Alemania
Klavier-Festival RuhrAndrás Schiff, la penetración espiritual de la música
Juan Carlos Tellechea

Al legendario pianista Sir András Schiff le entusiasma sobremanera dar sorpresas al público; disfruta mucho con ello. Esta tarde en el Klavier-Festival Ruhr tocó primero, y con deliciosa serenidad, el "Aria", de las Variaciones Goldberg y después el "Ricercare a tres voces", de Ofrenda Musical, de Johann Sebastian Bach.
De inmediato, se dirigió a la platea para anunciar a los atónitos asistentes que estos eran los dos bises de la velada, que al final no habría ninguna otra pieza más fuera de programa para responder a los aplausos, porque la última prevista en este recital, la Sonata nº 21 en do mayor op 53 de Ludwig van Beethoven, será tan larga y tan exigente, pero también estimulante, que una propina después sería una imposición.
Dicho esto se dedicó a discurrir sobre las relaciones entre la cultura, la música, la política y la sociedad, y subrayó, con ese irónico humor que lo distingue, que los políticos deberían ser culturalmente más cultivados. No lo mencionó en absoluto, pero la crítica iba dirigida indirectamente al primer ministro de Hungría, Viktor Orbán, alias el Dictator, como lo llaman despectivamente en los círculos de la Unión Europea, con cuya gestión de gobierno Schiff está en total desacuerdo.
Astucia
Sir András es un pianista maravilloso, y un moderador tan encantador como astuto. De momento, por supuesto, todo el mundo estaba ansioso por escuchar lo que estaba por venir. Al maestro le encanta además investigar las relaciones entre los compositores y sus obras. Pero primero Schiff prometió tocar solo la mejor música: de Joseph Haydn (Sonata en re menor Hob. XVI:20), Karl Amadeus Hartmann (Sonata 27 de abril de 1945), Luca Lombardi (Noche de noviembre, en carácter de estreno mundial, una obra comisionada por la Fundación Klavier-Festival Ruhr), Leoš Janáček (Sonata 1.X.1905) y Ludwig van Beethoven (Sonata nº 21 en re mayor op 53, Waldstein-Sonate).
Para Sir András Schiff, Haydn es un compositor infravalorado. Su música para piano suele tener que medirse con la de Wolfgang Amadé Mozart y normalmente sale perdiendo. La diferencia radica en que la música de Mozart, que es muy humano y tiene un poder de seducción enorme, es más cantabile, mientras que la de Haydn es más declamatoria e idiosincrásica. El hilo conductor de esta tarde es, dice Sir András, "abramos bien los oídos y el corazón" para escucharla.
Dondequiera que se presente Schiff, el instrumento bajo sus dedos suena siempre adorablemente cálido: ya sea su piano Bösendorfer de caoba o el Steinway D-274 que le puso a disposición en esta oportunidad el Festival. Lo que le caracteriza en su forma de tocar, aparte de todo su refinamiento y madurez, es la penetración espiritual de la música.
Haydn
Con su fenomenal revalorización de Haydn, Sir András catapulta directamente al padre de la música clásica vienesa a uno de los primeros puestos de la Liga de Campeones, para utilizar un término del fútbol, deporte que también András Schiff practicaba apasionadamente en su niñez y juventud en Budapest. Hoy agradece al cielo no haber sido un niño prodigio, lo que le permitió disfrutar de su infancia.
El primer movimiento (Moderato) de la Hob. XVI: 20 tiene forma de sonata. La exposición y la recapitulación del movimiento tienen estructuras tripartitas, que pueder ser clasificadas como iniciación, intermedio y conclusión. En la exposición, el pasaje inicial va de los compases 1 a 8, el pasaje medio va de los compases 9 a 31 y el pasaje final va de los compases 32 a 37. Tanto la exposición como la recapitulación contienen cuasicadenzas que Haydn escribió en la partitura.
