España - Castilla y León
Ventaja para el estreno
Samuel González Casado
El concierto de abono n.º 3 de la
OSCyL, cuya conexión temática pareció residir en el mundo del folclorismo (muy
en general), se saldó con un resultado mayoritariamente anodino, solo roto por
el estimulante estreno de Anna Clyne Glasslands, que probablemente llegó
a gustar más al público que los mediocres resultados de las obras de Dvořák.
Pese al debe de la parca
información que se da en el programa de mano sobre esta obra (ni una mención a
que el instrumento solista es un saxofón soprano, ni la más ligera explicación
de en qué se inspira cada uno de sus tres movimientos, que tienen carácter muy
acusado), la obra fue un éxito, seguramente porque mezcla toda suerte de
estilos populares (folclore tradicional irlandés, new age, jazz, pop…)
con especial pericia. Sus tres movimientos pasan de lo descriptivo
(onomatopeyas incluidas) a lo evocador, y la arquitectura se repite
continuamente, lo que tiene distintos propósitos: sorpresas y contraste
ambiental en el primer movimiento, y lo que parece ser una suerte de cenotafio
paródico en el último, lo que aportó un subtexto fascinante.
Las melodías no tienen
trascendencia y es el imaginativo tratamiento orquestal y solista lo que otorga
a Glasslands su valor, como se aprecia en un segundo movimiento calmado
y muy fácil de seguir (al principio me recordó al ambiente de las
introducciones instrumentales de canciones del grupo The Cranberries, pero
evidentemente el asunto fue ganando en riqueza tímbrica y desarrollo). Algunos
recordatorios o citas (momento Prokófiev, por ejemplo) hicieron aún más
digerible el estreno, y por supuesto la excelente labor de la saxofonista Jess
Gillam, dueña de todos los resortes de una obra que fue compuesta pensando
específicamente en su sensibilidad y apabullante dominio técnico.
Del resto del concierto, poco hay
destacable. El director George Jackson, que sustituía a la anunciada Elena
Schwarz, no acertó con el concepto y se empeñó en ocultar o convertir en
intrascendentes los puntos más inspirados de Mi país y sobre todo de la Séptima
de Dvořák, esos que recordamos todos, dándoles la vuelta supongo que a favor de
una originalidad que ni siquiera estaba desarrollada. Fue una dirección de
detallitos aquí y allá, pero de poco amor al detalle en el fondo: frases
concluidas de cualquier manera, ocultamiento de melodías importantes, tímbrica
descuidada… El final del primer movimiento fue torpe, con poca tensión, mala
graduación de esta y más que discutible proporcionalidad entre las secciones
orquestales; y el segundo, sin direccionalidad clara, sufrió mucho en sus clímax.
Tercero y cuarto, más directos, fueron aceptables, y la sinfonía concluyó con
espectacularidad Deus ex machina que quiso maquillar algo sensaciones
anteriores. La orquesta, además, no estuvo fina: los violines sonaron pobres,
con poca dinámica, y, como en el concierto de abono n.º 1, se produjeron claras
descoordinaciones.
El programa de mano, una vez más,
fue un desastre, con erratas en sitios importantes (es posible y hasta
recomendable escribir de forma correcta el nombre de este concertino); notas de
circunstancias; y falta de unificación en general, lo que provocó el curioso
efecto de que, con algunos criterios errados por sistema, hubo ocasiones en que
se acertó de casualidad.
Mientras en numerosísimo público
abandonaba la sala, alguien que se quejaba de este Dvořák a un grupo de amigos
recibió la respuesta que titula esta crítica por parte de una ilustre abonada.
Y sí, de este concierto solo se recordará a Anna Clyne y a Jess Gillam, lo que no
sé si es muy halagüeño pero hace entrever como buena decisión el haber elegido
a Clyne artista en residencia esta temporada. Pese a todo, que la primera de
las tres obras encargadas haya brillado sobre un compositor tan popular no es
fácil. Espero con cierta impaciencia las dos restantes.
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