Austria
Kušej contra Mozart y Da Ponte
Agustín Blanco Bazán

Los personajes de estas Bodas de Figaro, son una troupe de delicuentes contemporáneos de bajo fondo que llega a una especie de hotel, un edificio de cemento concreto con paneles movibles que dividen frecuentemente la escena en dos.
Al inicio vemos un Almaviva liquidando una víctima y sacando el dinero del cadáver antes que Basilio se lo lleve al arrastre. En su primer encontronazo con Marcelina (Via resti servita…) Susana sale de un cubículo del aseo de mujeres después de haberse robado el papel higiénico y se huele su mano sin lavar antes de dársela a Marcellina que, asqueada, corre a lavarse la suya. Aquí se sintieron dos risas porque, como el regisseur Martin , algunos espectadores parecen regocijarse con bromas de pis y caca.
Otra chuchería del bazar de Kušej incluye un
velo de novia ensangrentado que Fígaro presenta al Conde en nombre de las
jóvenes que, mientras cantan “Gionave liete”, se estrellan hasta ensangrentarse
contra un gran ventanal de fondo. ¡Como, según Kušej, parece gustarle a
Almaviva desvirgar a las niñas del lugar! En el sexteto Riconosci in questo amplesso, los personajes ríen todo el tiempo
bobaliconamente y totalmente embriagados en el bar del hotel, mientras Basilio
trata de ligarse a Barbarina. Sigue un final de acto donde todos se sirven un
filete de ballena cruda. El cuarto acto los personajes se buscan en un pajonal
asqueroso donde aparentemente se tiran los cadáveres que unos muchachones se
preocupan por recoger.
El fraude artístico de Kušej también se extiende a un texto que se cambia a menudo para evitar alusiones a Sevilla, la nobleza, la servidumbre, etc. Por ejemplo, en su aria “La vendetta” Bartolo dice que “tutta la terra conosce Bartolo.” Los responsables se olvidan de sacar a Sevilla en “da Siviglia a cavallo qui giunto, da Siviglia ci forse sarà, ” pero ¡no importa!, porque los sobretítulos en alemán e inglés mencionan el caballo sin Sevilla. Y así siguen estos sobretítulos, mintiendo frecuentemente para que esta horterada salga ante el público sin relación con el sentido del texto original.
Para que el espectador se saque de la cabeza ese juego de nobleza y servidumbre al centro de la obra, los sobretítulos rezan “mi esposo” o “Almaviva” cada vez que se menciona al “Conte”. Y la patente del paje es “el pasaporte” de un Cherubino que el hampón de Almaviva manda al exterior sin ponerle el sello (como si los hampones pudieran expedir pasaportes).
La
acción incluye blackouts, algunos
prolongados, durante los cuales oímos a veces un clavicordista que trata de
entretenernos a oscuras con un alarde de variaciones barrocas. Y, esta vez sin
clavicordio, el regisseur hasta se da el lujo de destruir la unidad del
maravilloso final del segundo acto: justo en la entrada de Antonio, nos
quedamos a oscuras y sin música. Cuando vuelve la luz no estamos más frente a
la bañera de la condesa que ha dominado la escena hasta ese momento sino en el basural
del hotel. Y allí termina el acto, en medio de bolsas negras.
Raphaël , uno de esos directores que aparentemente acepta todo lo que le imponga el regisseur, contrarrestó este servilismo con una interpretación vibrante, de tiempos rápidos y una exploración cromática y de detalle orquestal que la Filarmónica de Viena consumó con su habitual y espontánea virtuosidad. Y también logró concertar un excelente trabajo de conjunto con buenos cantantes.
El más modesto fue Krysztof , un Figaro de buen timbre pero de expresión algo entubada y cavernosa. cantó una Susana tal vez algo liviana, con timbre de soubrette de coloratura que hizo extrañar a cantantes líricas como Ileana o Mirella , pero su “Deh, vieni” fue una maravilla de fiato, sostenido, y apoyo en el pasaje. ¡Pena que al final malogró la seductora ambigüedad de esta aria con un agudo que parecía salido de Lucia di Lamermoor! Porque esta es de las cantantes que tiende a abusar de la libertad de ornamentos permitidas por el director.
Similarmente liberales fueron los firuletines del Cherubino de Lea , pero aquí también gozamos de una cantante de voz cálida y de expresivo fraseo.
Andrè repitió su excelente Conde de Almaviva con impecable control, proyección y squillo y se presentó en sus dos arias como una Condesa bien actuada pero algo desigual en materia vocal. En los dos primeros actos pareció algo insegura y a veces al borde de la estridencia, pero su “Dove sono” mereció, justamente, el aplauso de la noche por una repetición del andante en un pianísimo maravillosamente proyectado y un alegro de formidable arrojo y precisión en el trino.
Peter
¡Como se estará riendo Martin Kušej del aluvión de críticas negativas sobre estas Bodas de Figaro! Porque, después de todo, ¿a él que le importa? ¿Quién va a osar sacarle este cartelón de fama de “ya no tan enfant terrible” empeñado en asustar a la burguesía austríaca? Y también pareciera como si su presencia fuera necesaria para reafirmar la insistente búsqueda de renovación post Karajan de este tradicionalísimo festival.
Ello a pesar que con regisseurs del talento de un
o un Krzysztof quedó demostrado que es posible renovar sin estupidizar. Un tema común entre los periodistas asistentes al festival fue el contraste entre las dos grandes nuevas producciones de este año (La Pasión griega y Macbeth) y las malogradas de Falstaff y Bodas de Figaro.¿Cuál entre estas dos últimas fue la peor? Algunos optaron por Falstaff. Pero mi elección es por el fraude de unas Bodas sacrificadas mediante la destrucción total y a fondo de la dramaturgia original de Mozart y Da Ponte. Esto no fue una “deconstrucción” sino una destrucción idiótica a partir de la cual no fue posible reconstruir una narrativa coherente. Más que unas bodas, esto fue un entierro de los valores estéticos que normalmente reafirman la fama al Festival de Salzburgo.
Comentarios