Suiza

Una Pauline de pleno derecho

Alfredo López-Vivié Palencia
miércoles, 6 de septiembre de 2023
Petrenko en Lucerna © 2023 by Priska Ketterer/Lucerne Festival Petrenko en Lucerna © 2023 by Priska Ketterer/Lucerne Festival
Lucerna, miércoles, 30 de agosto de 2023. KKL Konzertsaal. Festival de Lucerna. Berliner Philharmoniker. Kirill Petrenko, director. Max Reger: Variaciones y fuga sobre un tema de Mozart, op. 132; Richard Strauss: Ein Heldenleben, op. 40. Ocupación: 100%
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Parece que a Kirill Petrenko (Omsk, 1972) le gusta ir al archivo y desempolvar partituras raras. Ya en 2018 para estrenar su mandato como titular de la Filarmónica de Berlín interpretó la Sinfonía nº 4 de Franz Schmidt, y este curso 2023/2024 lo inaugura con las Variaciones Mozart de Max Reger. Suele decirse que esta obra es la más interpretada de su autor, aunque tal vez sería más apropiado decir que es la menos olvidada (catálogo organístico aparte). Nunca la había escuchado en concierto -y dudo que vuelva a hacerlo-, aunque me ha gustado conocerla en directo.

Reconozco que la pieza, estrenada en 1915, está muy bien hecha: Reger no fue un gran orquestador, pero en esta partitura no hay borrones sonoros; el juego con el tema mozartiano (comienzo de la Sonata KV 331) es de auténtica orfebrería a lo largo de las ocho variaciones y la fuga; y lo más importante, resulta muy ilustrativo comprobar cómo el autor va progresivamente aventurándose en terrenos armónicos resbaladizos. También suele decirse que Reger habría llegado muy lejos en ese campo de no haber fallecido tempranamente; sea como fuere, en esta obra dejó claro que fue un intrépido explorador.

Petrenko y los Berliner dieron una interpretación de lujo. En el preludio ya me pareció increíble el fraseo del oboe (Albrecht Mayer, quién si no) para dar elegancia a un tema que es pura inocencia. Petrenko se deleitó en las texturas sonoras de las variaciones lentas (tiene su mérito, porque la plantilla es la de una orquesta clásica con la única rareza del arpa), y fue contundente en las rápidas. De todos modos, no se puede evitar cierta sensación de monotonía en la escucha de la obra, a pesar de que sólo dura media hora; salvo en la fuga, que me parece toda una lección de contrapunto, y que la orquesta tocó con una articulación de gran finura.

Sobre Ein Heldenleben se ha escrito mucho: que si Richard Strauss era un narcisista, que si la obra es desigual, o que si dura demasiado. Mi teoría es que el narcisista fue Herbert von Karajan, que se sintió más identificado con la obra que el propio compositor y quien hizo de sus interpretaciones con la Filarmónica de Berlín su obra fetiche: ahí están las tres grabaciones (por ceñirme sólo a las de estudio, cada una mejor que la anterior) que lo prueban. De modo que esta pieza pesa mucho en la tradición de la orquesta: tras Karajan, Abbado no la tocó, Rattle sí pero sin tanto entusiasmo, y ahora Petrenko la recupera. Y la recupera con todos los honores.

Bastó el arranque de la obra para saber que la interpretación iba a ser de gran altura. Qué ímpetu de las trompas y la cuerda grave para presentar el tema del héroe y qué “crescendo” tan poderoso hasta la pausa que da paso a “los críticos”. Aquí Petrenko no dio una visión especialmente satírica, sino que hizo jugar a las maderas más bien en el terreno de la rumorología y el cuchicheo, en una versión muy ligera pero de limpidez sonora impecable. Y después entró Pauline. La violinista letona Vineta Sareika-Völkner es la flamante nueva primera concertino de la orquesta desde el pasado mes de marzo; y Petrenko no ha desaprovechado la ocasión para ponerla a prueba en una parte que cualquiera que aspire a ese puesto debe saber tocar incluso del revés.

Sareika-Völkner superó el examen con matrícula de honor. Por supuesto que las dificultades técnicas no fueron un obstáculo; lo importante es que encarnó las diversas facetas del personaje como nunca había escuchado hasta ahora: sonido grande, pausas profundamente respiradas, energía a raudales para espantar a los enemigos, y un afecto cargado de ternura para su ilustre “compañero” (qué belleza de fraseo en la escena de amor). Todo el mundo dice que Frau Strauss era una mujer de armas tomar, aunque nunca lo sabremos del todo porque la familia Strauss guarda a buen recaudo la correspondencia entre Pauline y Richard. Pero estoy bien seguro de que Sareika-Völkner supo escudriñar entre las líneas de la partitura hasta donde Strauss quiso dejar ver.

La “batalla” no fue especialmente cruenta (no era la intención de Strauss), y Petrenko dirigió con precisión a su ejército en esta parte que sonoramente es algo vulgar pero que técnicamente resulta dificilísima (mención de honor para los truenos del veterano timbalero Wieland Welzel). Aunque lo mejor es lo que viene después: la recapitulación del tema del héroe, ahora vencedor, supuso escuchar a los ocho contrabajos y las ocho trompas de la orquesta en su máximo esplendor (no soy capaz de imaginar un sonido más grande ni mejor empastado). Además, Petrenko negoció con habilidad -el impulso fue incansable- el repaso de las obras del protagonista, seguramente la parte discursivamente más peliaguda de la pieza.

Hasta que volvió Pauline para acompañar al héroe en el último viaje. En mi opinión, ese dúo sereno entre el violín y la trompa es de lo mejor que compuso Strauss en toda su vida (por cierto, lamento no poder identificar al instrumentista, que no fue Stefan Dohr ni ninguno de los otros miembros de la sección que constan en la plantilla oficial de la orquesta, aunque me quito el sombrero ante él). Y Petrenko dio el final canónico, aunque en lo personal a mí me parece que tiene más lógica el original (que sólo he escuchado en vivo una vez, con Fabio Luisi y la Staatskapelle de Dresde). En esta ocasión Strauss hizo caso de la sugerencia de su amigo Friedrich Rösch (compositor y abogado, que fue de gran ayuda para Strauss en la negociación de sus derechos de autor), y cambió la conclusión del dúo por la cita de Zaratustra. De todos modos, lo importante es que cualquiera de los dos se toque con nobleza, y Petrenko así lo hizo.

Después de haber tocado el cielo con la mano, qué menos que aplaudir en pie y desgañitarse en gritos de “bravo!” 

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