Reino Unido
Resurrección en otoño
Agustín Blanco Bazán

La Filarmónica de Londres
abrió su temporada 2023-24 con una notable versión de la Segunda de Mahler.
Notable por el talento de Edward Gardner para demostrar, una vez más, que él
sabe interpretar una partitura metiéndose en ella con una visión propia siempre
certera para convencer con una perceptiva vena artística.
En general, esta Resurrección se desarrolló sin apuros, y con cuidada exposición de detalle orquestal. Fue una interpretación decididamente en las antípodas de la inolvidablemente enérgica, casi religiosa en su devoción, de Bruno Walter. Y también algo distanciada y tentativa si se la compara con las de Abbado o para hablar de un tercero totalmente distinto a los nombrados, Bernstein. ¡Pero qué sensibilidad la de Gardner para observar y narrar apacible y espontáneamente el tránsito del caos de la muerte como duda a la afirmación de la vida como algo imperecedero!
La marcha fúnebre del allegro maestoso fue bien marcada pero
no abrumadora, algo así como si tratara de seguir un cortejo y meditar frente a
una tumba sin mayores ‘teleles’, sino más bien con sombrío respeto y aceptación.
En el andante moderato el pizzicato
de cuerdas salió como no recuerdo haberlo oído antes, con un virtuosismo
preciso y de relajado abandono, verdaderamente como un minueto casi ländler ensayado por las cítaras en
alguna taberna suburbana de Viena. El scherzo
podrá haber desilusionado a quienes prefieren esos Mahler de contraste
intenso y expresionismo sobreejecutado en materia de disonancia. En mi caso,
empero, preferí admirar el sólido sinfonismo de Gardner, quien sugiere un Mahler
bien engarzado en la narrativa general. Tal vez sonó como Beethoven, sin
ambiciones de profecías o revoluciones hacia el futuro, pero por eso mismo
decantado como nunca en una tradición que él supo absorber mejor que nadie.
Un elemento que ayudó al antológico desenlace final fue la cuidadosa regie de ejecución. La contralto y la soprano ingresaron a sus lugares enseguida del primer movimiento y luego de un Urlicht cantado con conmovedora mezcla de recato y ansiedad por la excelente Beth Taylor, el coro comenzó el finale susurrando la primera estrofa con todos los solistas sentados inmóviles y sin la distracción de partituras impresas. Cuando la excelente Sally Matthews comenzó y se incorporó a la ejecución el coro se puso de pie delicadísimamente, sin el menor ruido de tarima. Y de allí en adelante la sinfonía navegó hasta el final apacible pero firmemente, con la luminosidad creciente y espontanea de un amanecer. Cambios de tiempo y dinámicas, llamados de metales dentro y fuera de la escena y el grandioso tutti final parecieron respirados con la más natural expansión. Fue una Resurrección al comienzo musitada y después invasiva e irresistible como el más obvio e implacable oxigeno de vida: graduado hasta un pulmón lleno, y finalmente expirado con el alivio de la plenitud de un universo cuyo infinito solo es expresable a través de Mahler y su música.
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