Francia
Elogio del entusiasmo: La botte secrète de Terrasse en París
Francisco Leonarte

Paul Féval en su novela Le bossu (El
jorobado, publicada en 1857) inventa la «estocada de Nevers» o «estocada
secreta», una particular estocada que no existe ni puede existir en el arte de
la esgrima, pero que consigue instalarse en la imaginación del público francés.
El caso es que, en francés, «estocada secreta» y «bota secreta» se escriben y se pronuncian igual («Botte secrète»). No le hacía falta más al ingeniosísmo Franc-Nohain (autor entre otras diabluras del muy picante libreto de L'heure espagnole de Ravel) para crear una parodia en que «la estocada secreta» se convierte, en efecto, en «la bota secreta».
Una historia sencilla pero sabrosamente
construida, en que una noble rusa de la alta sociedad, casada con el Príncipe
de Comagene (socarrona referencia a la Berenice de Racine), acabará
tomando como amante a un alcantarillero al que reconocerá gracias al enorme
tamaño de su bota. Algo así como una Cenicienta en masculino, con pie
enorme y con adulterio triunfante.
No fue esta la primera ni la última de las
sabrosísimas barrabasadas que Franc-Nohain y Claude Terrasse cometieron juntos
(por ejemplo en Au temps des Croisades, es la señora del castillo la
que, a falta de su marido, ha de encargarse de desvirgar a los muchachos del
pueblo que deseen casarse, ejerciendo al femenino el derecho de pernada).
En todo caso, el libreto de La bota secreta [Paris, Théâtre de Capucines, 27/01/1903] no tiene desperdicio, y la música, picantísima, alerta, pero también con
instantes de lirismo, aún más graciosos, como el duetto «Todo al desagüe» («Tout
à l'égout»), con melodías inmediatas y de inconfundible sabor finisecular, la
música, digo, es una sucesión de perlas cada cual más inteligente que la
anterior.
Este género paródico, en el que triunfaron,
hacia la misma época en España el almanseño Luis Arnedo como compositor y el
madrileño Salvador Granés como libretista, a pesar de su indudable valor
artístico e histórico no es muy bien tratado por los teatros actuales, ni en
Francia ni en España (ni puede que en ningún sitio, de hecho).
Por eso, al ver que era el último día de
representación, y a pesar de un pertinaz constipado, me armé de valor para
asistir a esta Bota secreta.
Olé a la pequeñas compañías
En uno de esos pequeños teatros parisinos (se
dice que hay como unos trescientos en esta ciudad, algunos con menos de treinta
plazas), lleno hasta los topes, una pequeña compañía, Compagnie Fortunio, cuyo
nombre es ya un homenaje a Musset, Offenbach y Messager, se encarga de representar
la obrita (unos cincuenta minutos de duración: realmente es el
equivalente del género chico que por los mismos años triunfa primero en Madrid
y luego en toda España y América Latina).
Cinco personajes, encarnados por cinco
actores-cantantes. Si unos pueden gustar más que otros, en los cinco hay que
saludar el desparpajo escénico, la vis cómica y el entusiasmo a la hora de
defender una obra a la que el público no tiene acceso fuera de estas ocasiones.
Una vez más, lo que cuenta en este tipo de repertorio
no es la calidad de la impostación o la limpieza de los agudos, sino la
claridad en la dicción y la gracia escénica. Y estas dos últimas cualidades,
todos, sin excepción, las tienen.
Eso sí, ya puestos, alabemos, además, en
Marina Ruiz la potencia (que intentó controlar porque en una sala pequeña como
el Auguste Théâtre demasiada potencia puede ser un handicap) y en Brice Poulot
Derache la facilidad de emisión y el bonito timbre.
No olvidemos citar al pianista-concertador,
Romain Vaille, que valientemente sigue las travesuras de sus compañeros sin
jamás perder el sentido cantabile y la musicalidad; ni al factotum de esta
resurrección, Geoffroy Bertran, que con su vitalidad impulsa esta Compagnie
Fortunio y sus siempre bonitos proyectos.
Ya habrán ustedes entendido que trajes y
decorados fueron los mínimos pero más que suficientes. Y la puesta en escena,
sobria y directa al grano: con lo que pone en el libreto hay de sobra para
hacer disfrutar a la sala, o sea que no hace falta añadir más.
¿Puesta en escena un punto viejuna? Yo
diría que sobre todo producción honesta y sencilla, jamás pretenciosa. En los
tiempos que corren es un auténtico lujo.
Y la sala entera rió, disfrutó y aplaudió de
lo lindo. Quien esto escribe, también.
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