Obituario
Renatina
Jorge Binaghi
Así, con su inconfundible acento toscano, se dirigía Bruno , ese gran maestro nunca bastante recordado, a cada vez que quería convencerla de que, como casi siempre, tenía razón, pero convenía atenerse a la realidad de las circunstancias.
Esta anécdota se basa en unos famosos ensayos de La Gioconda, y no diré más porque no vale la pena, pero refleja bien el carácter fuerte cuando se trataba de respetar una partitura, por ejemplo, de la soprano lígure fallecida hace unas horas, unos días (ignoro cuándo saldrá esto porque estoy en Buenos Aires y tengo problemas de conexión entre otras lindezas sin duda más molestas, por ejemplo electorales). No dudaba en enfrentarse a algún colega famoso o a su recuerdo en defensa de su arte (eso, por ejemplo, le costó el alejamiento de la Scala).
Aunque contaba con 89 años la noticia no era esperada porque hay fotos de hace menos de un mes cuando puso en escena en el teatro de su Savona natal (que la vio debutar jovencísima en La Traviata)
Setenta personajes (cierto, algunas elecciones fueron discutibles) jalonaron una carrera que vieron su evolución de lírico ligera a ‘spinto’ o ‘drammatico’ tal vez con menos mesura y prudencia que la de Mirella
La vi en vivo sólo en sus tres temporadas en el Colón (la cuarta, mucho después y con dos conciertos, no nos encontró en la misma ciudad) y en un concierto, tantos años después, en Bruselas, sobre el que escribí en alguna parte pero no recuerdo dónde.
Fueron pocas veces, pero logró dejar muestras de su Puccini (el debut en 1964 en Butterfly, un tanto estropeado por una dirección de orquesta entre otras cosas fortísima), de su Verdi (no su famosa Violetta, pero sí su no menos famosa –y no demasiado angelical- Gilda en 1967 con
Cuando salió de la primera función de este su último título aquí (vaya uno a saber por qué, como tantas veces ocurrió en la historia del Teatro Colón) comentó, siempre vivaz, certera y un tanto afilada ‘y yo que pensaba que el público del Colón sólo podía apreciar las obras más conocidas de Verdi y Puccini…’.
En el concierto mencionado, ya con claros indicios de la veteranía de una larga carrera, obtuvo un gran éxito no sólo con ‘Il tramonto’ de Respighi que le sentaba entonces como un guante sino –oh- con las canciones venecianas de Rossini expresadas con una intención, picardía, humor y dominio del dialecto que, sin pretenderlo, pusieron en su sitio las versiones tan aplaudidas poco días antes en la misma sala de una joven colega destinada a una gran carrera muy publicitada, ventaja de la cual ‘la’ Scotto, como casi todas ‘las’ de su generación, no gozó.
No voy a hablar de su carrera docente aunque me consta que no era complaciente con nadie: dos personas de dos países distintos me explicaron (una con gratitud, la otra con rabia) cómo les había dicho claramente y en privado que le parecía mejor que se dedicaran a otra cosa
La última vez que la vi me dio una última sorpresa. Estaba entre los miembros del jurado del Concurso Viñas, y el público la había premiado con un gran aplauso. Nunca nos habíamos encontrado y ciertamente no sabía –ni llegó a saber- quién era yo. Estaba yo hablando con unos conocidos cuando vemos que, segura y decidida como siempre, se abre paso, se dirige a mí que la miraba sorprendido y me dice ‘¿qué está pasando con el Colón? Ha ido una alumna mía y me ha contado cosas que nunca me encontré en ese gran teatro...’. Yo estaba mudo porque no salía de mi asombro; se dio cuenta, se rió y me dijo : ‘ha pasado mucho tiempo pero sé reconocer a un argentino que frecuentaba el Colón’. Todavía no sé cómo hizo, pero tal memoria y capacidad no era el menor de sus méritos. Seguramente descansa en paz con su tarea bien cumplida.
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