Entrevistas
Festival Herbstgold en Austria-Hungría (II): un aparte con Julian Rachlin
Agustín Blanco Bazán

Cuando traté de evocar
con Julian Rachlin su pasado de niño prodigio del violín, me corrigió con una
ligera sonrisa: “Niño prodigio era Mozart. Yo sólo tocaba el violín”. Pero lo
cierto es que este lituano radicado en Austria comenzó tan temprano y tan bien
que a los cuarenta y ocho años puede exhibir un calendario de actuaciones en
todo el mundo y con los mejores directores.
Cuando le pregunto a
quién admira más como predecesor en su relativamente nueva carrera como
director de orquesta, la respuesta es inmediata: “A su compatriota Carlos
Kleiber”. Pero también por Nikolaus Harnoncourt tiene una admiración
particular: “Uno puede criticarlo, y no estar de acuerdo con él en muchas cosas
pero lo cierto es con Harnoncourt aprendimos todos a confrontarnos con la música, a vivificarla. Si se prefiere con o
sin vibrato o con tiempos diferentes
a los usuales es un asunto subjetivo, pero lo cierto es que hay un antes y
después de Harnoncourt para todos nosotros”.
Rachlin, que ha trabajado
en toda España, menciona con afecto sus actuaciones en Barcelona, Bilbao, Coruña,
Madrid, Santander, Tenerife, etc. y recuerda una estadía particularmente
intensa en Buenos Aires: “¡Qué teatro magnífico, el Colón! ¡Y qué público! Al
final de un concierto con la Filarmónica de Luxemburgo, anuncié que el padre
del pianista Itamar Golán había viajado desde Tel Aviv a Buenos Aires para
celebrar ese día su 60 cumpleaños con su hijo. ¡E inmediatamente todo el
público se puso de pie para cantar el Happy
Birthday, con el homenajeado en lágrimas ante tanto afecto! Y aparte de
esta emotividad a flor de piel, ¡qué cultura musical!”
Mi entrevistado es
también un admirador de Piazzola por lo que durante su estadía en Buenos Aires
encontró tiempo para escaparse a las Milongas
de suburbio, esos célebres encuentros tangueros de casi trasnoche que la ciudad
alberga fuera del circuito turístico: “Cuando llegamos a la una de la mañana y
no encontramos a nadie pensamos que todo había terminado, pero a eso de la una
y media el local se empezó a llenar y siguió la rutina de una hora con
bailarines profesionales y otra con todo el publico bailando. Hasta las cuatro
de la mañana. ¡Inolvidable!”
Mi entrevista con Rachlin
tuvo lugar en uno de los salones ceremoniales del palacio de Esterházy, según
él un lugar para encontrarse y compartir une energía especial añejada a través
una historia musical particularmente relevante en un ambiente donde se integran
culturas diferentes. “Estamos cerca de una frontera tripartita (Austria,
Hungría, Eslovaquia) con un parque maravilloso y una diversidad étnica única.
Mi dirección artística del Festival Herbtsgold lleva ya tres años”.
Ante mi pregunta de cómo dirigiría
el Concierto nº 2 para violín de Prokofiev ‘desde
el atril del primer violín’, este director violinista comenta que para él
esto es una exploración de hasta dónde se puede llegar: “por supuesto que he
dirigido como primer violín los conciertos de Mozart y aún de Beethoven, pero
también me he aventurado en Chaicovski, Brahms y aún el Primero de
Shostakovich. Ahora bien, creo que para Berg o Pendereki ya es preciso tener un
director de orquesta. “
Rachlin, ahora titular de
las sinfónicas de Jerusalem y Kristiansand me comenta que el ser violinista
ayuda sólo relativamente para la dirección orquestal. “Ciertamente uno aprende
al ser dirigido por buenos directores, pero no se trata de saltar del atril del
primer violín al podio para hacer que todo el mundo toque más o menos bien
sincronizado. Yo estudié diecisiete años antes de dirigir. Y la relación con
cada orquesta es particular y diferente. Todas ellas pueden percibir ya en los
primeros diez segundos del primer ensayo si el director sabe lo que quiere,
pero todas ellas tienen tradiciones y modalidades diferentes. Por ello, aparte
de demostrar lo que quiere, el director debe ser flexible para adaptarse y
preparar, a través de un trabajo en común, un concierto que fatalmente será
solo un momento efímero de esta colaboración. Es en este momento fugaz que la
orquesta y el director pasan a una relación tripartita al incluir a un público
que debe ser parte de este trabajo en común.”.
De cualquier manera, el
género más difícil para Rachlin es del cuarteto de cuerdas. “Entiéndame bien,
no el cuarteto con piano, no el quinteto, sexteto, etc. sino el cuarteto de
cuerdas. Alguna vez pude conversar con Pendereki sobre este asunto y él
coincidió conmigo. En los cuartetos de cuerdas la interacción y el diálogo
requieren una atención y una sensibilidad extremas. “
Y en el extremo opuesto
figura la ópera. Rachlin debutó en este género en la Volksoper vienesa nada
menos que con Las bodas de Fígaro:
“Estudié la obra durante todo un año y asistí a todos los ensayos durante un
mes y medio. Y me encontré con un universo nuevo donde todo está
intercomunicado: texto, música, voces, regie,
etc. Por supuesto que ya conocía y admiraba Mozart a través de sus sonatas, su
música de cámara, sus conciertos, etc. Pero fue con las Bodas que descubrí su grandeza final, eso de ser no sólo un compositor
extraordinariamente completo sino también de entronizarnos en la antesala de un
mundo trascendental.”.
Y es esta meditación
sobre la trascendencia musical la que me lleva a comentar sobre el motto de este festival, Sehnsucht, una palabra intraducible en
su pluralidad de significados, pero vamos a intentarlo: tal vez la traducción
castellana más próxima sea “ansia de algo solo parcialmente alcanzable y por
ello nunca a lograr del todo.” Un algo que al no poder definirse con palabras
es para Rachlin un deseo perceptible más a través de la música que de cualquier
otro género artístico.
En Eisenstadt y con guerras y conflictos étnicos tan próximos, este Sehnsucht pareciera sonar como un refugio o un escape a ese mundo mejor ansiado por Franz von Schober que Schubert musicalizó inolvidablemente en su lied A la música.
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