España - Extremadura
Libertad para crear
Samuel González Casado
Excepcional concierto el que constituyó la clausura del siempre interesante Festival Ibérico de Música de Badajoz y que supuso que la organización se apuntara un buen tanto. La Orquesta Nacional de España tocó con motivación absoluta, y el director,
Aparte, cabe mencionar el descubrimiento de la estupenda pianista portuguesa afincada en Madrid Marta
La velada había comenzado con la Danzas fantásticas de
De todas formas, lo que terminaría enloqueciendo al público de la abarrotada sala estaba por llegar. Y es que Sheherezade es una obra que le va muy bien al director santanderino: él mismo, como flautista, tocó en muchas ocasiones bajo la batuta de Yevgueni Svetlánov, máximo traductor de la obra en cuanto a discografía se refiere. Es cierto que comparar versiones en directo con otras grabadas es una práctica que debería tomarse con mil precauciones, y jamás debe llevarse a cabo de una manera absoluta; pero un disco puede servir para rastrear influencias, que se apreciaron en ese sonido compacto y directo, lento, espectacular de los tres primeros movimientos, y la voluntad de contraste con el último, en este caso fulgurante, capaz de llevar al límite a varias secciones orquestales.
Dentro de unas ideas estructurales perfectamente definidas, pensadas para extraer la máxima expresividad de cada momento a través de un trabajo de fraseo muy minucioso y expansivo, lo que sorprende de esta versión es la increíble capacidad de los miembros de la ONE para explayarse: las maderas fueron un festival en toda la obra, pero concretamente en el segundo movimiento, La leyenda del príncipe Kalendar, se desempeñaron con una libertad creativa que dotaba a cada pasaje de personalidad muy acusada; sensación para mí, una vez más, ignota.
Me resulta difícil concebir una interpretación menos aburrida que esta, por muchas veces que se haya escuchado Sheherezade: en cada instante pasaban cosas dentro de un marco en el que el director mostraba capacidad para añadir tensión y para que ningún clímax o descarga quedaran desvaídos; y nunca sacrificó la empatía con el público y lo que este podía esperar, ante todo en las partes más potentes, por combinaciones tímbricas que pudieran interrumpir la fluidez del discurso musical.
Una vez más, ese sonido armadísimo de los metales del final me recordó a las sentadas inolvidables que he vivido y sigo viviendo con
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