España - Extremadura

Libertad para crear

Samuel González Casado
miércoles, 14 de junio de 2023
Marta Menezes © 2022 by Jorge Velez Marta Menezes © 2022 by Jorge Velez
Badajoz, sábado, 10 de junio de 2023. Palacio de congresos de Badajoz. Orquesta Nacional de España. Marta Menezes, piano. Jaime Martín, director. Joaquín Turina: Danzas fantásticas, op 22. Ernesto Halffter, E.: Rapsodia portuguesa para piano y orquesta. Nicolai Rimski-Kórsakov: Sheherezade. Ocupación: 100 %.
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Excepcional concierto el que constituyó la clausura del siempre interesante Festival Ibérico de Música de Badajoz y que supuso que la organización se apuntara un buen tanto. La Orquesta Nacional de España tocó con motivación absoluta, y el director, Jaime Martín, demostró cómo se puede trabajar minuciosamente un programa para evitar puntos muertos o pilotos automáticos.

Aparte, cabe mencionar el descubrimiento de la estupenda pianista portuguesa afincada en Madrid Marta Menezes, cuya versión de la Rapsodia portuguesa se caracterizó por fraseo sobrio, preciso y delicado, desde una redondez de sonido que jamás careció de dirección o sentido. Una labor muy seria y sin concesiones a la galería, para degustadores de eso que normalmente se conoce como musicalidad. Regaló además una extensa propina, la Cantiga d’amor, de José Vianna da Motta, obra muy adecuada para remarcar que el 10 de junio era el día de Portugal. Aquí, sin el acompañamiento de una orquesta que la había arropado siempre excepto en lo inevitable (la Rapsodia está escrita con algunos tutti que dejan al piano inaudible), demostró hasta qué punto pueden resultar interesantes y encantadoras las piezas de este insigne compositor nacido en Santo Tomé, gran wagneriano y pianista virtuoso.

La velada había comenzado con la Danzas fantásticas de Turina, versión exprimida hasta lo inverosímil por Martín, que animó a la cuerda para que diera lo mejor de sí misma. Aquí no hubo necesidad de calentamiento o adaptación para los profesores: desde el primer segundo se pusieron las cartas sobre la mesa. En esta obra suele destacar la Orgía, pero aquí los violines de la ONE sonaron con una entrega para mí desconocida: un auténtico terremoto, subrayado por la clarísima acústica de la sala, que permitió escuchar con detalle todos los colores de esta ejemplar versión.

De todas formas, lo que terminaría enloqueciendo al público de la abarrotada sala estaba por llegar. Y es que Sheherezade es una obra que le va muy bien al director santanderino: él mismo, como flautista, tocó en muchas ocasiones bajo la batuta de Yevgueni Svetlánov, máximo traductor de la obra en cuanto a discografía se refiere. Es cierto que comparar versiones en directo con otras grabadas es una práctica que debería tomarse con mil precauciones, y jamás debe llevarse a cabo de una manera absoluta; pero un disco puede servir para rastrear influencias, que se apreciaron en ese sonido compacto y directo, lento, espectacular de los tres primeros movimientos, y la voluntad de contraste con el último, en este caso fulgurante, capaz de llevar al límite a varias secciones orquestales.

Dentro de unas ideas estructurales perfectamente definidas, pensadas para extraer la máxima expresividad de cada momento a través de un trabajo de fraseo muy minucioso y expansivo, lo que sorprende de esta versión es la increíble capacidad de los miembros de la ONE para explayarse: las maderas fueron un festival en toda la obra, pero concretamente en el segundo movimiento, La leyenda del príncipe Kalendar, se desempeñaron con una libertad creativa que dotaba a cada pasaje de personalidad muy acusada; sensación para mí, una vez más, ignota. 

Me resulta difícil concebir una interpretación menos aburrida que esta, por muchas veces que se haya escuchado Sheherezade: en cada instante pasaban cosas dentro de un marco en el que el director mostraba capacidad para añadir tensión y para que ningún clímax o descarga quedaran desvaídos; y nunca sacrificó la empatía con el público y lo que este podía esperar, ante todo en las partes más potentes, por combinaciones tímbricas que pudieran interrumpir la fluidez del discurso musical.

Una vez más, ese sonido armadísimo de los metales del final me recordó a las sentadas inolvidables que he vivido y sigo viviendo con Svetlánov, alguien que de alguna manera estaba obsesionado por arrastrar a los músicos hacia una experiencia entregada que fuera capaz de dejar exhausta a la más analítica de las audiencias. Jaime Martín y la ONE, con su envidiable coordinación, lo lograron con Sheherezade; y, por si ello hubiera sido escaso, ofrecieron de propina la obertura de Ruslán y Liudmila, de Glinka, respecto a la que el propio director reconoció al público que “iba a ser rápida”. El lector puede imaginarse, ante otra exhibición, la reacción final de los aficionados.

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