Obituario
Venus ha vuelto a su montaña
Jorge Binaghi
Obviamente estoy hablando de Grace
Siete años más tarde, ya convertida en consagrada figura internacional, llegaba al Colón para cantar Santuzza y Carmen. La primera no pareció ideal ni para sus medios ni su actuación, sobre todo al lado de un
Siempre fue dado apreciar su gran carácter, energía y fuerza de voluntad con los que logró siempre sobreponerse a los prejuicios raciales de su país (por ejemplo, ganó una beca de forma absolutamente anónima ya que el jurado quería evitar apreciaciones extramusicales, pero no se le concedió por el color de su piel. Su reacción la pinta de cuerpo entero a edad tan joven: ‘participamos quinientas personas. Yo fui la mejor. Eso no se puede cambiar.’).
En un hogar musical siempre, y en especial su madre, que según ella habría podido ser una cantante importante, le inculcaron que si vales al final lo consigues. Y en su caso funcionó porque, apoyada por (que también se las había visto y deseado) y tras duros estudios (también de lenguas) y la invaluable dirección de la gran Lotte (que no en vano se había marchado por otros prejuicios de parecido tipo de su país) llegó a Europa en 1959 (tendría unos veintitrés años) y allí se dio realmente a conocer.
Tuvo la suerte de poder volver a su país como triunfadora, de arrasar en todos los sitios (aún se recuerda su Casandra de la inauguración de la Opéra Bastille en colaboración con su colega Shirley Stravinsky). Nunca se mordió la lengua, como cuando participó en el estreno en el Met, de Porgy and Bess y comentó que naturalmente era historia y hacía falta que se hiciera en ese escenario, pero que no era un título que estuviera a su altura.
De su buen juicio en estos tiempos de tolerancia intolerante dio buena prueba cuando escribió a una joven colega también ‘de color’ (uno nunca sabe hoy qué es más agresivo o despectivo, y qué menos o no) que armó gran revuelo por no querer cantar en Verona donde en otra ópera, Aida, los cantantes habían cometido la tropelía de aceptar ser maquillados. Las reflexiones de Bumbry fueron un prodigio de buen sentido, y más por provenir de quien provenían.
Siempre fue al parecer buena colega. En el último concierto de Victoria en el Covent Garden allí estaba ella, en primera fila, aplaudiendo y saludándola en recuerdo de aquellas funciones históricas.
Todavía el año pasado, apenas recuperada de un primer ataque, se desplazó a Martina Franca donde el Festival de la Valle d’Itria le concedió la medalla más preciada por su participación en una famosa Norma como protagonista. Las fotos la muestran algo mayor, algo más débil físicamente, pero la energía de ojos y gestos eran siempre los que se le recuerdan hoy.
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