Reino Unido
Corrigiendo a Hegel: la dialéctica entre amo y servidor
Jorge Binaghi
Premisa: no elegí inocentemente el 18 de
julio para ver esta función. Era mi modo para recordarme a mí mismo que Mozart
el luminoso gana siempre sobre fechas tristes, oscuras como esta en España (¿agrego
el año? 1936) y para augurar que el 23 siguiente no se produjera lo que tanto
agorero vaticinaba (más por deseo inconfesado que por realidad).
Con el título que iba a ver, además, era casi
una profecía. El amo no siempre prevalece sobre el esclavo, y aunque las
condiciones sean más humanos, tampoco está garantizado que el patrón prevalga
sobre el sirviente.
Y luego estaba la ‘vieja’ producción de
McVicar que lleva años deleitando al público y que el Covent Garden no sólo ya
ha amortizado (detalle no baladí), sino que al parecer ha decidido que no tiene
por qué arriesgarse a cambiar algo que funciona bien, y no sólo por la reacción
del público. O sea, estamos en camino de contar con otra producción ‘clásica’
como en otras casas europeas que no se mueren por hacer una nueva versión escénica
cada vez que reponen una ópera conocida.
Las diferencias contra la paupérrima
propuesta de la trilogía de Da Ponte por Minkowski y su director de escena (por
ejemplo en el Liceu, donde la vi), modesta en la parte musical, resaltan con
evidencia. Las luces son excelentes, vestuario y escenas magníficos, pero es
sobre todo la dirección de actores la que destaca, ciertamente con el concurso
de algunos de los recién llegados a los roles. El hecho de que el propio
director de escena haya estado presente en los ensayos debe señalarse (es algo
hoy por hoy inédito cuando debería ser lo normal) no sólo positivamente sino
como un hecho no menor.
Por supuesto hay detalles que pueden parecer
excesivos para favorecer la continuidad dramática en detrimento de la música (y
más concretamente el canto), y está claro que el público ha respondido con
aprobación como si todos los elementos estuvieran a la misma altura (algo que
nunca ha sido demasiado posible en este tipo de ópera) dejándose llevar por la
contagiosa alegría. Pero es un dato a tener en cuenta porque me parece que es
una tendencia generalizada en el público de hoy que, incluso cuando conoce un
título o sus fragmentos más salientes, parece conformarse con oírlo una vez más
sin realmente escucharlo.
Y visto que estamos ante una ópera y no la
obra teatral en que se inspira (geniales ambas, pero superior la primera
precisamente por el toque mágico de la música de Mozart, aparte del lozano
libreto de Da Ponte) pasemos al aspecto puramente ‘musical’.
Y empecemos, como debería haber empezado (¡ay
las nuevas malas costumbres!) por la directora de orquesta. Había oído hablar
bien o muy bien de Mallwitz. Estuvo bien, pero me decepcionó un tanto. Ya desde
la obertura (aquí, por una vez, bien ilustrada) hubo demasiados contrastes y en
el resto de la ópera algunas veces demasiado volumen (incluso en las cuerdas
que acompañaban los recitativos): eso no le dio más teatralidad, al contrario,
y le quitó esa ‘levedad profunda’ (un oxímoron, ya sé, pero es lo que es
Mozart) de la obra. Eso al margen de que algunas voces no eran de gran calado
ni Mozart lo pide.
¿Y los cantantes? Como con Verdi o Wagner o
Strauss o Puccini (la lista es larga e incluye a Janacek, Britten, Berg y Benjamin)
sin ellos no hay ópera. Y en esta tienen que ser todos notables actores y
excelentes cantantes. Lo primero se consiguió, como ya he dicho. Lo segundo…
Bien los secundarios como Dufresne o White
(simpáticos Barbarina y Antonio), correcto Adam (Basilio), pero el papel
requeriría más, estridente y desangelado Bronder (Don Curzio). Las dos
doncellas que cantan ‘Amanti costanti’ al final del tercer acto (Helen Withers
y Miranda Westcott) lo hicieron bien pero sin destacar.
Y vamos subiendo. Muy muy bueno el Bartolo de
Muraro, al que alguna vez me gustaría ver en papeles de más enjundia a partir
de este (‘La vendetta’ la cantó muy bien, pero en parte luchando con la
orquesta, y eso que la voz es amplia).
