Francia
Sin aspavientos
Francisco Leonarte

Se sienta el crítico sin saber lo que va
a escuchar ni quiénes son los intérpretes, y, una vez orquesta y director a sus
puestos, empieza a sonar el Preludio de Tristán... ¿Pues qué quieren que les
diga? Siempre es una sensación mágica.
Empieza el Preludio de Tristán. Aquello
suena como una caricia. Jurowski pide a su orquesta que comience cada frase con
mucha suavidad y que cada frase termine con un suave diminuendo. Y sólo poco a
poco (muy poco a poco) va aumentando la intensidad. Hasta llegar al final del Preludio, que enlaza, como es habitual, con la 'muerte de amor' de Isolda. Y como
es frecuente, Isolda no aparece por ningún lado, y al auditor esa 'muerte de
amor' se le queda algo coja ... Lástima, porque el Preludio había estado
realmente bien, pero fuerza es reconocer que sin la soprano aquello se queda a
medias ... Sin duda, no es la primera vez ni la última (por desgracia) que se
interpreta así, sin soprano. Pero no por ser más frecuente me parece menos
reprochable ...
Llega el Concierto para piano de
Schumann. Yefim Bronfman no tiene aspecto de estrella del rock, no tiene veinte
años ni cara ni cuerpo de efebo, no viste a la última, no pone cara de embeleso
cada vez que toca una nota dulce ni de furia cuando llega un agitato ... ¡pero
qué bien suena el condenao! En sus manos todo parece natural, la belleza de la
música de Schumann es una evidencia. Es hermoso porque es hermoso, sin añadirle
afeites ni azúcares. Jurowski lo mima, siempre atento al equilibrio entre
solista y orquesta. ¿Tal vez uno y otro nos pierdan un poco en ese 'intermezzo' que no es ni chicha ni limoná y que parece que Schumann trate un
poco como de pasada (de hecho lo añadió, como el finale, a la fantasía inicial para
transformarla en un concierto en tres tiempos)? Puede ser. Pero pronto nos
recuperan en el finale.
Y como el público aplaude con
insistencia, Bronfman acaba por sentarse otra vez y nos regala el Nocturno
nº 2 del opus 27 de Chopin. De nuevo esa evidencia de la música. Sin
exagerar rubatos ni dulzuras, con toda naturalidad, y con toda la emoción que
nace de la partitura mismo: un maestro.
Y vamos con el plato fuerte
Quien esto escribe sólo recordaba del
programa que había una Cuarta de Mahler. Y ahí estaba, empezando como la
más amable de las músicas: sólo que poco a poco Mahler la retuerce, la interrumpe,
la pisotea, la escarnece, culminando con un formidable estallido disonante ... A
ese primer movimiento, que es una suerte de disolución de la melodía
rossiniana, le sigue el scherzo una especie de burla e improperios, tal vez uno de
los más modernos de Mahler, que con la dirección de Jurowski recuerda casi a la
Petrushka de Stravinsky. Se luce el violín con un sonido casi desagradable como
lo pide la partitura: algún comentarista habla de “violín diabólico”. Y es que,
dado el dramatismo de las sinfonías mahlerianas, es fácil construir una
historia a partir de lo que se escucha ... Toda la orquesta suena agria, y
entendemos que así debe sonar.
Un adagio relativamente dulce -en que
fuerza es constatar que el director y su orquesta no alcanzan la intensidad del
movimiento anterior, entre otras cosas porque las cuerdas no parecen tener en el
agudo el sonido cristalino que tal vez fuera necesario-, y luego pasamos al
último movimiento, el que retoma Das himmlische Leben (La vida celestial) una
de las canciones del ciclo Das Knaben Wunderhorn (El maravilloso cuerno del
muchacho – aunque traducido suene el título un poco chusco ...). Interviene la
soprano franco-danesa Elsa Dreisig, que está haciendo una carrera fulgurante
por su facilidad de emisión, su comodidad en los agudos y su bonito timbre. Y
además es guapa, cosa que siempre ayuda para hacer una carrera, ¿verdad?
Dreisig, perfectamente inteligible, con
un bonito color homogeneo en toda la tesitura, y mucha naturalidad en su
expresión: en eso se parece a Bronfman. La orquesta siempre la sostiene sin ocultarla,
aportando el lado sombrío, el lado dramático que aparece entre líneas en el
poema original. Y a medida que progresa la canción, la voz de Dreisig se va
tornando más dulce, finalizando casi con una mezzavoce que la orquesta
secunda ...
El público reacciona poco a poco.
Aplausos cada vez más entusiastas y algún que otro bravo. Jurowski corresponde
con una propina. Para presentarla nos dice algo así como que “El fragmento que
vamos a escuchar es demasiado conocido para dar el nombre. Pero lo
interpretaremos en una orquestación del propio Mahler”. Bueno, me parece un
poco tonto que Jurowski presuponga que todo el mundo en la sala conoce todo,
incluso tratándose del Aria de la suite nº3 BWV 1068 de Juan Sebastián Bach,
que es cierto que es melodía muy conocida aunque no siempre identificada.
Pero sobre todo me parece una lástima que
escoja como bis una obra en que sólo la cuerda interviene, máxime cuando dicha
cuerda no es el punto fuerte de la formación, o al menos no en el concierto ni
en el bis que nos ocupa ... Los aplausos después del bis se tornan más
discretos. Pero tal vez sea solamente porque Jurowski nos dice adiós con la
mano y los maestros empiezan a abandonar sus atriles. Chi sa?
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