España - Euskadi
Vitaminados y mineralizados
Joseba Lopezortega
Hubo un cambio en el programa anunciado inicialmente. Iba a interpretarse Labyrinthe du temps, de Aziza Sadikova, pero hubo de reemplazarse y se eligió la Sinfonía número 1 de Mozart. Esto encerró todo el concierto en el binomio Mozart, Schubert, arruinando el diálogo con la obra contemporánea de la compositora afincada en Berlín, diálogo que a priori era uno de los dos grandes atractivos de la cita. El otro era, desde luego, la presencia en el escenario de Hilary Hahn, a quien hubiera sido maravilloso escuchar en el mencionado concierto de Sadikova. Como en Labyrinthe también interviene como solista el acordeón, y el maestro Omer Meir Wellber es acordeonista -entre otras muchas cosas-, tal vez si se hubiera ofrecido el programa original nos hubiéramos ahorrado la propina que unió ambos instrumentos y que fue, como poco, desconcertante incluso en el clima cómplice de un festival.
Esta gran orquesta de cámara afincada en Bremen luce un sonido vigoroso, capaz de responder a las exigencias de un maestro muy, pero que muy apasionado. Omer Meir Wellber exhibe un gesto llevado hasta lo ampuloso, muy extrovertido y físico. Si en alguno de sus giros de muchos grados hacia su izquierda hubiera girado tan sólo unos grados más, hubiera acabado dirigiendo de cara al público. Llegó a pedir el voto de los asistentes para una votación online promovida por una revista internacional. En fin, es su estilo: locuaz, sin batuta, gimnasia y colegueo, y con ese estilo disfruta, o eso parece, de su mucho protagonismo sobre el podio.
Tuve una enorme dificultad para conectar con su trabajo. La Obertura de Don Giovanni basculó del lado de la brillantez y ahí se quedó, sin contrastes ni relato, como si no tuviera vínculo alguno con la ópera homónima. En la Sinfonía número 1 de Mozart, lo mismo: el maestro dirigiendo en primer lugar, y en segundo la orquesta tocando, y ya después ese Mozart niño de interés harto limitado, ese boceto con el que la orquesta de Bremen, con su sonido de un volumen enorme, volaba rauda exhibiendo músculo. Mismo planteamiento con una Segunda de Schubert en la que el compositor resultaba transfigurado, esculpido como una fuente de energía y vitalidad. Esta Segunda resultó más coherente y atildada que las otras obras reseñadas: las cosas, claras. Por lo demás, en no pocos momentos me venía a la mente la dirección hecha de espejos de Nézet-Séguin, pero en ningún momento encontré en Meir Wellber un talento musical equiparable.
Hilary Hahn hizo honor a su dimensión de gran figura del violín. Su Mozart fue impecable, pletórico de afinación y muy audible, claro y fluido, hecho con esa facilidad engañosa que a veces acompaña el gran y esforzado trabajo de quienes son capaces de lo extraordinario. Una pena no haber disfrutado de la obra de Sadikova, dado que más allá de su obvia clase tocando este Quinto de Mozart, Hahn es una artista pródiga con el repertorio contemporáneo; en las antípodas de lo que pudo escucharse en el concierto, por más que el maestro Meir Wellber se empeñara en tratar de reescribir bastantes cosas.
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