Si tuviera que elegir una sola voz femenina
sin vacilación optaría por Dorothea Röschmann quien supo ser la Condesa al
principio de la marcha de esta producción y ahora fue una Marcelina de lujo, la
mejor que haya visto Y oído en los casi sesenta años de contacto directo con
este título. Fue una pena que aquí se cortara su aria del último acto, pero fue
perfecta en los recitativos, en las partes cantadas y los puntapiés que intentó
dar en el primer y segundo acto resultaron inolvidables.
Pero estaba Stagg, que debutaba con Susana,
un personaje que se las trae, y sin tener voz excepcional ni particularmente bella
le sirvió para componer bien su rol, cantar con buen italiano (aquí y allá
perfectible) y poder con los graves del maravilloso nocturno ‘Deh, vieni non
tardar’ en el último acto. Seguramente no entrará en el palmarés de las grandes
Susanas, pero la sirvió muy bien y mereció sus aplausos.
Que, desde mi punto de vista, no mereció (en
‘Voi che sapete’ porque su primer aria ‘Non so più’ no obtuvo ni uno en esta
función) Stéphany, que no cantó mal e interpretó bien, pero presentó una voz
indefinida como registro, de timbre blancuzco y sin matices, metálica en
general y en particular en el agudo y sin un registro grave digno de mención.
Ejemplifica muy bien lo que he dicho más
arriba.
Tampoco hubo una gran Condesa, aunque por
fortuna lo mejor que hizo, sin ser genial, fue su gran escena del tercer acto
(‘E Susanna non vien…Dove sono’, mejor el aria que el recitativo), pero fue muy
débil en todo sentido en el segundo y algo mejor en el cuarto, pero ocurre que
la voz de Bassénz es permanentemente opaca, sin brillo, impersonal,
técnicamente correcta pero con limitaciones en el registro agudo (‘Porgi amor’
y el gran dúo con el Conde fueron flojos; la ‘Canzonetta sull’aria’ careció de
toda magia).
Y volvemos a lo del título. Si esta reposición se recordará será por la dialéctica del amo y el servidor. Dos grandes, así nomás. En mi experiencia sólo una vez vi una cosa igual (en Viena, Simon Keenlyside y Erwin Schrott). Aquí se trató de Degout y Olivieri. Cuando estaban juntos saltaban chispas. Separados, también.
Al primero le vi su debut en el Conde en Bruselas ya hace varios años. Fue bueno, o muy bueno; aquí demostró lo que significa ser un gran cantante: su actuación fue medida y perfecta, su canto ha adquirido todos los matices requeridos (y por eso me fastidió que el final de su aria -con unas agilidades que más parecían una risa entre sarcástica e histérica, me descubro- no lo dejara solo en el escenario como debería haber sido aunque no lo privó, por suerte, de su justa recompensa).
Al segundo lo había visto precisamente
debutar el mismo papel en Florencia, en una producción tonta y pésimamente
dirigida, pero no había pasado en absoluto desapercibido (las crónicas de ambas
funciones se pueden encontrar aquí en el caso de que alguien quiera tomarse el
trabajo de buscar). Ahora debutaba el papel de Figaro y si así fue la primera
vez no quiero pensar lo que será la segunda o tercera vez que lo repita.
Memorable. La forma de mover las botas del Conde durante ‘Se vuol ballare’
definían ya totalmente al personaje.
Pero con ser de buena planta, ágil,
brillante, pícaro e ingenuo, no se agotaban en eso sus cualidades: ahí está el
‘detalle’. La voz amplia, bella y aterciopelada, igual en todos los registros
(si algún grave recordaba que la parte incursiona en la cuerda de bajo -una
reverencia a Cesare Siepi, pero también a un barítono como Giuseppe Taddei- no
lo forzaba y todo se oía natural tal vez con un pelo menos de volumen, pero se
oía, y qué estúpido es este comentarista sacando estas cosas cuando ya querría
que en esta misma representación y en todas las otras hubiera artistas y
cantantes de tal magnitud).
Súmese una técnica sin fisuras, una noción del estilo (cuando un italiano -o un latino- es gran intérprete de Mozart tiene la ventaja de una articulación en la que todo se entiende -ocurría lo mismo con Degout- y eso lo lleva a dar una lección soberana en los recitativos -vuelvo a recordar a Siepi, Taddei y agrego a Freni, Sciutti, Bruscantini, Bacquier, Berganza y de los Ángeles porque estos dos señores en esa liga juegan), y un claro gusto por estar en escena, por lo que se hace y cómo se hace, y ahí tienen ustedes por qué este servidor tendrá -en la historia real- una victoria -ignoro si definitiva- sobre su amo ...
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