Quienquiera que escuche a este Haydn y se asombre de por qué repentinamente suena tan diferente al resto debería ser consciente de que, especialmente la música para piano de este compositor respira el espíritu de la imaginación libre y la improvisación.
Creación
Aquí es donde Sir András consigue crear una atmósfera en la que las diferencias entre improvisación, composición e interpretación se difuminan. Ese movimiento inicial suena como si no siguiera meticulosamente una idea, un plan y una construcción. El pianista licúa la partitura y da al espectador la sensación de que está presenciando la creación de esta música.
El Andante con moto, está en la bemol mayor, y compás de ¾, y presenta múltiples pasajes de síncopa. Schiff continúa de forma tan radical lo que Haydn empezó. De repente se detiene, respira, sigue tocando, lo retoma, vuelve a romper, como si solo siguiera su imaginación. Sabemos que esto no es cierto. Mas disfrutamos de la ilusión de una música que elige por sí misma la libertad.
El Finale: Allegro vuelve a la tonalidad original de la sonata, do menor. Su apertura recuerda a un minueto, pero se trata más bien de un movimiento que se desarrolla con intensidad y dificultad crecientes, incorporando virtuosos pasajes de manos cruzadas en los que la mano izquierda salta de un extremo al otro del teclado.
Así, con las manos cruzadas sobre su pecho, Sir András agradeció cada aplauso, como un maestro zen de la música clásica, cuya voz oscuramente áspera, aderezada con humor seco, es un placer escucharla como en una confidencia.
Prisioneros del campo de concentración de Dachau
El compositor Karl Amadeus
A los 28 años de edad, Hartmann había renunciado a una prometedora carrera, porque no quería formar parte con su música del régimen de terror y genocida hitleriano. En aquella época sus obras se interpretaban exclusivamente en el extranjero; lo que realizaba era una especie de emigración interior, con alusiones deliberadas en las composiciones, inclusión de canciones judías o dedicatorias relevantes. Tras la Segunda Guerra Mundial (1939 – 1945) Hartmann se convirtió en dramaturgo de la Ópera Estatal de Baviera y fundó la serie de conciertos Música Viva.
La Sonata en cuatro movimientos [I. Bewegt, II. Presto assai (Scherzo), III. Adagio marciale, IV. Allegro furioso (stürmisch, leidenschaftlich)] es una excursión a "mundos intermedios" al final de la conflagración bélica, histórica y musicalmente hablando, cuando el mundo se encontraba en la transición entre el horror y un futuro incierto.
Apenas una idea
La obra da una idea de lo que sintió Hartmann cuando presenció aquella marcha. Los prisioneros atravesaban la localidad de Kempfenhausen, donde él se encontraba, en la noche del final de la guerra, vigilados y maltratados por soldados de las SS: despojos humanos, cuerpos demacrados que luchaban por abrirse paso en el duro frío primaveral con zuecos, harapos cubriendo sus pies descalzos.
La rabia, la incomprensión y el sufrimiento que sentía el compositor ante aquellas lamentables, cadavéricas figuras son trasladados punzantemente por Sir András
Después de 78 años de aquellos hechos, quizás en vísperas de otra gran guerra, la humanidad no queda muda ante la situación actual. No solo es importante recordar, sino también sacar las debidas consecuencias. El mundo está asistiendo de nuevo a crímenes de lesa humanidad y esto no quedará impune. Aquella gris y cruel procesión de los prisioneros de Dachau mostró por primera vez a muchos ciudadanos los crímenes del régimen nazi, ante lo que hasta entonces habían hecho la vista gorda. Muchos habían ayudado, otros no se habían atrevido a acercarse a los prisioneros.
Un tren que transportaba prisioneros de Mühldorf quedó varado entre Feldafing y Tutzing; fueron los primeros desplazados de Feldafing. A principios de mayo de 1945 llegaron las tropas estadounidenses y a finales de ese mes los efectivos franceses, mucho más duros con la población civil de Baviera que había apoyado a los nazis y denunciado a quienes izaron banderas blancas de rendición. El final de la guerra significó el fin del terror de las bombas, pero aún no había llegado el final de la miseria y las penurias para estos habitantes.
