España - Galicia
Las cuerdas de la OSG
Xoán M. Carreira
Schubert, Reich y Mozart fueron los protagonistas de un programa destinado a una gira gallega de tres conciertos en Ferrol, Lugo y Vigo, diseñada por Slobodeniouk para lucimiento de las cuerdas de la Orquesta Sinfónica de Galicia (OSG). Esporádicamente la OSG ofrece programas para orquesta de cámara, pero siempre como una actividad secundaria o incluso marginal. Mucho menos frecuente es que -como en esta ocasión- ese tipo de programas se integre de pleno derecho en la actividad principal de la OSG.
La red de auditorios de Galicia no puede asumir programas de orquestas sinfónicas por el tamaño de sus escenarios, sólo A Coruña, Ferrol, Santiago y Vigo cuentan con escenarios adecuadospor el tamaño. El Palacio de la Ópera de A Coruña tiene un amplio escenario, pero su deplorable acústica impide la interpretación y la escucha de obras como -por ejemplo- el Triple cuarteto (1999) de Steve Reich que sonó espléndidamente en el Auditorio de Ferrol.
Destinada al Kronos Quartet, esta obra de Reich requiere dos grabaciones previas del cuarteto que deben coordinarse con una tercera interpretación en directo. Un procedimiento habitual en muchas obras a solo y de cámara de Reich. El objetivo de este recurso es dejar un margen de indeterminación en el encaje de los tres grupos, dando lugar a pequeñas fluctuaciones en el resultado contrapuntístico y, en consecuencia, en la escucha física y percepción psicológica por parte de los oyentes.
Reich permite una versión para orquesta de doce instrumentos, que es la que se escuchó en el Auditorio de Ferrol. Slobodeniouk ubicó al primer violín del cuarteto I enfrente del violonchelo I, respetando la ubicación original de la versión con cinta, con los primeros violines a la izquierda, los segundos a la derecha, y las violas y los chelos en el centro. La expresión de los músicos reflejaban que Slobodeniouk les había trasmitido su fe en esta obra magnífica, lo que explica la precisión en la entradas, ataques, dinámicas y resultado tímbrico. Estos logros, nada pequeños, fruto de unos ensayos bien planificados, fructificaron en una interpretación fluída y emotiva que se benefició de la acústica del Auditorio ferrolano. El público disfrutó de la novedad, ovacionó la obra y la interpretación y, durante el breve descanso y a la salida, se podían escuchar amables comentarios.
Slobodeniouk eligió la edición crítica de la Séptima sinfonía de Schubert, que se atiene a lo que escribió el compositor y prescinde de todos los añadidos y arreglos -unos bienintencionados y otros con intención política- de la Inacabada. Por ello el director prescinde de muchas de las grandes tradiciones interpretativas de esta sinfonía, no sólo por cuestiones filológicas sino también estilísticas y retóricas.
Que Schubert, probablemente, desarrollase una fobia a esta obra cuando supo que había enfermado de sífilis no implica que la música ya escrita tenga que trasmitir ningún tipo de impotencia ante la enfermedad. La única consecuencia de la fobia es que renunció a escribir los movimientos tercero y cuarto, dejando los dos primeros sin revisar.
La versión de Slobodeniouk está libre de estas supersticiones y atiende a la realidad. Se trata de una obra de estilo Biedermeier, bella y sentimental, destinada a gustar a un público que encontraba en la música un bálsamo para las dificultades de la vida cotidiana y para las heridas dejadas por las guerras napoleónicas. Y el resultado fue delicioso, las cuerdas exhibieron todo su potencial, los vientos -favorecidos por la acústica del escenario y el Auditorio- empastaron a la perfección en un perfecto equilibrio dinámico, y el timbal tuvo momentos gozosos.
El programa se completó con una de las sinfonías 'domésticas' de Mozart, la Sinfonía nº 29 en la mayor K. 201, en la cual de nuevo disfrutamos del buen hacer de las cuerdas y del bello sonido y la capacidad de empaste de las maderas de la OSG: suficientes mimbres para hacer un bonito cesto cuando el cestero Dima se autolimita a la articulación, fraseo, color y direccionalidad retórica, confiando plenamente en la infalibidad del muchacho salzburgués. Y es que, en Mozart, la sencillez es virtud incluso en mayor grado que en Schubert o Reich.
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