España - Cataluña
‘Soy’
Jorge Binaghi

Este recital, que ya se ha presentado en Madrid, Bilbao y
Peralada fue un momento de una calidad artística y de una emotividad notables.
A Rial se la suele identificar como magnífica intérprete
del barroco, pero sus cualidades como cantante de cámara se revelaron
excelentes. Atreverse a comenzar un concierto con ‘El cantar del alma’ de
Mompou que prácticamente es a voz sola y hacerlo con la precisión, claridad e
inmersión emocional de la que fue capaz remitieron de inmediato a las
interpretaciones de de los Ángeles. En realidad todo el programa, salvo dos
piezas para piano y otras dos canciones, fue confeccionado sobre la forma de
articular los conciertos de la artista recordada.
Primero los italianos. Allí Rial estaba en su elemento,
pero hace mucho que yo no escuchaba las tres piezas que ofreció (y que formaban
parte de los caballos de batalla de Victoria) y a ese nivel. Si ‘Charmant
papillon’ de Campra y sus Fêtes
venitiennes fue extraordinario, no le fueron a la zaga ni ‘In torno
all’idol mio’ de L’Orontea de Cesti
ni las amadísimas ‘Le violette’ del Pirro
e Demetrio de Scarlatti.
Alemanes y franceses estuvieron menos representados en
cantidad, pero no en calidad. De los primeros, tres ‘musts’ de Victoria: ‘An
Sylvia’, con encantadora simplicidad tan típica de Schubert y del texto de
Shakespeare, ‘Auf Flügeln des Gesänges’ de Mendelssohn con adecuada melancolía
y ‘Vergebliches Ständchen’ de Brahms con buena dosis de picardía.
La primera pausa musical vino del piano solo con la Marche
funébre d’une marionnette de Gounod interpretada con vigor por Fernández
Aguirre, que se mostró muy participativo en todo el concierto, y tanto él como
Rial se dirigieron en varias ocasiones al público para explicar el porqué o el
origen de una pieza.
La primera parte concluyó con dos perlas del repertorio
francés, la maravillosa ‘Mandoline’ de Fauré y el impresionante ‘Kaddish’ en la
versión en francés que musicó Ravel y que dio ocasión a la soprano para
dedicarlo a la paz en el mundo, y no sólo al actual ‘conflicto’
israelopalestino.
La segunda parte comenzó con otra explicación: una
canción nueva de Bernat Vivancos sobre texto de una de esas poesías escritas
por de los Ángeles que se encontraron manuscritas después de su fallecimiento. La
pieza se llama ‘Victoria’ y se basa en cuatro líneas de la protagonista que
frente al espejo que le dice ‘fuiste’ afirma al final ‘soy’.
Rial además tuvo no sólo que cantar sino rasgar las
cuerdas del piano. Composición de sabor arcaizante, muy distinta de la musicada
hace un tiempo por Pedro Pardo.
Siguieron luego dos tonadillas de Granados (la segunda
parte estuvo dedicada al repertorio en castellano, catalán y gallego) tan
significativas como ‘La maja de Goya’ y ‘El tralalá y el punteado’.
Fernández Aguirre tomó la palabra para hablar de la
siguiente pieza, la popular catalana ‘Mariagneta’ de Manuel García Morante,
acompañante de tantos conciertos de Victoria, presente en la sala y aplaudido
por los artistas y la concurrencia. Esta canción amatoria, siempre con esa
punta de nostalgia, fue seguida por otra novedad. Rial explicó que entre las
composiciones de Mompou se había encontrado una ‘Vocalise a Victoria’
explícitamente dedicada a la soprano, de la que esta nunca tuvo conocimiento. Y
eso fue lo que pudimos oír a continuación, bien difícil y muy bien
interpretado.
A continuación se pudo oír una admirable versión de
‘Punto de habanera’ de las Cinco canciones negras de Montsalvatge (con
su difícil final ‘a bocca chiusa’). Siguió Jesús Guridi con su famosa ‘No
quiero tus avellanas’ y luego Fernández Aguirre ejecutó el vals de la ópera Mirentxu, cuya génesis (de ópera y
pieza) explicó muy didácticamente.
El concierto finalizó con otras dos piezas, el ‘fado’ de
Ernesto Halffter (‘Ai, que linda moça’) que Victoria cantó hasta sus últimos
conciertos y de Eduard Toldrà (desde mi punto de vista el más afín a la
sensibilidad musical y personal de Victoria) ‘Madre, unos ojuelos vi’ y, para
concluir, la última canción que grabó la artista junto a su amiga la gran
Alicia de Larrocha (también recordada este año por su centenario) en ese
proyecto inacabado que era la grabación de la obra vocal completa de Toldrà.
Curiosamente se trata de la ‘Cancó de comiat’, o sea la canción de despedida,
lo que la volvió todavía más significativa.
Ante los aplausos del público, se ofrecieron dos bises,
la tradicional catalana ‘El rossinyol’ en la versión de García Morante y otra
de las piezas que Victoria ofrecía con frecuencia como bis en sus conciertos,
el ‘Azulao’ de Ovalle. Realmente ‘la reina Victoria’ como la llamaban los
franceses y algunos argentinos y neoyorquinos todavía podría seguir diciendo,
como en su poesía, ‘soy’.
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