Luca Lombardi
Novembernacht (Noche de noviembre), del compositor Luca Lombardi (1945), se estrenó mundialmente esta tarde como obra encargada por la Fundación del Festival de piano del Ruhr.
El sufrimiento filosófico ante el mundo de este compositor italiano nacionalizado alemán puede experimentarse sensorialmente a través de la melancolía de su música. Sin embargo, interpretar el posterior retorno de Lombardi a sus raíces judías únicamente como una melancolía de su conciencia musical histórica sería juzgar erróneamente la razón de un anhelo más profundo que se expresa en su música.
El fascismo en Italia
Sus padres sufrieron bajo el fascismo del dictador Benito Mussolini y más tarde bajo el terror de la ocupación nazi en Italia. Pese a ello lo enviaron al Colegio alemán de Roma en 1955, cuando tenía casi diez años de edad. El amor por la cultura alemana y la esperanza de una nueva Alemania en una nueva Europa eran más fuertes que el aborrecimiento de la barbarie en la que el nacionalsocialismo había sumido a Alemania.
Novembernacht se une a un número considerable de composiciones de este tipo. Está dedicada a la conmemoración de la noche del progromo del 9 de noviembre de 1938, que fue, por así decirlo, la señal oficial del mayor genocidio de la historia. En su juventud Lombardi pensaba que tales sucesos pertenecían a una época de la historia de la humanidad ya superada.
Grave error
Qué equivocado estaba, la intolerancia, la exclusión, la persecución, el asesinato y la guerra siguen formando parte de nuestro mundo. Los seres humanos, por maravillosos que puedan ser, también son crueles, tanto con otros seres vivos como con sus semejantes. La música, como la cultura en general, no puede hacer nada al respecto. Sin embargo, "sin música, la vida sería un error" (como reza una conocida frase de Friedrich Nietzsche), y no puedo evitar reaccionar ante esta injusticia con mis propios medios, precisamente con la música.
Noche de noviembre es una reflexión musical sobre los lados oscuros de la naturaleza humana. "¿Seremos capaces algún día de superarlos?", se pregunta retóricamente Lombardi.
No solo sin música, sino también sin esperanza, la vida sería un error. La música y la esperanza están estrechamente relacionadas: La música puede detectar, sacar a la luz y procesar la oscuridad que nos acecha consciente e inconscientemente; pero al mismo tiempo, puede ser la manifestación de una vida diferente, de una convivencia distinta de los seres humanos en este grano de arena del universo que es nuestro planeta.
Lombardi quiso escribir especialmente para Sir András Schiff esta pieza, porque
como músico y ser humano, contribuye significativamente a que podamos, pese a todo, tener esperanza en un mundo mejor. Por eso le doy las gracias de todo corazón.
Leoš Janáček
La música para piano de Janáček no se toca tan a menudo en los conciertos, de modo que esta interpretación de Schiff fue más que bienvenida. Es una música profundamente original, polifacética y hace uso de modos particulares, como la repetición de células cortas, la mayoría de las cuales se modifican infinitesimalmente
La producción de obras para piano se centra en los primeros años de la carrera de Leoš Janáček. Se compone esencialmente de tres ciclos. Expresan recuerdos que parecen muy pasados y considerados a la luz de diferentes épocas.
Las piezas para piano de Janáček no están muy alejadas de su vocabulario operístico y, por tanto, del credo fundamental del etnólogo Janáček de basar el lenguaje musical sobre todo en el lenguaje humano y sus diversas inflexiones. En comparación con la ópera, el piano le permite expresar esto en el registro de la confianza. Por último, más que la melodía, lo esencial para él era la armonía, que se traducía, entre otras cosas, en progresiones de acordes y diálogos figurativos.
