España - Valencia
Magníficamente rodeado: Orlinski en Valencia
Francisco Leonarte

Hay intépretes que levantan pasiones, para
bien o para mal. Orliński es uno de ellos. Hay a quien le entusiasma y hay
quien no lo puede ni ver. El caso es que desde que circuló en las redes un vídeo
del muchacho cantando en calzón corto, el chaval (aunque al parecer tenga ya 32
tacos, Orlinski sigue cultivando una imagen peterpanesca de adulescente) ha
conseguido imponerse en todas las salas de concierto dando (sobre todo)
recitales por todo el mundo.
Es decir, que Orlinski tiene su público y sabe qué ha de hacer para encandilarlo. De ahí que distribuya monerías (gestos con el pelo, bromitas en inglés, contoneos, saltos de break dance... ) a lo largo del recital. En un momento, durante la hermosísima Sonata de Kerll, el cantante (que no tiene participación en la sonata) aprovecha para recorrer el patio de butacas con una lámpara. ¿Con qué finalidad? ¿Para que sus fans le vean más de cerca? ¿Chi lo sa? Desde luego no hay justificación dramatúrgica ninguna. Después se descalza y se tumba. Tampoco he entendido muy bien por qué, pero así es.
En todo caso se gana el arrobo de su público
entregado y la simpatía de buena parte del resto: creo que quien esto escribe
debe de ser de los pocos a quien todo esto le parecen simples payasadas, pero
bueno, también forma parte del marketing, imagino. Y a la Warner, que tiene la
exclusiva, el marketing le importa mucho...
La voz de Orlinski no tiene un color
especialmente bonito. Pero sus ornamentaciones son muy limpias. Y se le nota
cada vez más cómodo con su tesitura a medida que va avanzando el concierto,
hasta realizar una exhibición final en el último bis. ¿Tiene potencia? Bueno,
el hecho de cantar con Il Pomo d'Oro que es una orquesta pequeña, le permite no
tener que competir contra los instrumentistas. Pero es curioso que su voz suene
igual la dirija hacia donde la dirija, hasta el punto de poder sospechar algo
de amplificación, porque hasta cuando se vuelve hacia el fondo del escenario su
voz se sigue escuchando con el mismo volumen, y para dar un efecto de eco ha de
ponerse la mano delante de la boca... Su inteligibilidad no es de las peores,
tampoco de las mejores...
Cierto, la expresividad se encuentra entre sus
cualidades: siempre prefiriendo más a menos, siempre echando el resto, por
momentos uno desearía un pelín más de interiorización, un pelín más de reserva.
Pero al menos no se puede decir que «no lo dé todo», aunque a veces parezca un
poco exteriorizante.
También su técnica es más que aceptable, por
no decir «muy buena». Y su fiato, notabilísimo. Además proyecta hacia lo alto,
para toda la sala.
Y por último, en su haber, Orlinski en
escena es generoso. Es generoso en el saludo, siempre atento a sus compañeros.
Y es generoso también con las propinas. Y si el concierto -sin pausas- debía
durar oficialmente hora y diez, entre aplausos y bises (cinco) la cosa se
prolongó media hora más con la «Lucidissima facie» de La Calisto de
Cavalli, con «Chi scherza con amor scherza con foco» de Eliogabalo de
Boretti, con la muy hermosa «Alla gente a Dio diletta» de Il faraone
sommerso de Nicola Fago, con la repetición de «La certezza di tua fede», de
Sartorio, y con una quinta propina que servidor de ustedes confiesa no haber
podido identificar.
Quien a buen árbol se arrima...
Pero si algo me parece absolutamente
sobresaliente en Orlinski, es la gente de la que ha sabido rodearse.
En primer lugar su asesor de repertorio,
Yannis François, hombre polifacético que empezó como bailarín de Béjart, hace
ahora carrera también como barítono, y además pergeña programas musicales para
Fuchs, para Cencic o para quien nos ocupa, Orlinski.
¡Y qué bonito programa! Con obras que no
suelen ser traídas al recital, tal vez porque se consideran falsamente «demasiado
fáciles» o no lo suficientemente brillantes. Pero qué cantidad de tesoros,
algunos de autores relativamente conocidos (evidentemente Monteverdi, Cavalli,
Strozzi, Frescobaldi o Caccini con su famoso Amarilli), otros a
descubrir (uno se va con más ganas de Fago, de Netti, de Kerll...). Siempre con
la coherencia de quedarse en el siglo XVII (con la excepción del bis de Fago).
Y al mismo tiempo con una diversidad de tonos (culto, popular, atormentado,
sentimental, burlón,...) que impide la monotonía.
En segundo lugar, Il Pomo d'Oro.
Rara vez se consigue reunir un tal ramillete
de talentos. Las ornamentaciones de la primer violín son absolutamente
maravillosas (y el segundo no le va a la zaga). Las de la guitarra son fuera de
serie (tal vez fuera de estilo en el momento de mayor lucimiento, pero aun así
impresionantes). Y la sabiduría de la viola de gamba, y la seguridad del
cornetto, y el tino tanto de la arpista como del violonchelista, del contrabajo
y del clavecinista al bajo continuo.
Y cómo consiguen que en cada momento haya
variedad y rigor en los acompañamientos. Y ritmo alternando con la más
exquisita orfebrería musical. La citada Sonata de Kerll fue sin duda uno
de los momentos culminantes del concierto.
El público viene tal vez por Orlinski. Hay que
venir por el precioso programa, y por el Pomo d'oro.
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