España - Castilla y León
Kilotones de fe
Samuel González Casado

Buena asociación la de Roberto
El protagonismo se cedió en la primera parte al pianista ruso-estadounidense Kirill
Aparte de lo anterior, el sonido a veces sonó poco pleno, con algunas notas casi mudas aquí y allá, y digamos que en general el discurso no fluyó, aunque de vez en cuando hubiera algunas frases que funcionaban muy bien a la vez que añadían ese toque de originalidad que, visto de manera general, también es de agradecer. El tercer movimiento transcurrió más satisfactoriamente que los dos primeros, sobre todo porque Gerstein tuvo menos oportunidades de retardar, acelerar o pausar, y sin embargo conservó un toque lúdico y contrastante que al Rondó le iba muy bien. El acompañamiento de González-Monjas fue impecable, y el director vallisoletano entresacó además abundantes oportunidades en las que lucir muy expresivamente a la orquesta. El vals de Chopin que ofreció Gerstein como propina se movió por parecidos derroteros: técnica muy lucida, juego lúdico de contrastes y poca exquisitez sonora.
La interpretación de la Sinfonía n.º 1 de Gustav
Mientras, hubo ocasión para un estupendo Kräftig, de rusticidad controlada y muy intencionado rítmicamente, aunque a la orquesta le faltó un peldaño para estar a la altura de las demandas del director; y un medidísimo Frère Jacques et al., impecable conceptualmente en todas las decisiones. En la conclusión de la obra sorprendió la capacidad de González-Monjas para conseguir subir peldaños de intensidad cuando parecía ya imposible. El efecto de ello es que, por mucho que se haya escuchado esta Primera, es bastante difícil no dejarse arrastrar por esos kilotones de fe tan empáticamente transmitidos y que sacan a público y orquesta de cualquier rutina. La respuesta final del respetable, cercana a la histeria colectiva, atestigua lo excepcional de una ocasión que probablemente se tomó desde el principio como lo que era: un esperado y festivo final de temporada.
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