España - Cataluña
Un programa ‘Victoriano’
Jorge Binaghi

En realidad, por la fecha que se celebra, este segundo
concierto (no hablo de otras muchas actividades que se han desarrollado y se
desarrollarán en calles, centros, librería, de la ciudad) tendría que haber
sido el primero ya que presentó un programa todo francés y con varios títulos
que se contaron entre los preferidos de la inolvidable Victoria.
Tras la primera parte de nuevos artistas (Inés López,
mezzosoprano, y Jesús López Blanco, pianista, que leyó al comenzar un poema
sobre el mes de octubre), también en francés y meritoria (aparte de dos Debussy
y tres Fauré tres piezas en francés de Jaume Mas Porcel, músico mallorquín
fallecido en 1993: Spleen, Poème d’octobre y En sourdine) debutó
en el Life Victoria la soprano Siobhan Stagg, también de destacada actuación en
escenarios líricos (hace poco tuve ocasión de ver su Susanna de Le nozze di Figaro en Londres).
En estos momentos su voz es de líricoligera pero con
capacidad e inteligencia para hacer frente a zonas centrales y graves. Su
interpretación, en general descollante, tuvo momentos en que hacía pensar en la
joven Fleming, también con ese punto de artificiosidad que no impide llegar al
fondo en los momentos ‘serios’, pero que añade un cierto tipo de ‘charme’ a los
más livianos.
Empezó con las cinco melodías populares griegas de Ravel,
donde estuvo todo en su justo lugar (yo destacaría Quel galant m’est
comparable y Tout gai!). Luego se pudo oír la Vocalise-étude en
forme de Habanera que yo sólo escuché una vez en vivo precisamente a
Victoria de los Ángeles hace aproximadamente sesenta o más años. Pieza
dificilísima, que Stagg supo variar conveniente y convincentemente.
Siguió Duparc y si Le manoir de Rosamonde fue
adecuadamente dramático, la Chanson triste trajo nuevos ecos
victorianos. Cantó además Au pays où se fait la guerre y Extase (relativamente
menos frecuentados) y finalizó con La vie antérieure sobre un fantástico
texto de Baudelaire (bueno, la mayoría de los textos de la melodía francesa
suelen serlo).
En la segunda parte apareció Fauré y con él aquellas
inolvidables Roses d’Ispahan o la Fleur jetée que aunque trajeron
recuerdos no impidieron el disfrute de las nobles versiones que la artista dio.
Lo mismo con canciones menos ‘connotadas’ como Notre amour o la
magnífica Les berceaux.
El programa terminó con las Ariettes oubliées de Debussy, todas excelentes, pero yo destacaría sobre todo Il pleure dans mon coeur (magnífico texto de Verlaine) y Chevaux de bois, sin detrimento de las versiones de C’est l’extase langoureuse, L’ombre des arbres o Green.
La voz sonó todo el tiempo pareja, esmaltada y con más matices y colores que los que yo recordaba en su Mozart londinense. Los agudos plenos o filados fueron estupendos y todo eso explica por qué hoy canta los Strauss que fueron de Rothenberger (para no ir más atrás) aunque ya se puede pensar que en el futuro podrá llegar a roles y canciones de corte plenamente lírico.
No he hablado del acompañante. Volvió a ser Lahiry, mucho
más relajado que en el primer día, muy ‘a gusto’ con el programa, y no tendría
sentido señalar un momento mejor que otro. Lo que sí parecería es que Duparc es
un autor con el que tiene una afinidad especial.
Al agradecer los aplausos la soprano concedió un bis que
ama especialmente y que conoció a través de la versión de de los Ángeles: el Baïlèro
de los tradicionales Chants d’Auvergne
musicados por Canteloube. Y su versión hizo honor a la de su antecesora.
Aquí se acabó (o habría acabado) el concierto, pero sucedió algo que en todos estos años jamás había visto. Había una pequeña recepción al lado del recinto, y al hablar de que en realidad había preparado un segundo bis hubo muestras de gran interés, de modo que el piano de Victoria, ya enfundado y en el atrio de acceso a la sala, fue de nuevo ‘desvestido’ por el pianista y ayudantes espontáneos, y así, con la gente de pie o sentada en el piso, escuchamos una Heure exquise de Reynaldo Hahn, tan exquisita como su título. Dos verdaderos músicos a quienes hay que agradecer algo más que el gesto.
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