España - Galicia
Un tipo serio
Alfredo López-Vivié Palencia
Inauguración de la temporada 2023-2024 de la Real Filharmonía de Galicia con su nuevo director musical y artístico, Baldur
Tenía verdaderas ganas de ver en acción a Brönnimann (me fue imposible asistir a su presentación en junio), y el resultado superó con creces mis expectativas. Tanto en las manos como en la mirada el gesto es sobrio pero eficaz, con la flexibilidad de intercambiar las funciones tradicionales de ambos brazos, de manera que no necesita exagerar ninguna indicación, sea de tiempo o de expresión. Está atento al detalle pero nunca en detrimento de la arquitectura general. Y el resultado sonoro reveló un excelente trabajo en los ensayos. Mérito doblemente acrecentado habida cuenta de la dificultad del programa, y por el hecho de que esta noche había en el escenario como refuerzo de la orquesta unos cuantos alumnos de la Escuela de Altos Estudios Musicales, de la que Brönnimann también ha tomado posesión.
Brönnimann tiene querencia por la música actual. Tanto, que le había propuesto a Kaija
Estrenado en 2014, Ciel d’Hiver es una modificación del segundo movimiento de su obra Orion (2002), y en ella Saariaho muestra algunas de sus principales habilidades: desde luego la capacidad de orquestar y la capacidad de describir, pero sobre todo la capacidad de comunicar con el oyente común que -a poco que se esfuerce- recibe un mensaje (allá cada cual si ese mensaje es en este caso sólo astronómico o más trascendente). Son diez minutos en tiempo muy lento, en forma de arco con su clímax a la mitad, en los que contemplación y sensación se entremezclan gracias a combinaciones instrumentales a cual más sugerente: a la orquesta tradicional hay que sumar piano, celesta y arpa, así como hasta trece diferentes instrumentos de percusión, cuyo cometido se atribuye solamente a dos músicos, lo cual da idea de que lo último que pretende su autora es abrumar.
Así lo entendió Brönnimann, que ofreció una interpretación pausada pero no premiosa que favorecía la descripción sensorial gracias a un magnífico control de la densidad sonora, que ascendió y descendió por todo su recorrido con naturalidad, cuidando de que los juegos tímbricos no entorpeciesen ese discurso. La Real Filharmonía siguió ese rumbo con la misma naturalidad desde el sonido más tenue hasta el más intenso (el clímax no es ninguna tormenta, sino más bien la conciencia de la insignificancia del ser humano ante la inmensidad de lo que tiene encima). Y al público le entusiasmó.
Con György
La demostración de que la interpretación fue de muchos quilates (y para eso no hace falta recurrir a comparaciones que la inmensa mayoría de quienes estábamos ahí sólo podemos hacer mediante grabaciones) es que al público también se le notó atento. Y aplaudió con ganas tras esos veintipocos minutos de vértigo. Rosado correspondió del mismo modo, y anunció que iba a tocar “también de Ligeti, el estudio El aprendiz de brujo”: una pieza que va mucho más allá del mero virtuosismo (“prestissimo, staccatissimo, leggierissimo” dice Ligeti en la partitura), para cuyo aprendizaje se me antoja que una vida no basta. Por más que tuve ante mis oídos y mis ojos la prueba viviente de lo contrario.
Me pareció buena idea –aunque arriesgada- programar las Danzas Sinfónicas de
Por otro lado, en esta obra Rachmaninov también dejó de lado su vena melódica, prefiriendo el elemento rítmico. Brönnimann exhibió buen pulso para avanzar en la primera danza con esa mínima célula motora que Rachmaninov reparte por toda la orquesta; para lograr que el vals –siempre presente pero no siempre evidente- se mueva con delicadeza; y para subrayar el aspecto “fantástico” de la última parte manteniendo la continuidad del discurso. ¿Habría hecho falta algo más de orquesta? En mi gusto sí, pero sería injusto ponerle peros a una interpretación tan digna.
Naturalmente, es pronto para afirmar que el nombramiento de Brönnimann ha sido un acierto. Pero si prepara todos sus conciertos con la misma seriedad que le ha puesto a éste, podemos prometérnoslas felices.
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