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Homenaje como es debido
Jorge Binaghi

En esta nueva serie del Festival de lied ‘Victoria de los Ángeles’ empieza a conmemorarse el centenario del nacimiento de la ilustre artista con una serie de recitales basados en obras de Schubert, el autor que más interpretó en sus conciertos. En este primer concierto se puso el énfasis en la relación del lied de Schubert con la melodía francesa.
Pero no se limitó a eso. Este año, aquí mismo y en otros sitios (algunos casi obligados formalmente por la fecha, otros más espontáneos, algún otro olvidado o desinteresado porque para ellos la memoria suele ser una molestia, y con razón) habrá bastantes (nunca suficientes) homenajes. Difícilmente vaya a haber uno como éste. Porque no sólo fue sentido, sino que recuperó -salvo en el caso de Berg- autores e incluso canciones que figuraban en los programas de sus recitales. Hasta apareció uno de sus autores argentinos preferidos, Carlos Guastavino, aunque con una canción que nunca cantó, y tal vez no de las mejores.
Como de costumbre, precediendo a los protagonistas de la velada se presentaron dos jóvenes intérpretes en el respeto de la voluntad de la soprano de insistir en el fomento y formación del talento joven.
Tal vez convendría evitar la misma cuerda del cantante por el riesgo de una cierta uniformidad y, como en el presente caso, la repetición de algún número. Monteoliva y Laliga tuvieron una actuación estimable, con tiempos un tanto lánguidos y alguna monotonía de la que se salvó en concreto el difícil ‘Ganymed’ de Schubert. De los otros destacaría ‘El clavel del aire blanco’ de Guastavino (del ciclo Flores argentinas) sobre todo por lo raro que es oírlo. Dicho eso, habría que seguir el ejemplo de Victoria y preocuparse por la fonética rioplatense, poco parecida a la española, sobre todo en las ‘c’ que jamás suenan a ‘z’, sino a ‘s’.
Ya en la parte principal del concierto el dúo formado por Degout y Lepper, muy bien avenido, ofreció un estupendo programa (alguno se quejó de que el artista, para las piezas no francesas, tuvo delante las partituras. Valdría la pena recordar lo que hizo el inmenso Sviatoslav -Richter, por si hay que aclararlo- hacia el final de su carrera: tocar siempre con partitura y decir que se liberaba de la obsesión de ostentar memoria. El único problema es cuando hacerlo quita emoción o riqueza al texto. No fue el caso con el piano, y no lo fue ahora con el canto).
Empezó con seis Schubert a cual mejor: el ataque del primero (‘Der Wanderer’) fue sensacional. Los demás estuvieron todos en un nivel parecido aunque el que me pareció inolvidable fue ‘Sei mir gegrüsst’. Los otros fueron: ‘Schäfers Klagelied’, ‘Der Einsame’ (extraordinario también), 'An den Mond' (el más conocido) y ‘Nacht und Träume’
Pasamos luego, por lo de Schubert y la melodía francesa a los Mirages de Fauré, tampoco muy frecuentados: Los cuatro números (‘Cygne sur l’eau’, ‘Reflets dans l’eau', ‘Jardin nocturne’ y ‘Danseuse’) tuvieron parecida perfección aunque personalmente me quedaría con los dos últimos. Después de un descanso siguió otro ciclo de Fauré, Poèmes d’un jour formado por ‘Rencontre’, ‘Toujours’ y ‘Adieu’ en los que dicción, sentido y sensibilidad fueron memorables.
En la evolución del lied posterior a Schubert dimos un salto brusco con los Vier Gesänge (opus 2) de Alban Berg en los que ya se encuentra la vocalidad (y hasta algunas palabras) del Wozzeck que el barítono ya ha cantado en Toulouse y volverá a hacerlo en Lyon. Ya el primer ‘schlafen’ de ‘Schlafen, Schlafen’ lo demostró (Degout tiene ahora un dominio del registro grave excelente). Los otros tres ‘cantos’ fueron ‘Schlafend trägt man mich’/’Nun ich der Riesen Stärksten überwand’ y ‘Warm der Lüfte’. Me quedo sobre todo con primero y último.
La última parte volvió a la melodía francesa con Ravel y Debussy. En el primer caso ocurrió un -típico- percance. Estaban programadas las dos melodías hebraicas, pero como es lógico, tras el Kaddish (sólo puede ceder -quizás- la versión escuchada con las de la propia Victoria o la de Keenlyside) estalló un aplauso espontáneo y el artista creyó conveniente suprimir el siguiente número ‘Lénigme éternelle’, que sin embargo concedió luego como primer bis.
Para terminar se presentaron dos ciclos de Debussy, las Chansons de France y el más habitual Le promenoir des deux amants, seis números en total, entre los que sobresalieron ‘Pour ce que Plaisance est morte’, ‘Auprès de cette grotte sombre’ y ‘Crois mon conseil, chère Climène’.
Lepper acompañó con su habitual entusiasmo y reconocida solvencia y simpatía personal. Ante los aplausos hubo tres bises: el primero ya comentado, el tercero la repetición de ‘Le secret’ (una versión superlativa) cantado en la primera parte por Monteoliva. Y en el medio hubo un espléndido y conocido Schubert que -pecado de orgullo- no anoté y ahora no recuerdo. Pido disculpas por el error debido a la resistencia típica a admitir que mi buena memoria tiende a experimentar algunos baches como este.
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