Francia

¿Para quién canta usted?: Giulio Cesare en París

Francisco Leonarte
martes, 7 de noviembre de 2023
Cecilia Bartoli © 2023 by Fabrice Demessence / TCE Cecilia Bartoli © 2023 by Fabrice Demessence / TCE
París, lunes, 23 de octubre de 2023. Théàtre des Champs-Élysées. Giulio Cesare, ópera en tres actos de Georg Friedrich Haendel. Libreto de Nicola Francesco Haym a partir del libreto de Giacomo Francesco Bussani para Antonio Sartorio. Con Cecilia Bartoli (Cleopatra); Carlo Vistoli (Giulio Cesare); Sara Mingardo ( Cornelia); Max Emanuel Cenčić (Tolomeo); José Coca Loza (Achille); y Kangmin Justin Kim (Sextus). Les Musiciens du Prince-Monaco. Dirección musical de Gianluca Capuano. Versión de concierto
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Permítanme empezar este escrito proponiéndoles un experimento: agarren una pelota y láncenla hacia abajo. Acto seguido, esa misma pelota, láncenla ante ustedes describiendo una parábola hacia arriba. Sin duda en este segundo caso la pelota habrá llegado más lejos que en el primer caso.

El sonido es como una pelota. Si se dirige hacia abajo del teatro, el público de platea escuchará muy bien, pero a los pisos altos el sonido llegará menguado, de rebote. Si el sonido se dirige hacia arriba, llegará más lejos y llenará el teatro.

Esto en principio es perogrullo. Pero no parece que todos los cantantes -y especialmente los cantantes barrocos- lo tengan asimilado o puedan ponerlo en práctica fácilmente. Bien es cierto que los asientos de platea y primer piso son los más caros, y que es allí donde la administración del teatro suele sentar a la crítica. Así que, si el sonido no llega a los pisos altos, ¿qué se le va a hacer?, al fin y al cabo allí no hay más que chichirimundis, gente que no cuenta, ¿verdad?

Pues ahí van las impresiones de un chichirimundi (servidor de ustedes) que hizo la experiencia de sentarse en los pisos altos en la primera parte, y en platea en la segunda.

Primera parte (en el gallinero-paraíso)

La orquesta, un tanto lisa, de Les musiciens du Prince-Monaco, dirigida por Gianluca Capuano, es bastante grande. Para ser una orquesta barroca, tal vez demasiado. Capuano no parece tenerlo en cuenta en ningún momento, y sólo le pide a la orquesta que reduzca el volumen en los ritornelli finales, para crear una sensación de fin (efecto que repite en numerosas ocasiones). ¿Pero pedir a la orquesta que reduzca el volumen para que se escuche mejor al cantante? ¡ Quiá! ¡Pá qué!

Tanto es así que con frecuencia la notas graves de Kangmin Justin Kim se pierden, y que a Max Emanuel Cenčić se le escucha mal, fagocitado por la orquesta. Bien es verdad que Justin Kim, haciendo de rebelde sin causa, suele cantar hacia abajo, como adolescente enfadado con el mundo, y que Cencic se pasa las arias mirando a los espectadores de las tres primeras filas de platea (¿busca asentimiento entre ellos por alguna razón concreta? ¿Es una técnica actoral para darse cuerpo y establecer comunicación directa con el público? ¿Sólo con el público de las primeras filas de platea?)

Tampoco llegan ciertas notas graves de Vistoli, a quien sin embargo escuchamos no hace mucho un Orlando Furioso de Vivaldi absolutamente epatante en esta misma sala y desde las mismas localidades.

Las únicas que salen más que airosas (proyectando hacia el centro de la sala o hacia lo alto) son las dos damas, Sara Mingardo (elegancia en el canto, fraseo sin igual, voz aterciopelada: un lujo) y Cecilia Bartoli (que tiene más tablas y más sentido escénico que todos sus compañeros juntos).

Segunda parte (en primeras filas de platea)

En platea a todos se les escucha todo. Cencic exhibe un volumen importante, aunque no más que Bartoli ni que Vistoli. Y exhibe también maestría como contratenor, con facilidad apabullante para la ornamentación.

Vistoli vuelve a mostrarse segurísimo en su canto y en sus vocalizaciones -tal vez menos flamígeras que en el citado Orlando Furioso-.

Kim tiene una voz menos bonita que la de sus compañeros de reparto, y se muestra siempre como adolescente atormentado, en ese sentido, su aria de la primera parte, Cara Speme (donde debiera entenderse que su «caro anhelo» es el anhelo de venganza), tratada como simple aria lenta, resulta casi un contrasentido para el personaje construido por Kim. No se le puede negar, no obstante, que pone toda la carne en el asador.

José Coca Loza, con una voz que no es apabullante como bajo pero que consigue llegar tanto a las notas agudas como a las graves, se las apaña bien, con fiorituras muy claras.

Nos quedamos con ganas de escuchar más a Mingardo. Y es que se trata de una versión con cortes, de suerte que desaparecen Curio y Nireno (dos cachés menos que pagar, sin duda) y nos privan de numerosos recitativos y arias, entre las cuales buena parte de las intervenciones de Mingardo. Tal vez sean necesarios los cortes para que el concierto entre dentro de los límites «normales» de una versión de concierto...

Eso sí, la Bartoli brilla. Tal vez los ataques sean menos limpios que antes, y se nota que la voz ha de calentar, que no se alcanzan ciertas notas y ciertas ornamentaciones sin realizar esfuerzo. Pero sigue valiendo la pena (desde luego) escucharla tanto en los pianissimi, como en los fuegos artificiales. Hay una genuina expresividad, además de la vis comica y los guiños al público, que forman parte del personaje, claro está...

La orquesta de Capuano sigue pareciendo igual de lisa. Pero desde aquí no se come a nadie. ¿Será que los únicos espectadores que deben ser tenidos en cuenta realmente son los de las cuatro primeras filas? ¿O que la única a la que se le debe escuchar bien por todas partes es a la Bartoli ?

En todo caso, triunfo para todos los intérpretes.

El chichirimundi que esto escribe, se escabulle durante las ovaciones.

Nb - ¿Alguien tiene contacto directo con Les musiciens du Prince-Monaco? ¿Podrían sugerirles que cambien de traje? Creo que quienes han ideado y pagado el uniforme deben de estar muy contentos de sí mismos, pero el caso es que los instrumentistas tienen aspecto de botones, o de soldados rasos directamente salidos de la primera guerra mundial, como si de repente uno de ellos fuera a interpretar Wozzeck. Hay en este uniforme de los músicos un tufillo clasista, de mercenario de medio pelo mezclado con servidumbre, que hace pensar en los peores momentos del obispo Colloredo.

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