, porque su materialismo y facilidad sobornable la hacen en cierto modo ser otro actor implicado en la ulterior violación de su ama.
La fórmula llega a funcionar con mayor o menor fortuna, porque los textos tienden a complementar toda la acción que se ve sobre el escenario, con una escenografía no especialmente bella en lo estético, sencilla pero con elementos decorativos bien escogidos (un enorme cuadro de Rómulo y Remo, fundadores de Roma, protegidos por una “loba humana”, el busto del rey de Roma Lucio Tarquinio, una escalera, ladrillos, una bañera…) preparados por Emanuele Sinisi, unos adecuados figurines de , responsable a su vez de la equilibrada dirección de escena.
Su régie no es un dechado de imaginación creativa pero no convierte a los personajes en meros figurantes de cartón piedra, deteniéndose en resaltar el carácter subliminal de los hechos a través de una pantalla transparente. Aun así, desde el personaje del Espíritu de Lucrecia, encarnado con entereza y aplomo escénico por la gran actriz , se ha querido realizar, desde la época actual de igualdad de género, una apología del feminismo desde una acusada óptica victimista quizá demasiado recurrente, así como la explícita y exacerbada visibilidad de la violencia machista. No es necesario cebarse en la brutalidad, mejor es dejarse llevar únicamente por esa prodigiosa música de José de Nebra, que no requiere de complementos y distractores teatrales. Afortunadamente, la inspiración de Nebra (gran abanico de arias, que no romanzas aún), con sus cantables originales, es respetada escrupulosamente.
Y es que este proyecto escénico es en gran parte obra e iniciativa del joven contratenor y clavecinista Alberto , que con su continuo empeño, tesón e inquietud por reivindicar y dignificar la figura del José de Nebra autor de teatro, se ha enfrascado en el arduo trabajo de investigación para restaurar un nuevo título escénico de Nebra a partir del autógrafo conservado en el Archivo Capitular de la Seo de Zaragoza. Conducidos desde el clave por el director coruñés, los miembros de su ensemble con instrumentos originales reviven con pasión y dinamismo la riquísima partitura, tan pródiga en giros hispánicos a través del baile rey en el Setecientos español, la seguidilla. La brillantez y el empaste de la orquesta barroca que consigue Miguélez Rouco.
Para esta exhumación se ha contado con un sobresaliente elenco de cantantes que dominan ampliamente las exigencias del repertorio barroco, consiguiendo una función de una gran calidad artística, tanto a nivel vocal como de credibilidad actoral. La escritura de Nebra para el canto oscila entre un Barroco tardío, con sus recitados y arias da capo sin gratuitas licencias ornamentales y un incipiente estilo clásico que anticipa a Mozart.
La soprano María realiza una sincera recreación del personaje titular, un canto de hondo poso e incisivo ataque en sus arias encomendadas que gana enteros según avanza la trama. La mezzosoprano , visitante habitual de este teatro, ha demostrado su versatilidad en multitud de repertorios, y su Colatino es una muestra más de la facilidad que la cantante posee para meterse en papeles travestidos –siendo éste curiosamente un rol neomozartiano. No le falta a la mezzo ese acento di bravura y de venganza en el aria “Falta de gruta obscura al tigre el hijo amado”, que contrasta con aquella otra dirigida a su amada esposa, “Corderilla atribulada”, cuya languidez le echa en cara el Espíritu de Lucrecia en esta versión escénica.
Dando vida a Tulia, la soprano Marina , un enorme valor en alza, vuelve a asombrar con la frescura y el encanto de su gratísimo instrumento, la exquisitez de su fraseo y la limpieza de la coloratura. Demuestra su facilidad tanto para la melodía de frases de gran aliento poético en el aria “¡Qué contenta el alma mía!”, como en el manejo de las agilidades (“Ya afecto mío, ves a un ingrato”).
La soprano Judith consigue regalar una sonrisa al espectador en sus dos arias de criada independiente (“Se ve uno y otro amante rindiendo un albedrío” y “Si a casa va el majo, le harán chocolate”), auténtica crítica social y amorosa de la época.
El Sexto exclusivamente hablado del actor posee la virilidad que le ha querido destinar la puesta en escena, que no es otra concepción que la supremacía del macho, totalmente prescindible para visibilizar una cruenta realidad que en el siglo XXI conocemos de sobra y que aun así no para de horrorizarnos. Menos mal que, en este caso, queda el consuelo de la inmortal música de José de Nebra.
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