Alemania
Klavier-Festival RuhrUna velada para piano y violonchelo
Juan Carlos Tellechea
Gracias a esa amistad que cultivan desde hace décadas, Martha Argerich y Mischa Maisky pueden tocar para ellos y a ciegas, mientras centenares de espectadores escuchan emocionados sus conciertos, como ha ocurrido por enésima vez esta tarde en el Klavier-Festival Ruhr, que tuvo por escenario la gran sala auditorio del ayuntamiento histórico de Wuppertal.
Dos leyendas vivientes de la música, Argerich en activo desde 1949, y Maisky desde 1965, interpretaron este martes obras de Ludwig van Beethoven, Claude Debussy y Frédéric Chopin, así como Franz Schubert, Dmitri Shostakovich y Fritz Kreisler en los bises. Ni que decir tiene que las entradas para presenciar el recital (patrocinado por una empresa industrial local que apoya con pasión las actividades culturales de la ciudad) estaban agotadas desde hacía semanas.
Todo es tan ágil, tan animado, tan entretenido que uno se frota los ojos y las orejas asombrado. ¿Es de verdad que están tocando sobre el escenario una pianista de 82 años y un violonchelista de 75? Puede ser que el tono del violonchelo en el forte ya no parezca tan voluminoso y sostenible como hace 30 años. Su vibrato parece a veces exagerado y forzado, así como demasiado alta su entonación en pasajes de tensión. Pero la implacable voluntad expresiva de Maisky lo compensa con creces; y los esfuerzos a los que se expone contrastan vivamente con la soberanía de Argerich.
Bastaba que ella, sentada frente al piano, girara su vista hacia la derecha, para que él, sin responderle siquiera con la mirada, supiera ya lo que tenía que hacer y cuándo empezar. La forma en que Argerich y Maisky se comunican recíprocamente es mágica: tocan absolutamente en privado, en una intimidad muy distendida, como si no hubiera 1000 pares de ojos apuntados hacia ellos. Su intimidad es tan grande que se sientan de espaldas el uno al otro; quienes se sienten en comunión espiritual no necesitan contacto visual directo.
La pauta
sabe exactamente cuándo el emotivo necesita una guía firme, cuándo puede dejarle libertad y en qué momentos quiere provocarlo. Entonces lo hace con acentos punzantes, pequeñas aceleraciones de tempo o incluso crescendos repentinos. No hay duda: Argerich marca la pauta. Es claramente una velada para piano y violonchelo, no para violonchelo y piano. Se nota incluso en la Sonata en sol menor op 65 de Chopin: aunque Argerich ocupa aquí un segundo plano, mantiene las cuerdas en sus manos. Es ella quien determina el tempo y la agógica.
Virtuosismo directo
Característico de este aserto es el comienzo del Scherzo, el único momento en el que Maisky marca el tempo, y lo hace un poco precipitadamente: tras solo unos compases, Argerich ha vuelto a alcanzar a su compañero; y le jura un tempo que da más espacio a la expresión musical. En el final, en cambio, sucede lo contrario: Argerich apuesta aquí por el virtuosismo directo, y Maisky sigue su ejemplo, aunque se tiene la sensación de que le habría gustado estirar sus arcos musicales de forma más amplia y prolongada.
Como las aclamaciones del público, espontáneamente de pie en la sala, eran tan incontenibles, no tuvieron más alternativa que aplacarlas con Du bist die Ruh (D 776), de Schubert; el Scherzo, de la Sonata para Violonchelo y Piano en re menor op 40 de Shostakovich; y Liebeslied, de Kreisler, tocados con una entrega, como si esta fuera la última vez que lo hacen. Esta tarde podrían haber interpretado cualquier otro programa y la gente también habría acudido en masa para verlos y admirarlos.
Máxima concentración
Se advierte de inmediato que la forma en que los dos se sumergen en la concentración camerística es un reto para el auditorio. La platea siguió su interpretación en el más absoluto silencio y con la máxima atención; ni una tos ni un carraspeo.
