Reino Unido
Wozzeck: oscuro y luminoso
Agustín Blanco Bazán
Hay óperas como Aida o Carmen que
raramente ven puestas de calidad. ¡En cambio Wozzeck! ...no recuerdo haber
visto una versión escénica floja. ¡Así de sólida y penetrante es la dramaturgia
intrínseca de este capolavoro para
espantar los lugares comunes de cualquier director de escena mediocre!
Y la nueva puesta de Deborah Warner
para el Covent Garden no hace sino intensificar aún mas la inmersión en la
hondura psicológica del más genial antihéroe de las tablas operísticas. Lo hace
con una simplicidad lo suficientemente radical para evitar esos
sentimentalismos o piedades ñoñas que tanto malogran la comprensión de la
implacabilidad sin juicios o prejuicios que hace la esencia de la obra de Berg.
Y de la de Büchner. Porque quien no haya leído la obra de Büchner jamás podrá
entender la nitidez y la tersura de la de Berg, cuyo
bisturí es tan preciso como el de ese doctor de morgue que finalmente domina la
narrativa, y tan humano como la desesperanza y la compasión que esta autopsia musical
provoca en el espectador.
El bisturí de Warner
penetra con un minimalismo de movimientos riguroso al extremo despojado de
comentarios o mensajes adicionales al del texto o la música. Al comienzo
sorprendemos a Wozzeck limpiando los aseos de una sauna (el doctor y el capitán
se nos presentan con una desnudez aliviada por una toalla atada a la cintura).
De un paisaje visual similar son los mosaicos de la morgue y a lo largo del
resto de la obra el fondo de la escena introduce los colores de un cielo a
veces oscuro y sangriento, solo interrumpido por unos esqueléticos pinos que
suben y bajan de vez en cuando.
Los cromatismos y el ritmo
de los celebres interludios se reducen a sugestivos juegos de luces y
utilización de pequeños y fugaces telones, y sólo los muebles y contornos indispensables
enmarcan el cuadro escénico: las camas del hijo de Wozzeck y de los soldados,
un edificio al costado con una ventana para que se asome la vecina que
provocará a Marie al adulterio y, en la escena final, una pared con un grafito
con inscripción “Deine Mutter is…” y un dibujo de cara con dos X en lugar de
ojos, alusivo a la muerte.
La obra de Brüchner no
termina como la de Berg, quien genialmente se da cuenta de la diferencia entre
el teatro y la ópera al terminar con esos niños que anunciarán la muerte de
Marie al hijo de ésta y Wozzeck.
Ante este anuncio Warner
instruye a este ya huérfano a una quietud total: solo lo vemos jugar con un
pequeño caballito entre sus manos. Y Warner extiende similar economía de
movimiento a todos los personajes, para enfatizar cualquier gesto como una
extensión de sus frases siempre espetadas en forma escueta e intensa.
Wozzeck habla y se mueve
siempre condicionado por las fantasías que agitan su frustrada y sometida
aceptación y Marie expresa su igualmente frustrado deseo de un amante con instintos
de natural animalidad. El tambor mayor es simplemente un figurín, más un muñeco
que un ser humano, y el doctor y el capitán las dos marionetas representantes
de una autoridad opresiva de contornos kafkianos.
Porque sí: la humanidad inaugurada por Büchner y seguida por Berg es también la de Kafka. Y esta obra y esta puesta unen como pocas a estos tres grandes del humanismo cínico y esclarecedor de la literatura, el teatro y la ópera. Nada, antes o después de Wozzeck, puede compararse con este personaje tan sombrío y por ello mismo tan luminoso para acercarnos a las paradojas y complejidades con que los antihéroes saben señalarnos el camino hacia una humanidad verdadera y desprovista de hipocresía.
Antonio Pappano reafirmó las credenciales de esta obra, con la cual inauguró su era en el Covent Garden en el 2002 con una interpretación más introvertida y oscura que entonces, y con ello no hizo sino agregar otra paradoja más, porque gracias a estas penumbras reconcentradas y austeramente precisas la partitura alcanzó una genial sensibilidad y transcendencia.
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