Francia

Amor antes que religión: Les Boréades en París

Francisco Leonarte
viernes, 6 de octubre de 2023
Jean-Philippe Rameau © Joseph Aved (c. 1728) Jean-Philippe Rameau © Joseph Aved (c. 1728)
París, sábado, 23 de septiembre de 2023. Théâtre des Champs-Elysées. Les Boréades, tragédie lyrique en cinq actes. Música de Jean-Philippe Rameau. Libreto atribuido a Louis de Cahusac. Con Reinoud van Mechelen (Abaris), Sabine Devieilhe (Alphise), Thomas Dolié (Borée), Tassis Christoyannis (Adamas ; Apollon); Benedikt Kristjánsson (Calisis); Philippe Estèphe (Borilée); Gwendoline Blondeel (Sémire; une nymphe; l'Amour; Polymnie). Purcell Choir. Orfeo Orchestra. Dirección, György Vashegyi. Versión de concierto
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En el momento de composición de Les Boréades, la última ópera escrita por Jean-Philippe Rameau, reina Luis XV en Francia. Rameau -al parecer sin su desconocido libretista (se atribuye el libreto a Cahusac que ya había fallecido pero no hay certeza de su autoría)- prepara la obra por encargo de la Ópera de París (la famosa Académie Royale de Musique) para festejar el fin de la Guerra de los Siete Años.

Recordemos que Luis XV no comulgaba públicamente -para gran escándalo de la Iglesia- desde que, en 1744,estando gravemente enfermo hasta el punto de temer por su vida, en Metz, el obispo de Soissons aprovechase la ocasión para humillarlo exigiéndole pública contrición. 

Recordemos también que Rameau puede ser considerado como cercano a los círculos masónicos: de hecho su Zoroastre tiene claros tintes masónicos como parece reconocer hoy en día toda la crítica. 

Recordemos por último que a fecha de 1763 madame de Pompadour, sin ser ya amante del rey, sigue siendo su amiga íntima y consejera, proporcionándole incluso las muchachas que han de servir de amantes reales en la casita del Parc au Cerfs (de suerte que buena parte de versalleses en la actualidad se siguen considerando descendientes de bastardos reales ...). Y la Pompadour, nacida Jeanne Poisson, representa en la corte francesa el poder de los grandes financieros y burgueses, cosa que la alta nobleza no le perdonará jamás ...

No es por tanto casualidad que el libreto de Les Boréades suponga el enaltecimiento del amor por encima de las normas religiosas, y el desprecio de la alta nobleza, designada por su nacimiento (los descendientes de Boreo), sobre la cual queda el héroe, Abaris, que, aun siendo de origen desconocido, logra domar los elementos y sortear las dificultades. Es algo así como el triunfo del hombre hecho a sí mismo sobre las tradiciones sociales y religiosas.

Con esto se entiende que, fallecido Rameau durante los ensayos, fallecida madame de Pompadour en 1764, nadie tuviese real interés en representar una obra que, aun con la simpatía real, podía levantar ampollas en el bastante rígido sistema de estamentos del Antiguo Régimen. Y en efecto, no existen trazas de que la obra fuera estrenada en el siglo XVIII. Así que la obra en principio fue estrenada (y parcialmente) en 1964.  

Y es que además, escrita en 1763, desde 1752 la querelle des bouffons ha tenido por consecuencia el ir imponiendo un gusto más fresco, más italiano y menos francés ... o menos encorsetado en el modelo de Tragédie Lyrique de Lully y Quinault. Es decir, que escuchar a Rameau en 1763 era como asistir a un concierto de los Rollings Stones en 2023: puede gustar más o menos, pero ya es parte del pasado.

Eso sí, pasada de moda o no, Les Boréades se distingue por la variedad de sus danzas (omnipresentes en la ópera francesa de la época) y por la frescura de sus melodías. Y sigue teniendo, en sus partes cantadas, la altura expresiva del mejor Rameau.

Intérpretes de muchos quilates

Reinoud van Mechelen se ha convertido en uno de los cantantes más esperados por el público parisino. Volumen de sobra (sobre todo para el repertorio clásico y barroco en el que hoy en día se mueve), bonito timbre, mucha soltura en los ornamentos, facilidad en su tesitura (que, es cierto, no es tan exigente como la del repertorio romántico), estilo y sentido teatral ... Pues todo eso lo volvimos a tener en su interpretación del protagonista, Abaris. Un lujo.

Segundo lujo, el de tener a Sabine Devielhe, admiradísima en Francia (y no sólo) por su bonito timbre, su facilidad de emisión, sus sobreagudos (bueno, aquí emite el crítico una pequeña reserva, pero al fin y a la postre, poco importa que sus sobreagudos no sean espectaculares, porque además siempre los resuelve con inteligencia). Devielhe se siente cómoda en el repertorio barroco, domina el estilo, y sabe dar emoción a sus personajes.

Tassis Christoyannis es un más que notable intérprete por su dicción y su elegancia. Esta vez forzó el volumen en alguna que otra ocasión, perdiendo justamente en elegancia y en inteligibilidad. Pero fueron momentos muy puntuales y, en su conjunto, realizó una bonita prestación.

También más que convincente fue la actuación de Thomas Dolié, que cada vez canta mejor. Graves bien resueltos, pasión de malo-malísimo, pues tal es su personaje de desagradable Dios del Viento del Norte que encarna a la Tradición y sus exigencias (un poco lo que vendrá a ser, muchos años después, en otro estilo, la reina de la noche de la Flauta mágica).

Menos convencidos nos quedamos con Gwendoline Blondeel, a la que ya habíamos escuchado señalando las mismas virtudes (bonito timbre, facilidad...) y los mismos defectos (inteligibilidad poca o nula, falta de picante en sus intervenciones, que terminan por ser monótonas ...).

Otrosí, Benedikt Kristjánsson, tenor islandés que quien esto escribe escuchaba por primera vez, también lució virtudes (bonito timbre, facilidad en las ornamentaciones) y defectos (cierta tirantez en el agudo, escasa inteligibilidad).

Philippe Estèphe resolvió su parte con solvencia, aunque tal vez se echase en falta un cantante de mayor contundencia vocal para su parte ...

Orquesta y Coro

La orquesta Orfeo, dirigida por el húngaro György Vashegyi (que el estado húngaro parece querer promocionar, puesto que la administración húngara parece se halla entre los organizadores de esta tournée), sonó bien. Muy bien incluso, si dejamos aparte algunas dificultades iniciales de las trompas, aunque las trompas naturales (sin pistones) son tan difíciles de tocar que los aficionados solemos ser indulgentes con los trompistas barrocos. Vahegyi respiró con los cantantes, dio variedad a las danzas, hizo progresar la acción (que, confesémoslo, tarda en llegar en un libreto un tanto lineal) y cumplió de sobra con su cometido.

El coro (a menudo con mayor presencia en la ópera francesa de la época que en su equivalente italiano) cumplió también. Variedad en la expresión, bonito sonido. Tal vez hubiéramos deseado mayor inteligibilidad. Pero bueno.

El público no ovacionó (los bravos fueron escasos) pero sí aplaudió con insistencia y con entusiasmo.

De nuevo el Teatro de los Campos-Elíseos se ha apuntado un tanto en la programación parisina. 

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