Reino Unido
Barry Kosky: Oro líquido sin Rhin
Agustín Blanco Bazán

La propuesta para la primera entrega de la nueva tetralogía wagneriana del Covent Garden es tan radical como talentosa. El único decorado es un enorme árbol caído y petrificado a través de cuyas aperturas asoman las hijas del Rhin y Alberich como jugando a las escondidas.
Una gran apertura circular al centro de la escena traiciona lo esencial: a través de este hueco sale un inmundo líquido contaminante: “oro líquido” para todos los personajes, menos para la anciana desnuda y consumida que durante toda la obra contemplará lo que ocurrió.
“Lo que ocurrió” porque para el regisseur Barrie este esperpento es una Erda que contempla como murió el mundo que al expoliarlo se destruyó a sí mismo.
Con esta propuesta Kosky aporta finalmente “algo nuevo” a una obra hoy extenuada por experimentos idióticos hoy encabezados por . Allí se excusan con que Wagner dijo “chicos, hagan algo nuevo” para definir lo nuevo como imbecilidades arbitrariamente diseñadas por directores de escena que quieren equiparar, corregir o superar a Wagner dándoselas de co-creadores.
Lo nuevo de Kosky es una reelaboración radical del mito que incorpora un elemento esencial, a saber, el famoso “fresno del mundo”, el equivalente al árbol manzanero de Adán y Eva. El fresno es referido en la tetralogía siempre un poco al pasar, como ese árbol extinto después de que Wotan le arrancara una rama para su lanza.
Pero aquí pasa a ocupar un lugar tan esencial como génesis de la naturaleza como el lecho del Rhin con su oro. Es del cadáver de este fresno que en esta producción, sale el “oro” de la putrefacción que nos contaminará ambiental y espiritualmente hasta destruirnos.
A veces es mejor tapar el fresno con un lienzo de colores, como lo hace la familia Wotan, aquí una risueña agrupación de aristócratas campestres ingleses que contemplan su nuevo palacete desde el jardín.
Otras veces la realidad de la tragedia que nos preanuncia Erda es crudamente expuesta: en el Nibelheim, la anciana diosa, atrapada hasta la cintura en un agujero del fresno petrificado asiste a las confrontaciones de Wotan, Loge, Alberich y Mime con sus tetas conectadas a dos enormes conductos de goma y ordeñadas por un enorme pistón mecánico: cuanto más oro de mierda sale del orificio central, más sufre esta madre tierra ante la gula de sus hijos.
La reelaboración del mito con la fusión del fresno, un Rhin representado por la putrefacción del oro líquido y la dimensión de pasado, presente y futuro de la madre tierra como receptáculo universal, unifica la acción teatral con fuerza y convicción inéditas.
En una entrevista para el programa de mano Kosky reafirma estas ideas con típica simplicidad y desparpajo, pero no hay que llamarse a engaño, nos encontramos frente a una complejísima dramaturgia, de alguna manera accesible a todos, pero más fascinante cuanto más se la analiza: Wagner ha sido actualizado a Strindberg en este sueño de Erda que resucita el Oro del Rhin ya anticipando el mundo apocalíptico de El ocaso de los dioses que Loge profetizará al final. Y en este sueño que siempre es pesadilla vemos reflejada la psique colectiva del temor a la destrucción, presente en todas las épocas en diferentes versiones. La de Kosky no es sino el actualísimo horror de estar destruyendo una madre planeta que ya no da para más.
Esta pesadilla es presentada con un realismo exento de clichés ideológicos panfletarios. Esencial para comprender la narrativa de Kosky es la advertencia que él mismo nos hace de evitar caer en encasillamientos simplistas. Por supuesto que se trata de amor vs. poder, corrupción, traición y avaricia y destrucción de la naturaleza. Pero no se trata de hacer un Anillo del Nibelungo “como si se tratara de una serie Netflix sobre una familia disfuncional”.
Nada pues de esos conceptos estrechos y atrofiados en los cuales pretenden encerrarnos algunos directores de escena, sino un sueño amplio de variedad de ideas coincidentes y/o contradictorias como la vida misma.
Es a partir de allí que Kosky logra el cometido de evitar que su Oro del Rhin se ahogue en obsesiones críticas monotemáticas (poder, capitalismo vs. socialismo, etc., etc.,) para trascender a lo más importante, a saber, la idea de mito y saga capaz de envolvernos en la contemplación del escenario cósmico propuesto por Wagner.
Todos los personajes de Kosky son de un realismo extremo, que nos hace reconocer a cada uno de ellos como cualquier vecino o pariente que se nos cruzan cotidianamente a la vuelta de cada esquina. Pero todos ellos se insertan en una épica transcendental.
El equipo de cantantes fue excelente, desde las tres hijas del Rhin hasta el Wotan de clara y moderada articulación de Christopher y la intensa pero nunca sobreactuada agresividad del Alberich de Christopher .
Marina Prundenskaya brilló como una Fricka de timbre cálido y desopilante mezcla de esposa algo tonta para comprender lo que realmente está sucediendo, pero con algún destello de inteligencia instintiva.
Y por su agilidad física y sentido de fraseo Sean deslumbró como un tenor ligero de voz ideal para un Loge tal vez algo sobreactuado pero irresistible en su sorna; y en lo más importante para este personaje, a saber, su rol de corifeo para comentar el drama y explicarlo al público.
En contraste con los Froh y Donner finolis armados de palos de polo de Rodrick y Kostas , Fafner y Fasolt se aparecieron como simples hampones de bajo fondo capaz de intimidar a los dioses primero con sus malas maneras. Y con pistolas cuando llega el momento de tomar a Freia como rehén.
Excelentes Kiandra (Freia), Wiebke , esta última una voz de Erda que interviene complementando a la anciana desnuda en el momento en que esta abraza a Wotan con irresistible autoridad de conminación. Y vaya también una mención para el Mime de voz fresca y sólidamente impostada de , también un expresivo actor para tener en cuenta en el repertorio lírico.
La interpretación de Antonio se caracterizó por su fluidez, luminosidad y definición de contraste. Inspiración y lirismo completaron su formidable técnica y capacidad para sincronizar con los cantantes, desde el difícil pasaje de los memorables compases del inicio a la intervención de las hijas del Rhin, hasta la espontánea apoteosis de un final inolvidable: en medio de un constante y sugestivo cambio de luces, el gran fresno es retirado hacia el fondo de la escena para permitir que los dioses se asombren se asombren y bailen extáticamente en medio de una brillante lluvia de lentejuelas.
Solo un foco de luz interrumpe este delirio. Es el que alumbra a la esquelética Erda que incesantemente gira sobre sí misma.
Comentarios