Discos
Para superar barreras y prejuicios
Juan Carlos Tellechea
Injustamente olvidadas, silenciadas o ignoradas durante décadas, 21 compositoras iberoamericanas de los siglos XIX y XX cobran voz en este extraordinario CD El fin del Silencio (Pixaudio Ltd.), del destacado pianista Antonio Oyarzábal; algunas de sus obras han sido grabadas aquí por primera vez. ''Gracias a álbumes como este (…) estamos cada día más cerca de hacer justicia con la historia y con las creadoras de todo el mundo'', resume Eva Sandoval en el folleto que acompaña al disco.
Todas las miniaturas de esta recopilación
suenan entrañables en la sensible y diáfana interpretación de Oyarzábal: los
aires de una lenta y nostálgica huella pampeana embelesan
al oyente, entre mate y mate,
con la Evocación criolla I., de Lía Cimaglia
Espinosa, que abre el primero de los 32 surcos del álbum. A Cimaglia
Espinosa, quien escribió esta pieza en París en 1939, se le puede aplicar muy
bien una cita adjudicada a Gustav Mahler: ''La tradición es la transmisión del
fuego y no la adoración de las cenizas''.
Europa
El discurso adquiere seguidamente un tono
clásico en el cálido, delicado e irresistible Nocturno op 13 de Cecilia Arizti, que
Oyarzábal lo hace suyo al instante y da la impresión de encontrarse ante el
teclado en medio de un gran espacio abisal. Las compositoras latinoamericanas
de música clásica o culta debieron hacer una difícil elección entre la
tradición europea y la de sus propios países cuando culminaron su formación en
el Viejo Continente.
Más allá de los análisis técnicos que puedan
hacerse de sus creaciones, no hay duda de que estas mujeres están tan apegadas
a sus raíces que su música resulta ser sincera, honesta y transmite fuertes
emociones, asociadas a sus experiencias vitales previas. Ha sido un gran
esfuerzo el que han hecho para superar barreras y prejuicios.
No se debe olvidar que, desde el punto de vista
planetario, para el centro, que en la música equivale a un canon elaborado bajo
una matriz netamente alemana (desde Johann Sebastian Bach hasta Karlheinz
Stockhausen, sin grandes sobresaltos) la música clásica de Iberoamérica se
encuentra al margen del margen, y que sus compositores (hombres) también son
marginales; cuanto más aún las mujeres, figuras exóticas.
Fenómeno venezolano
Es seguro que la más conocida (a duras penas)
de todas las compositoras iberoamericanas en el Viejo Continente es Teresa Carreño, de quien
escuchamos aquí su encantador Le sommeil de l'enfant, op 35 (Berceuse),
publicada en 1872, y a través de ella, dos de los románticos e inspiradores Trois
morceaux pour piano I. Tristesse, III. Petite Berceuse, de su
hija predilecta,
Teresita
Carreño-Tagliapietra. En fin, ambas son de todas formas una anécdota
en la historia de la música universal.
Un breve repaso por la música latinoamericana
de los últimos dos siglos (y lo que va del presente) ofrece un panorama en el
que la tensión entre reacción y vanguardias es particularmente vesicante.
Beethoven, Johannes Brahms, y el mismo Arnold Schönberg, no escriben música
alemana, sino música, a secas; y cuando se habla explícitamente de música
alemana, el caso se complica y se transforma en polémica, como en el caso de
Richard Wagner.
Condena y prejuicio
Así, el panteón de los genios de la música
universal condena a los músicos de la periferia a convertirse en la expresión
musical de su tierra. Smetana, Dvorák y Janácek representan el espíritu de
Bohemia en cada nota de sus obras; Sibelius lleva el peso de ser él solo
Finlandia; así como Grieg representa a Noruega; y Falla, Granados y Albéniz a
España. Mientras en Iberoamérica Silvestre Revueltas es México, Heitor
Villa-Lobos es Brasil y Alberto Ginastera o Astor Piazzolla son Argentina.
En cualquier caso, la música latinoamericana,
sea ella la que fuere, no implica necesariamente que los compositores deban
recurrir a la estilización de materiales del folclore de su tierra, y así lo
demuestran estas 21 compositoras reunidas en 32 breves fragmentos por Antonio
Oyarzábal. Hay otro prejuicio además, el de que las compositoras y los
compositores de América Latina están más capacitados para las miniaturas que
para las formas de largo aliento de la tradición europea. Muchas páginas más
nos llevaría esta discusión y nos alejaríamos demasiado del objetivo de esta
reseña.
Una compositora viva
Volviendo al álbum: la única compositora viva
de esta selección es Alicia
Terzian, de quien disfrutamos subyugados sus traviesos Juegos para
Diana. Hay mucho por descubrir en esta placa y algunas sorpresas. La melancolía
embarga al oyente en Días de lluvia (de Siete Piezas Latinas), de Graciela Agudelo;
ensoñador resulta el Lento (II., de Scriabiniana), de Rosa Guraieb; algo
nostálgica suena la mazurca Recuerdo de los Andes, de Modesta
Sanginés; y embelesadora la canción de cuna Feche os olhinhos,
que o soninho vem, de Clarisse
Leite.
Algunas otras de las reminiscencias
afrobrasileñas las aporta Adelaide
Pereira da Silva con su Valsa-Chôro nº 1; dulces son las Cinco
Peças sobre Mucama Bonita, de Kilza Setti;
expresionistas los Dos Trozos (I. El afilador y II. Toque de campanas), de María Luisa
Sepúlveda; emotivo el I. Calme et expressif (Ruhig),
de Preludes, de Carmela
Mackenna; pulsantes las Evoluciones I. Allegro y IV. Moderato, vals,
de Rocío Sanz
Quirós.
Antonio Oyarzábal, quien sacó anteriormente un
CD titulado La Muse Oublié, con obras de compositoras como Elisabeth
Jacquet de la Guerre, Germaine
Tailleferre, Mélanie Bonis
o Emiliana de
Zubeldía, entre otras, se ha especializado en la investigación,
grabación e interpretación del repertorio escrito por mujeres, y es embajador
de la organización Donne, Women in Music.
Saudade
Deliciosas son las tres piezas De mi infancia
(I. Cajita de música, II. El arrorró de la muñeca, III. Micifuz, de Isabel Aretz; exquisitas
las Variaciones para piano, de Modesta Bor;
impresionistas son los Preludios (I. Niebla y II. Benteveo),
de Lita Spena; muy romántico
el valse nocturno Noche de luna en Altamira, de María Luisa
Escobar; cautivante el ritmo de la marinera norteña evocado en
Trujillo mío, de Rosa Mercedes
Ayarza; vívida la Escena de niños, de María Teresa
Prieto que deja al oyente con mucha Saudade, al igual que el
punto final puesto por la pionera Chiquinha Gonzaga.
El presente proyecto, tal como Antonio
Oyarzábal lo menciona en sus agradecimientos, fue posible por la importante
labor del equipo del Teatro
Hammond, de Londres, así como por el apoyo brindado en la
localización de varias partituras por Álvaro Bravo, Ester Vela, Silvia Navarrete, Tania Perón,
Kaouro
Hirokawa, Diana Lopszyc,
Alicia Lastra, Mauricio Nader y el Instituto Piano Brasileiro.
El ingeniero de sonido, Ignacio
Lusardi Monteverde, capta el instrumento de cerca en todas sus
armonías, pero al mismo tiempo en un ambiente aireado, que desprende un alivio
sonoro extremo; un ejemplo de excelente grabación de piano. ¡Felicitaciones por
todo lo alto!
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