Obituario

Renatina

Jorge Binaghi
lunes, 21 de agosto de 2023
Renata Scotto en 2008 © 2023 by CC Renata Scotto en 2008 © 2023 by CC
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Así, con su inconfundible acento toscano, se dirigía Bruno Bartoletti, ese gran maestro nunca bastante recordado, a Renata Scotto cada vez que quería convencerla de que, como casi siempre, tenía razón, pero convenía atenerse a la realidad de las circunstancias. 

Esta anécdota se basa en unos famosos ensayos de La Gioconda, y no diré más porque no vale la pena, pero refleja bien el carácter fuerte cuando se trataba de respetar una partitura, por ejemplo, de la soprano lígure fallecida hace unas horas, unos días (ignoro cuándo saldrá esto porque estoy en Buenos Aires y tengo problemas de conexión entre otras lindezas sin duda más molestas, por ejemplo electorales). No dudaba en enfrentarse a algún colega famoso o a su recuerdo en defensa de su arte (eso, por ejemplo, le costó el alejamiento de la Scala).

Aunque contaba con 89 años la noticia no era esperada porque hay fotos de hace menos de un mes cuando puso en escena en el teatro de su Savona natal (que la vio debutar jovencísima en La Traviata) La voix humaine, uno de los últimos títulos que abordó en su larga carrera.

Setenta personajes (cierto, algunas elecciones fueron discutibles) jalonaron una carrera que vieron su evolución de lírico ligera a ‘spinto’ o ‘drammatico’ tal vez con menos mesura y prudencia que la de Mirella Freni, pero con grandes aciertos y siempre gran arrojo (su carrera en el Met, sin duda el teatro en que con más frecuencia actuó y tanto la apreció, se vio reflejada en la noticia en el New York Times). De los títulos mencionados y de lo explicado hasta ahora se puede deducir que en un momento dado Scotto dejó los papeles más o menos ‘frágiles’ (nunca del todo, pero digamos Mimì o Adina) para encararse con el primer y último Verdi, con títulos ‘fuertes’ posteriores a éste (la ópera de Ponchielli, pero también la Musetta de Puccini o la Francesca da Rimini) para lo que se valió, además de la maduración y evolución de la voz, de un talento de actriz que al principio parecía menos versátil aunque ya su Butterfly ‘japon I esa’ dejaba intuir sus posibilidades.

La vi en vivo sólo en sus tres temporadas en el Colón (la cuarta, mucho después y con dos conciertos, no nos encontró en la misma ciudad) y en un concierto, tantos años después, en Bruselas, sobre el que escribí en alguna parte pero no recuerdo dónde.

Fueron pocas veces, pero logró dejar muestras de su Puccini (el debut en 1964 en Butterfly, un tanto estropeado por una dirección de orquesta entre otras cosas fortísima), de su Verdi (no su famosa Violetta, pero sí su no menos famosa –y no demasiado angelical- Gilda en 1967 con McNeil y Tucker dirigida por Previtali –fue la vez en que tuvo más suerte con sus colegas, y en especial los dúos con el gran barítono fueron memorable), y de su extraordinaria aproximación al belcanto en 1969 (no su famosa Lucia, pero sí una Giulietta de Capuletti, en el que fue la única de defender a un nivel altísimo –para mí su mejor prestación- lo que Bellini exigía. Tal vez haya escuchado luego alguna voz más bella por timbre en la parte, pero ninguna con su precisión técnica, su capacidad estilística, su técnica admirable y, ni qué decir, su fraseo intenso y exquisito que si se paseaban por toda la obra tenían su ápice en la gran escena con el padre coronada por una ovación tan interminable como merecida).

Cuando salió de la primera función de este su último título aquí (vaya uno a saber por qué, como tantas veces ocurrió en la historia del Teatro Colón) comentó, siempre vivaz, certera y un tanto afilada ‘y yo que pensaba que el público del Colón sólo podía apreciar las obras más conocidas de Verdi y Puccini…’.

En el concierto mencionado, ya con claros indicios de la veteranía de una larga carrera, obtuvo un gran éxito no sólo con ‘Il tramonto’ de Respighi que le sentaba entonces como un guante sino –oh- con las canciones venecianas de Rossini expresadas con una intención, picardía, humor y dominio del dialecto que, sin pretenderlo, pusieron en su sitio las versiones tan aplaudidas poco días antes en la misma sala de una joven colega destinada a una gran carrera muy publicitada, ventaja de la cual ‘la’ Scotto, como casi todas ‘las’ de su generación, no gozó.

No voy a hablar de su carrera docente aunque me consta que no era complaciente con nadie: dos personas de dos países distintos me explicaron (una con gratitud, la otra con rabia) cómo les había dicho claramente y en privado que le parecía mejor que se dedicaran a otra cosa

La última vez que la vi me dio una última sorpresa. Estaba entre los miembros del jurado del Concurso Viñas, y el público la había premiado con un gran aplauso. Nunca nos habíamos encontrado y ciertamente no sabía –ni llegó a saber- quién era yo. Estaba yo hablando con unos conocidos cuando vemos que, segura y decidida como siempre, se abre paso, se dirige a mí que la miraba sorprendido y me dice ‘¿qué está pasando con el Colón? Ha ido una alumna mía y me ha contado cosas que nunca me encontré en ese gran teatro...’. Yo estaba mudo porque no salía de mi asombro; se dio cuenta, se rió y me dijo : ‘ha pasado mucho tiempo pero sé reconocer a un argentino que frecuentaba el Colón’. Todavía no sé cómo hizo, pero tal memoria y capacidad no era el menor de sus méritos. Seguramente descansa en paz con su tarea bien cumplida.

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