Reino Unido
Mahabharata. La gran odisea hindú en Londres
Agustín Blanco Bazán

¡Qué lejano parece el Mahabharata de las audiencias teatrales de habla española! No así
de los angloparlantes, tal vez por la estrecha relación con comunidades hindúes
tan arraigadas con sus sagas y creencias en Gran Bretaña, Canadá y los Estados
Unidos.
En los 1980 el director inglés Peter Brooks viajó por el mundo con su versión teatral de nueve horas de esta saga de 75000 versos de la mitología hindú, un poema de guerra, amor y muerte comparable a la Ilíada y la Odisea juntas en su interaccionar entre dioses y hombres en busca de una verdad espiritual cósmica e imperecedera. La versión que llegó al teatro del Barbican londinense este otoño fue de casi seis horas divididas en dos partes, presentada por el Why Not Theatre una compañía canadiense de artistas de origen asiático. Peter Brooks tardó ocho años en ensamblar una traducción del sánscrito original, cuarenta años después Why Not Theatre utilizó la excelente y casi definitiva traducción al inglés de Carole Satyamurti.
El argumento narra la historia de dos clanes, los Kauravas y los Pandavas, emparentados entre ellos como primos en primer grado, quienes libran una guerra de exterminio luego de tratar de ganar, en un fatídico juego de dados, un reino que la equidad sugería compartir por partes iguales. Perdedores al principio son los Kauravas, cinco hermanos capitaneados por uno de ellos Arjuna, el invencible arquero que cuenta con la ayuda del dios Vishnu encarnado como Krishna. Finalmente los Kauravas recuperarán el reino en una guerra de exterminio en la cual perece Duryodhana, el jefe de los Pandavas, un personaje tan sombrío como el Hagen de El ocaso de los dioses. Entre mis amigos de origen hindú muchos tienen “Arjuna” como segundo nombre. Y por supuesto que a nadie le ponen Duryodhana.
Y no hay practicante de yoga que ignore una
parte substancial del poema, el Bahagavad
Gita. Aún los menos flexibles para movernos en este fascinante ejercicio
físico sabemos que éste es totalmente superfluo a menos que nuestro
subconsciente haya asimilado la visión de la vida y la muerte que Krishna
imparte a Arjuna la noche antes de la batalla decisiva que lo llevará a
triunfar sobre sus primos y enemigos.
Con este trasfondo puede imaginarse el lector que el Barbican se transformó en una especie de templo durante la serie de funciones de este refrescante Mahabharata. Algunos espacios fueron dedicados a la meditación, relatos orales y ejecuciones de sitar, sarangi y bansuri y durante la pausa de casi dos horas entre las dos partes del espectáculo los espectadores tuvieron a su disposición restaurantes sirviendo comidas acordes.
¿Y el espectáculo? Pues fue extraordinario por el colorido, y una acción de danzas, artes marciales y expresionismo de manos y gestos coreografiada sin fisuras. Al comienzo un narrador es convocado por un rey para contar esta saga ayudado por de músicos y artistas que aparte de recitar sus partes, bailarán y cantarán sin un minuto de respiro. En esta el relato incesante a lo largo de toda la duración de la obra fue encargado a una narradora, la extraordinaria Miriam Fernandes, siempre en escena, siempre interactuando con los personajes, y con una dicción y énfasis frescos desde el primer minuto hasta la gloriosa coda final.
La primera parte, denominada
Karma, iluminó al público perfilando
claramente la idea central, a saber las contradicciones que nublan elecciones
de conductas que, una vez ejecutadas, nos arrojarán implacablemente en
consecuencias inevitables para nosotros y las generaciones posteriores. Como
cualquier saga mitológica, el Mahabharata intercala numerosas leyendas con moraleja propia, y las aquí escogidas fueron
prolijamente delineadas con una acción a través de vestuarios de elaboradísima
confección y color, en contraste con una escenografía espartana, con un círculo
estilo mandala en el centro, a veces a juego con un sol de colores cálidos en
el fondo.
La segunda parte, Dharma, es de una teatralidad menos íntima y más épica en su descripción de como las fuerzas del karma, una vez desatadas en una guerra sin reparos, destruyen irreparablemente un universo cuyos sobrevivientes no podrán reconstruir. Solo queda aprender las lecciones que les ayudarán a reenfocar un karma más armonioso para las generaciones futuras.
En esta segunda parte el famoso Bhagavad Gita fue cantado por Meher Pavri con clarísimo timbre de soprano en medio de un ambicioso contraste de proyecciones planetarias, mientras que Jay Emmanuel, corresponsable por la coreografía general bailaba con incansable energía e intensidad la danza de Shiva, el dios de una destrucción asociada con la purificación final. Fue algo verdaderamente efectivo, aún cuando en mi caso preferí la genial intensidad de la primera parte, guiada por algunos artistas extraordinarios, por ejemplo el Arjuna de Anaka Maharaj-Sandhu, Neil D’Souza como Krishna y Darren Kuppan como Duryodhana. Resulta difícil extraer nombres de este verdadero mosaico de cameos complementados entre sí en un todo de palabra y música presentado con una narrativa de aleccionadora coherencia.
En
esta reseña inevitablemente breve frente a la grandeza del espectáculo
presentado por Why not theatre, es
importante incluir un elogio a la coreografía hiperactiva en sus alternativas
de humor y drama diseñada por Brandy Leary, Jay Emmanuel y Ellora Patnaik, la
escenografía de Lorenzo Savoini y la dirección general de Ravi Jain.
La
serie de Mahabharatas presentado por esta genial compañía teatral se extendió día por día hasta el 7
de octubre, justo la fecha del comienzo de una nueva gran guerra entre primos,
esta vez árabe y judíos, en el Medio Oriente.
Comentarios