El Moldava
La 1.X.1905, escrita en 1905-1906, es considerada una sonata, aunque no por su propio autor. Inspirada en la muerte de un joven aprendiz de Brno, tras una acusación policial, consta de solo dos movimientos ('La premonición', y 'La muerte'). El tercer movimiento fue abandonado por el músico el mismo día de la primera interpretación de la sonata completa. Más tarde, Janáček arrojaría toda la obra al río Moldava. El manuscrito sobrevivió gracias a una copia realizada por el pianista. La obra se estrenó de nuevo en sus dos movimientos en 1924. Es otro ejemplo de música de la memoria, que sus subtítulos no ocultan.
'La premonición' podría ilustrar esta característica de la música para teclado de Janáček: máxima expresión con mínimos medios. 'La muerte' teje un conmovedor motivo de resignada tristeza, cuyo tema retorna en un bucle obsesivo, culminando en una larga peroración fff que halaga el registro grave del piano.
La interpretación de Sir András, extremadamente contrastada y amplia, aprovechando todos los registros del piano, con graves resonantes y agudos percusivos, deja claro que el virtuosismo, en el sentido romántico del término, estaba ausente del vocabulario de Janáček; y que es necesario, como deseaba el compositor, "decirle (cosas) al piano". La de esta tarde fue una interpretación con mucha sinceridad y (casi) complicidad como para captar la singularidad de su lenguaje.
Schiff desentraña la aparente complejidad de esta música, haciendo tangible su lirismo inherente, sus diferencias dinámicas y sus rupturas a menudo abruptas. En una palabra, hay una clara empatía con un universo sonoro que no se parece a ningún otro y que resulta tan entrañable, incluso para los estándares de las obras operísticas de Janáček.
Beethoven
Con la Waldstein-Sonate se abrieron mundos sonoros increíbles en el Klavier-Festival Ruhr. Es éste un monumento, sin duda, pero quizás mal apreciado, pues la sobreabundancia pianística que la envuelve en una brillante red de virtuosismo ha impedido a menudo captar su intimidad.
Se trata de una obra poderosa, contemporánea de las grandes páginas épicas de la Tercera sinfonía (Heroica), de los primeros esbozos de la ópera Fidelio e incluso del Cuarto concierto para piano. Su tonalidad de do mayor la embellece con valor y una fuerza casi muscular, al tiempo que destila alegría y efusiones mucho más discretas.
También es un triunfo para el instrumento, con toda su mecánica en funcionamiento, que exige una respuesta y una elasticidad poderosas; los pianos modernos, como el que toca Sir András, lo demuestran aún más claramente. Su interpretación rebosa ímpetu y vigor sonoro desde el primer movimiento, de alcance casi orquestal.
Ni rastros de cansancio
Este Allegro con brio, tras un comienzo ondulante y comedido, estalla literalmente, con la sensación de un paseo a ritmo forzado. Pero no niega el lado humano de sus luminosos temas. El resultado de tan indomable energía, y de la forma en que el pianista libera el flujo de arpegios, es que los últimos acordes desatan espontáneamente los calurosos aplausos del público.
La asombrosa Introduzione: Adagio molto central, una especie de puente entre dos vastos conjuntos, aporta un benéfico momento recoleto, casi una confidencia, y su parte de misterio, una dialéctica una vez más entre el sufrimiento y la alegría.
Le sigue el Rondó: Allegretto moderato final, cuyos primeros compases son casi serenos y luminosos. El movimiento pronto se convierte en una tormenta, y el pianista opta por precipitar el flujo, incluso por apresurar una línea en particular o cambiar ciertos acentos. La coda Prestissimo se ve envuelta en un arrebato casi frenético de volubilidad, con sus ritmos oscilantes, sus fragmentos de temas y sus trinos increíblemente rápidos.
No se percibía ningún signo de cansancio en Sir András Schiff. Todo lo contrario, la concentración y la precisión fueron extremas a lo largo de las tres horas de este increíble concierto. El público de pie prorrumpió en prolongadas y merecidas ovaciones para este gigante del piano.
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