El op 5, nº 2 de Beethoven no suena en absoluto como un Beethoven característico; Maisky y Argerich toman la parte lenta del primer movimiento (Adagio sostenuto ed espressivo) de forma dramática, pero no demasiado sombríamente, sino con una bella melancolía de influencia romántica. El furioso Allegro molto più tosto presto se convierte en un fuego de artificio musical en tempo alto. El final, Rondo: Allegro en sol mayor al estilo de una contradanza, contrasta con el primer movimiento. El comienzo en la subdominante, así como su carácter, recuerdan al final del Concierto para piano nº 4, en sol mayor, op 58 del propio Beethoven.
Debussy
Algo similar ocurre con la Sonata de Debussy escrita en 1915, un año después de comenzada la Primera Guerra Mundial (1914-1918). Este es un Debussy íntimo. De su proyecto de escribir seis sonatas para varios instrumentos, la enfermedad solo le permitió terminar tres.
El majestuoso sonido del primer movimiento, Prologue: Lent – Sostenuto molto risoluto, da el tono de seriedad desde la onírica introducción, que recuerda a una obertura francesa. Especialmente llamativa es la fluctuación entre la tonalidad mayor y menor y una quinta vacía en el violonchelo al final. El registro dramático se anima poco a poco, especialmente bajo el arco de Mischa Maisky, en un estilo melódico impregnado de tristeza.
Los pizzicati, que suenan como los de la guitarra y la mandolina, y un ritmo de habanera difunden el aire español en el segundo movimiento, Sérénade: Modérément animé – Vivace, que resulta ser un bello juego sobre la generosa sonoridad del violonchelo.
El Finale: Animé – Lento – Vivace, se divide en tres partes y comienza marcado ''léger et nerveux'', luego sigue la sección central lenta, ''Lento-molto rubato con morbidezza'', y finalmente unas rápidas semicorcheas del violonchelo conducen a la repetición de la primera parte. En contraste con lo que le precede, es todo ligereza, como si el cielo se hubiera abierto por fin y renaciera la esperanza. Argerich y Maisky forman un dúo magistral; y lo que entregan es una auténtica delicia, de fragancias hechizantes.
Chopin
Las interpretaciones son magistrales, fuertemente espiritualizadas. La melodía del movimiento lento de Chopin, cantada por el violonchelista con seductora belleza y sencillez, se convierte en el clímax.
Fue el encuentro de Chopin con el violonchelista Auguste Franchomme lo que le impulsó a escribir su Sonata para violonchelo y piano.
Dedicada a este célebre virtuoso, la Sonata para violonchelo op 65 pertenece al último período creativo de Chopin. Tras un largo lapso de maduración, fue terminada durante el último verano anterior en Nohant en 1847 y estrenada al año siguiente en el último concierto de Chopin en París.
El lenguaje es innovador por su audacia armónica y sus frecuentes cambios de tonalidad, que hacen de esta sonata una de las composiciones más modernas de su autor: inestabilidad rítmica y temas muy cambiantes en el primer movimiento (Allegro moderato), un Scherzo saltarín en forma de movimiento perpetuo, un Finale: Allegro brillante y atormentado cuya energía vital parece apaciguarse solo para resurgir, heroica y alegre.
Larga vida
Solamente el Largo, en forma de Nocturno, evoca las bellas cantilenas del pasado, influenciadas por el bel canto italiano, aunque aquí también surge un nuevo giro. En todas partes, los instrumentos se tratan como iguales, la melodía pasa de uno a otro y los dos se enzarzan en decididas justas. Argerich y Maisky ofrecen una interpretación llena de ímpetu y lirismo, manejando con tacto sus atractivos alternativamente oníricos y épicos hasta la exaltación.
Los aplausos envuelven a Martha Argerich y Mischa Maisky después de cada obra, la gratitud desciende desde las galerías hasta la platea. Quieran los dioses concederles a cambio una larga larga larga y feliz vida artística
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