Suiza
Madurez inteligente
Alfredo López-Vivié Palencia
Anne-Sophie
Mutter es la decana de los
violinistas actuales, y sabiendo que en la actualidad prácticamente todos los
buenos violinistas son mujeres, ha tenido la inteligencia de dejar para ellas
los conciertos del “gran repertorio” –que ella ha tocado mil veces y estupendamente
bien-, y de un tiempo a esta parte se dedica a interpretar piezas poco
frecuentadas –el Concierto de
Y encima sigue tocando muy
bien, exhibiendo ese sonido grande que siempre extrae de su instrumento y dando
las dobles cuerdas limpiamente y los trinos con una firmeza envidiable. Aunque
sea en una obra como ésta, en la que nadie reconocería a su autor si no fuera
por la maestría que demuestra en la orquestación. El Segundo Concierto de Williams dura media hora larga y se divide en
cuatro movimientos: tras una breve introducción orquestal el violín se enfrasca
en un largo y nervioso soliloquio, y la pieza termina prácticamente igual pero
esta vez en calma. En medio, un tiempo lento y otro más ligero en ritmo
ternario.
El lenguaje para nada es
fácil. No hay concesiones armónicas, sino que prácticamente toda la obra bordea
la tonalidad pero desde el otro lado. Y Williams ha escrito para la parte
solista todas las dificultades imaginables (excepto “pizzicati” con la mano
izquierda). Mutter tenía la partitura delante, pero se la escuchó tocar con
seguridad y su sonido llegaba diáfano;
El público aplaudió con
ganas, y tras varios saludos Mutter apareció micrófono en mano anunciando que
el propio Williams había sugerido no una sino dos propinas de sus mencionados
arreglos cinematográficos (dicho en otras palabras, una invitación a comprar esos
discos). Naturalmente, aquí el autor sí es perfectamente reconocible (no me
pregunten sobre qué películas iban esos arreglos, porque no voy al cine desde
que venden palomitas de maíz), y solista, orquesta y público disfrutaron de lo
lindo.
Muerte
y Transfiguración me parece una obra fascinante en todos los
sentidos, más aún si se tiene en cuenta que Strauss la estrenó a sus
veinticuatro años: otro ejemplo de madurez –esta vez muy temprana- para emplear
su innata sabiduría orquestal en el tratamiento de asuntos trascendentales.
Nelsons y la Sinfónica de Boston dieron una interpretación sobresaliente: qué ansiedad
contenida en los primeros momentos de la respiración irregular del
convaleciente con una cuerda sedosa y un timbal suave pero inquietante; qué
brutal lucha antes de lo inevitable desde el golpe de timbal y la entrada en
tromba de la cuerda grave, y qué limpia contundencia de los metales; y sobre
todo esa conclusión tras el gong que Nelsons respiró a fondo, con calma,
construyendo paso a paso la transfiguración hasta el glorioso doble clímax y su
resolución salvadora.
Un par de acotaciones orquestales
al margen, o mejor tres: espléndidos los solos del oboe y del primer violín
(tocado por Alexander Velinzon, concertino asociado, porque la plaza de “Concertmaster”
en la Boston Symphony está vacante; lo dejo caer por si alguien se anima y echa
la instancia, habida cuenta de que no me equivoco en mucho si digo que ese
puesto está remunerado con un salario que no bajará de los 300.000 dólares); a
la cuerda grave le falta un punto de espesor para tocar Strauss; y Nelsons
cometió un error de principiante colocando las trompas en línea y justo delante
del timbal: no se ha leído las sabias lecciones de
En las notas al programa de
mano, Thomas May apunta que, según el sitio web Bachtrack,
La introducción estuvo bien
con sus contrabajos sincopados y las violas y segundos violines bisbiseando en sus
“tremolos”; también entró con acierto el vals propiamente dicho tras una
excelente suspensión del tiempo en las arpas. Pero a partir de ahí Nelsons
confundió los términos: aquí no se trata de “rubato” vienés, sino de
flexibilidad francesa; la estructura de la obra no es la canónica del vals, con
su variación temática a base de la sucesión de dos tiras de ocho compases en la
que desde luego la gracia está en diferenciar una de otra con el “rubato”; no,
en esta obra la estructura es mucho más libre y, gracias a la ondulación
constante del discurso, el secreto está en doblar cada esquina como si fueras a
tomar la dirección contraria. No se debe ralentizar el final de las frases,
sino estirar las transiciones.
Así sólo se pudo llegar a una
conclusión ruidosa, desde luego, pero también renqueante. Y por eso los
aplausos del público, con ser generosos, no fueron los que habitualmente recibe
esta pieza.
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