Francia

Ópera de París

Fiesta del sonido: La Filarmónica de Viena en París

Francisco Leonarte
lunes, 22 de mayo de 2023
Jakub Hruša © Ian Ehm | jakubhrusa.com Jakub Hruša © Ian Ehm | jakubhrusa.com
París, domingo, 14 de mayo de 2023. Théâtre des Champs-Elysées. Leoš Janáček: Zárlivost (Celos), preludio sinfónico de Jenůfa. Serguei Prokofiev: Suite de Romeo y Julieta. Dmitri Shostakovitch: Sinfonía nº5 en re menor. Wiener Philarmoniker. Jakub Hrůša, director.
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Normalmente asociamos la Filarmónica de Viena a eso, a un programa «vienés», pero es cierto que se trata de una de esas orquestas que pueden con todo y que todo lo hacen bien, no en vano es una de las más prestigiosas del mundo, ¿no?

El caso es que, en efecto, en cuanto aquello se pone a tocar, uno se dice que no todas las orquestas tienen ese sonido tan «lleno», tan opulento, especialmente las cuerdas. Dirigía quien pronto será el nuevo director de la Royal Opera House, el checo Jakub Hrůša.

Acierto sin duda es sin duda haber programado una obra (obrita, porque dura unos cinco minutos que pasan en un suspiro) poco frecuentada de Janacek, el preludio que compuso inicialmente para su ópera Jenufa pero que retiró de la partitura final. Ahí está ya toda la marca del compositor. Y el público se deleita con la redondez de los sonidos que, de los violines a las trompas, pasando por todas las maderas, inunda la sala. Hrůša dirige con fuga la partitura de su paisano.

La suite que se nos ofrece del famoso ballet Romeo y Julieta no es ninguna de las establecidas por el propio compositor, sino la que ha convenido al director de orquesta, tomando los números que le apetecían de una y otra o directamente del ballet hasta llegar a los treinta minutos, más o menos. Pero qué gusto da escuchar todas las pequeñas experimentaciones tímbricas de Prokofiev, con alianzas de instrumentos inesperadas. Y qué gusto, de nuevo, la opulencia sonora de esa orquesta.

La obra suena con una suerte de evidencia, sin buscar diferencias de volumen extremas, pero con todo su poder de evocación. Lectura potente y emocionante en que el sonido, (el sonido mismo, ese que Varese o Schaeffer terminaron por revelarnos) cobró particular protagonismo, desde los primeros acordes trágicos de la famosa Danza de los Caballeros hasta los últimos compases.

Llegamos, en la segunda parte, a la Quinta Sinfonía de Shostakovitch. Perdonen que el crítico haga aquí un inciso personal, pero no entiendo la pasión que despierta esta sinfonía. A pesar de que la crítica actual se empeñe en presentarla como una afirmación de independencia tozuda y valiente del compositor, personalmente sigo notando todo el compromiso, toda la sumisión que el pobre compositor tuvo que mostrar para no ser excluido definitivamente de la sociedad soviética. Me sigue pareciendo, pues, una obra de compromiso, muy por debajo en efecto de obras anteriores como Nariz o la Lady Macbeth de Mtsensk (que provocó la exclusión del compositor y por extensión la creación de esta Quinta sinfonía, compuesta expresamente como acto de contrición y para gustar al papasito Stalin y a las autoridades soviéticas en general).

Este carácter de medias tintas de la Quinta se revela aún más claro después de haber escuchado todas las pequeñas audacias que Prokofiev, compositor sin embargo quince años mayor que Shostakovitch, sí logró incluir en su Romeo y Julieta, obra algo anterior y que a menudo es considerada como mucho más amable que la dichosa Quinta de Shosta.

Cuando veo que esta última es programada una y otra vez, tengo la sensación de que, al final, los que se llevaron el gato al agua fueron Stalin y sus censores que lograron que la obra más acomodaticia de Shostakovitch sea hoy en día la más programada. En fin, sé que con este comentario puedo recibir desaires, menosprecios y puede que hasta insultos, pero no lo he podido evitar.

La interpretación, modélica, por sutil, potente, y todo lo que ustedes quieran. Sólo que quien esto escribe, aburrido (sí, sí, «aburrido») por la obra misma, viendo los esfuerzos de la Filarmónica y Hrůša, no podía dejar de pensar aquello de «Qué buen vasallo si tuviera buen señor». El público recibió la Quinta de marras (como de costumbre) con una ovación.

Y la Filarmónica y Hrůša, como propina, regalaron la muy brahmsiana Danza eslava op 72 nº2 de Dvorak, haciendo demostración de encanto vienés con una sección de cuerdas de ensueño.

Personalmente me fui a casa con la música de Prokofiev en la cabeza y en el cuerpo. 

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