Reino Unido
Cuatro Werther y una Charlotte
Agustín Blanco Bazán
Aigul
Akhmetshina, la mezzosoprano rusa cuyos primeros pasos vimos en Londres gracias
al excelente programa Jette Parker para jóvenes artistas, sigue acumulado
nuevos roles en una carrera internacional naciente pero imparable. Su voz,
densa y robusta, se abre gloriosamente en la sección del registro agudo y
actoralmente su interpretación es convincente y de buen francés. Pero para
Charlotte, esta robustez y densidad, unidas a un color más bien oscuro hicieron
extrañar el color luminoso y la articulación abierta de, por ejemplo, Joyce Di Donato.
En esta
serie de Werther 2023 Akhemtshina se encaró primeramente con Jonas Kaufmann,
quien como protagonista debería haberla seguido hasta la última función, que es
la que comento. Pero, ¡ay!, Kaufmann ha sido siempre de los que tienden a
cancelar y lo cierto es que las críticas de la primera función no fueron
buenas: “Charlotte, de Massenet” escribió un atrevido, y enseguida comenzó a
correr la voz que Kaufmann no estaba bien de salud.
Y por ello a
Akhemtshina no le quedó más remedio que terminar asistiendo la muerte de tres
Werther diferentes en las funciones que siguieron. Para la primera aterrizó
Juan Diego Flórez que conoce bien esta puesta que ya cuenta con casi veinte
años. Después se presentó Francesco Demuro que me cuentan cantó muy bien. Y,
finalmente, a mí me tocó Ioan Hotea, un excelente tenor lírico de voz bien
lubricada, cálida y buena expresividad de fraseo.
Imposible no comparar con los numerosos Werther vistos en el Covent Garden para decir que ni Hotea ni los que le precedieron en los últimos veinte años lograron la firmeza y apertura de un José Carreras o la cincelada y también abierta articulación de Alfredo Kraus.
¡Pero qué importa! Ahora se canta de otra manera y, Addio del passato!; eso de críticos con
pedantes recuerdos de las voces de antaño está de más, aún cuando quien quiera
ampliar el conocimiento de un aria o un dúo de cualquier ópera no tiene más que
ir a Youtube.
Ambos,
Charlotte y Werther nº 4, actuaron maravillosamente: ella con una pasión
recatada y él ardiendo desde el principio al fin, pero sin exagerar y con una
gesticulación que, a diferencia de algunos Werther de años anteriores, no cayó
en un mímica ridícula de cine mudo. Y, reparos aparte frente a sus espesos timbres,
lo cierto es que lo dieron todo en el tercer y cuarto acto. ¡Qué convicción y
qué arrojo los de estos dos cantantes que se encontraban por primera vez el uno
frente al otro en esta producción!
Y lo cierto
es que todo el desarrollo se caracterizó por una mayor sobriedad actoral
gracias al inteligente movimiento de personas impuesto por Geneviève Dufour, la
directora de escena de esta reposición. Hasta la normalmente boba de Sophie,
excelentemente cantada por Sarah Gilford, dejó de saltar como un cangurito
juguetón para convertirse en una atenta confidente de su hermana y del
protagonista finalmente para ambas inalcanzable. Y hasta esos niños a veces
insufriblemente zalameros parecieron adquirir en esta función una frescura
exenta de imbecilidad. El Albert de Gordon Bintner fue juzgado como demasiado
nasal en las primeras críticas, pero en esta última función me pareció bastante
claro y contenido.
Una última
función que debe haber sido un alivio para Antonio Pappano, quien dirigió
distendida y sensiblemente su última función de esta temporada. Volverá en
septiembre para empezar, con El Oro del
Rhin, una nueva Tetralogía con regie
de Barrie Kosky.
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