Reino Unido
La inútil ilusión de ser feliz
Agustín Blanco Bazán

Una
madre llora la pérdida de su pequeño hijo y rechaza que sea cremado. Pero si
antes del final del día logra cortarle un botón de su vestimenta a
alguien feliz, el niño volverá a la vida. ¡Imagínense qué día! ¡Y qué búsqueda
inútil! Porque ninguno de los personajes que encuentra la madre sirve a los
propósitos de esta. Una pareja de amantes parece querer ir siempre más allá de
su fidelidad mutua con una mezcla de celos y libertinaje. Un artesano
mecanizado por la adicción está tan atormentado por su enajenada soledad como
la compositora obsesionada por las expectativas que despierta una fama fatalmente
efímera. ¿Y qué decir del coleccionista que comienza vanagloriándose de poseer
todos los objetos que alguna vez ha ansiado pero que finalmente depende de
ellos en su aprehensión a perderlos? Todos terminan pidiéndole amor a la madre
que acaba de perderlo.
La pequeña ópera fábula estrenada en el Festival de Aix en Provence y ya reseñada por Jesus Aguado para Mundoclasico.com el pasado julio llegó al Lindbury, el moderno y pequeño teatro en los sótanos del Covent Garden. Lo hizo con la misma puesta, y un reparto menos estelar, pero con similar destello de talento y éxito.
La orquestación, de camerístico minimalismo (solo seis cuerdas, bongós, arpa, campanas, tambor, piccolo/flauta y flauta dulce/basetto), apoya una magnifica exploración vocal de recitado y modulación de variadísima expresividad. Y la calidad del libreto surge a través de frases cortas, simples y efectivas.
En algunas óperas nuevas compositores y libretistas parecen competir en su búsqueda de complicaciones y alambicamientos. En cambio, la riqueza de esta nueva colaboración de Crimp y Benjamin reside en la magistral simplicidad para espetar lo básico con la expresividad necesaria para que la conjunción de palabra y música produzcan un efecto de clara intensidad. Nada mas. Y nada menos. Ya lo supo hacer Benjamin Britten con sus libretistas y, lo ha percibido Aguado en su crítica, Crimp y Benjamin se cuentan entre los herederos.
El momento culminante de esta operita de poco mas de una hora es la confrontación entre la madre, aquí definida como “La Mujer”, con Zabelle, simplemente otra “Mujer”. El encuentro tiene lugar en un jardín donde belleza y tranquilidad parecieran corporeizar la esencia misma de la felicidad. En el elenco londinense Ema Nikolovska, una formidable mezzo macedonio-canadiense al comienzo de su carrera, interpretó una Mujer convincentemente apasionada en su protesta.
Frente a ella lució su firme
lirismo la Zabelle de la soprano Jacquelyn Stuckerm,
otra cantante entre las tantas coleccionadas por los excelentes programas
educativos del Reino Unido. Los demás repitieron sus talentos vocales e
interpretativos ya exhibidos en Aix-en-Provence, esta vez bajo la dirección de
Corina Niemeyer, otra talentosa artista que aún escapa a los teatros de ópera
“internacionales.”
En un inusual gesto de gentileza para una de las últimas funciones de la serie, George Benjamin, aquí un vecino londinense, acompañó a sus artistas en los saludos finales. Fatalmente, tampoco el jardín consuela a la Mujer y a Zabelle, que también lo ha perdido todo, menos el jardín. Pero así son las parábolas budistas. Porque bien sabemos que la felicidad que se busca en ellas no existe como algo permanente o siquiera temporal. Es simplemente una colección de momentos evasivos de bienestar pasajero. En este caso se trató del regocijo de la audiencia ante una obra firme en su coherencia dramática y su capacidad de emocionar.
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