España - Cataluña
Inauguración de la nueva temporada del Liceu: bien, pero sin brillo
Jorge Binaghi

Buena idea la de inaugurar la temporada con una obra
importante del repertorio que hace mucho no se daba (y al público le gusta
aunque creo que, de las dos óperas conocidas aquí de Chaicovski, se inclina por
La dama de picas).
Se eligió un nuevo montaje que se ha coproducido con la Opera de Noruega (donde ya se ha visto) y el Real de Madrid. Loy es un director de escena para mí irregular: acierta en los detalles individuales de los protagonistas, pero, tanto si la obra requiere masas o es más bien intimista como esta, llena el escenario de figuras (e historias) que nada agregan y generan no sé si confusión pero sí distracción.
La cantidad de sirvientes y sus relaciones en la casa de Larina se prolongan a la fiesta e incluso al cuadro de la muerte de Lenski y al baile en Moscú (los bailarines lo hacen bien, pero uno nunca cree en la pasión sexual que algunos demuestran y la coreografía en sí parece -en feo- una variación sobre La ronde de Matisse). No se entiende tampoco por qué el personaje de Filipievna que desaparece al final de la fiesta del segundo acto (si es que tiene que estar) reaparece aquí hasta el último para lanzar miradas reprobadoras al protagonista.
Pero lo tremendo es la escena de la muerte de Lenski donde no falta nadie y el cadáver tiene que quedar en escena para transformarse en fantasma que atormenta a su amigo/asesino (ni hablar de quién es el padrino/madrina de Onegin en el duelo porque es de carcajada).
Lo verdaderamente notable es el último cuadro donde, por
fin, están solos quienes deben estarlo -porque lo están no sólo físicamente- y
ahí el trabajo es excelente. Incluso el protagonista al que en los primeros
actos ha hecho excesivamente brutal (una cosa es lo que se dice de él, otra la
que él es) se convierte aquí en el personaje que debe ser.
Olga es una caricatura, tan frívola y casquivana que en
el primer acto se revuelca con uno de los mozos, y va siempre pintada como una
puerta. Ni siquiera Larina escapa del todo aunque su caracterización es
aceptable. Gremin no existe, así que lo que queda de bien hecho es Lenski, Tatiana
y su nodriza (aunque ésta cobre una importancia que no tiene).
La parte musical fue mucho mejor, más uniforme en un
nivel de alta profesionalidad, aunque sin ningún elemento sobresaliente. La
orquesta pasa por un buen momento gracias a Pons, pero la interpretación que
este hace de las obras románticas es avara en efusión, suena siempre fuerte,
rápida hasta ser brusca y no cuida el equilibrio con las voces. Muy bien el
coro.
Las voces, se decía. Iversen tiene mucha, bonita, pero es
un hombretón y la caracterización lo presenta más como un Mandryka en Arabella que como el héroe/antihéroe de
Pushkin. Neklyudov tiene un timbre agradable, no mucho volumen, suficiente
extensión y actúa con credibilidad (tuvo un buen aplauso en su gran aria). Pero
el mayor de los aplausos a telón abierto fue para Carl en Gremin (hizo también
del padrino de Lenski y ya allí demostró tener una voz importante de bajo), muy
afinado.
Atxalandabaso fue un excelente Monsieur Triquet (aunque
vestido de payaso y repartiendo globos) con sus frases en ruso y los ‘couplets’
en francés. Nikiteanu tiene voz importante y actúa bien, pero hoy suena muy
engolada y forzada en el grave hasta un efecto desagradable justo antes del
concertante del segundo acto.
Karkacheva parece tener una voz interesante pero de no
mucho calado, y Zilio impresiona por su resistencia a la edad, que de todos
modos se hace visible en más de una oportunidad.
La Tatiana de Aksenova fue penalizada por la orquesta al
no tener mucho volumen. La voz en sí es demasiado liviana, pero con una escena
de la carta que por momentos parecía Wagner no tenía demasiado que hacer. Lo
hizo bien y tuvo su aplauso, pero no pareció la gran escena que es.
Decididamente mejor estuvo en la escena inicial y en la final (sobre todo esta
última) desde todos los puntos de vista.
El público, numeroso pero sin cubrir todas las
localidades, aplaudió de manera más bien circunspecta aunque en los saludos
finales, como ahora es de rigor en todas partes, parecía que habíamos
presenciado una función histórica.
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