Francia

Elogio del entusiasmo: La botte secrète de Terrasse en París

Francisco Leonarte
jueves, 19 de octubre de 2023
Cartel de 'La Botte Secrète' © 2023 by Compagnie Fortunio Cartel de 'La Botte Secrète' © 2023 by Compagnie Fortunio
París, sábado, 14 de octubre de 2023. Auguste Théâtre. La botte secrète (La bota secreta), ópera en tres actos. Música de Claude Terrasse. Libreto de Franc-Nohain (pseudónimo de Maurice Legrand). Puesta en escena y escenografía, Geoffroy Bertan. Trajes de Marina Ruiz y Geoffroy Bertran. Con Marina Ruiz (princesa); Geoffroy Bertran (le prince de Comagène); Joël Roessel (Monsieur Edmond); Xavier Meyrand (Hector); y Brice Poulot Derache (l'égoutier). Piano y dirección musical, Romain Vaille.
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Paul Féval en su novela Le bossu (El jorobado, publicada en 1857) inventa la «estocada de Nevers» o «estocada secreta», una particular estocada que no existe ni puede existir en el arte de la esgrima, pero que consigue instalarse en la imaginación del público francés.

El caso es que, en francés, «estocada secreta» y «bota secreta» se escriben y se pronuncian igual («Botte secrète»). No le hacía falta más al ingeniosísmo Franc-Nohain (autor entre otras diabluras del muy picante libreto de L'heure espagnole de Ravel) para crear una parodia en que «la estocada secreta» se convierte, en efecto, en «la bota secreta».

Una historia sencilla pero sabrosamente construida, en que una noble rusa de la alta sociedad, casada con el Príncipe de Comagene (socarrona referencia a la Berenice de Racine), acabará tomando como amante a un alcantarillero al que reconocerá gracias al enorme tamaño de su bota. Algo así como una Cenicienta en masculino, con pie enorme y con adulterio triunfante.

No fue esta la primera ni la última de las sabrosísimas barrabasadas que Franc-Nohain y Claude Terrasse cometieron juntos (por ejemplo en Au temps des Croisades, es la señora del castillo la que, a falta de su marido, ha de encargarse de desvirgar a los muchachos del pueblo que deseen casarse, ejerciendo al femenino el derecho de pernada).

En todo caso, el libreto de La bota secreta [Paris, Théâtre de Capucines, 27/01/1903] no tiene desperdicio, y la música, picantísima, alerta, pero también con instantes de lirismo, aún más graciosos, como el duetto «Todo al desagüe» («Tout à l'égout»), con melodías inmediatas y de inconfundible sabor finisecular, la música, digo, es una sucesión de perlas cada cual más inteligente que la anterior.

Este género paródico, en el que triunfaron, hacia la misma época en España el almanseño Luis Arnedo como compositor y el madrileño Salvador Granés como libretista, a pesar de su indudable valor artístico e histórico no es muy bien tratado por los teatros actuales, ni en Francia ni en España (ni puede que en ningún sitio, de hecho).

Por eso, al ver que era el último día de representación, y a pesar de un pertinaz constipado, me armé de valor para asistir a esta Bota secreta.

Olé a la pequeñas compañías

En uno de esos pequeños teatros parisinos (se dice que hay como unos trescientos en esta ciudad, algunos con menos de treinta plazas), lleno hasta los topes, una pequeña compañía, Compagnie Fortunio, cuyo nombre es ya un homenaje a Musset, Offenbach y Messager, se encarga de representar la obrita (unos cincuenta minutos de duración: realmente es el equivalente del género chico que por los mismos años triunfa primero en Madrid y luego en toda España y América Latina).

Cinco personajes, encarnados por cinco actores-cantantes. Si unos pueden gustar más que otros, en los cinco hay que saludar el desparpajo escénico, la vis cómica y el entusiasmo a la hora de defender una obra a la que el público no tiene acceso fuera de estas ocasiones.

Una vez más, lo que cuenta en este tipo de repertorio no es la calidad de la impostación o la limpieza de los agudos, sino la claridad en la dicción y la gracia escénica. Y estas dos últimas cualidades, todos, sin excepción, las tienen.

Eso sí, ya puestos, alabemos, además, en Marina Ruiz la potencia (que intentó controlar porque en una sala pequeña como el Auguste Théâtre demasiada potencia puede ser un handicap) y en Brice Poulot Derache la facilidad de emisión y el bonito timbre.

No olvidemos citar al pianista-concertador, Romain Vaille, que valientemente sigue las travesuras de sus compañeros sin jamás perder el sentido cantabile y la musicalidad; ni al factotum de esta resurrección, Geoffroy Bertran, que con su vitalidad impulsa esta Compagnie Fortunio y sus siempre bonitos proyectos.

Ya habrán ustedes entendido que trajes y decorados fueron los mínimos pero más que suficientes. Y la puesta en escena, sobria y directa al grano: con lo que pone en el libreto hay de sobra para hacer disfrutar a la sala, o sea que no hace falta añadir más.

¿Puesta en escena un punto viejuna? Yo diría que sobre todo producción honesta y sencilla, jamás pretenciosa. En los tiempos que corren es un auténtico lujo.

Y la sala entera rió, disfrutó y aplaudió de lo lindo. Quien esto escribe, también. 

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