España - Madrid
Teatro RealUna pequeña historia que es todo un cosmos
Xoán M. Carreira

Una de las numerosas óperas inspiradas en el primer canto de Orlando furioso (1532) de Ludovico Orlando , de Haendel plantea una doble narración sentimental que se ve perturbada por la violenta irrupción de , un títere del mago Zoroastro. Una historia sencilla e intemporal que adapta sin el menor problema a tiempos recientes.
Aunque la ópera se divide en tres actos, se presentó una versión en dos partes, con un descanso en medio del segundo acto, después de que Orlando inicie su delirio paranoide tras reconocer en manos de Dorinda la joya que regaló a Angelica. Así se concentra la locura de Orlando, el tema central, en la segunda parte, que es un continuo crescendo de agresividad, locura y renuncia a la razón.
La acción sucede en una urbanización 'cutre' del extrarradio de una ciudad del sur de EEUU sin identificar (es posible que Guth aluda a Orlando, en el estado de Florida), en la cual se ha refugiado un Orlando - Stallone traumatizado por la guerra. Dorinda ya no es una pastorcilla y regenta una modesta hamburguesería en una vieja roulotte. Angélica y Medoro no necesitan apenas de modificación, y su elemento más característico, un automóvil que los alejará de los celos de Orlando, permanece constantemente en el centro de la escena sin otra función aparente que la de guardar las maletas de Angélica. Más conflictivo me parece el aggiornamento de Zoroastro como un siniestro funcionario de Servicios Sociales que alternativamente se transforma en un vagabundo alcoholizado.
Al margen de estas minucias, la narración dramática es ágil gracias una competente dirección actoral, y los espacios escénicos se resuelven eficazmente haciendo girar el edificio ofreciendo cuatro perspectivas del mismo, una de ellas la deteriorada parada de un autobús que no pasa nunca y que es utilizada por Guth para mostrarnos los soliloquios de Dorinda.
Ivor se encontraba en su salsa. Conoce profundamente las óperas haendelianas y ha sido uno de los artífices de su recuperación. Una vez más se muestra como un excelente concertador y disfrutó a ojos vista (y nos hizo disfrutar) con una dirección ágil, direccional, sabia, y rebosante de pequeños y deliciosos detalles de distinción.
La Orquesta del Teatro Real reforzada por el Monteverdi Continuo Ensemble sonaron orgánicamente y no dejaron percibir su origen mixto. El resultado emanaba frescura, empastaba en todo momento con las voces y sirvió eficazmente a la acción escénica
El elenco vocal fue otro elemento del éxito de este Orlando. Aunque hubo algunos problemas, el conjunto funcionó perfectamente y las escenas en que se interrelacionaban resultaron áun mejor que los números individuales. Orlando, el protagonista, interpretado por , comenzó con voz bonita, pero algo débil y no totalmente segura, aunque en pocos minutos comenzó a crecerse y antes de terminar el primer acto se había convertido ya en un auténtico protagonista. Su locura fue actoral y vocalmente impecable y consiguió arrastrar al público a su mundo distorsionado pero al mismo tiempo muy real. Como pasa en la escena de la locura de Lucía di Lammermoor cuando es bien planteada, uno se siente identificado tanto con la violencia desatada del propio 'loco' -y su sufrimiento hasta llegar ahí- como con los 'inocentes' que asisten horrorizados a una catástrofe que les coge por sorpresa y no acaban de entender.
Anna (Angelica) cantó impecablemente su parte y fue la más segura en sus ornamentaciones vocales, y sin embargo le faltó el 'punto de realismo' que impresionaba en Dumaux, hasta quedar un poco desdibujada. Por el contrario Giulia (Dorinda) consiguió ampliar su importancia hasta convertirse en otro de los 'anclajes' del público en esta historia y aunque no tiene grandes momentos vocales, se ganó al público con su voz y expresividad.
Costanzo (Medoro) y (Zoroastro) son dos cantantes muy profesionales, seguros técnicamente, y sus intervenciones fueron siempre un placer. Actoralmente cumplieron muy bien con sus roles, que en el caso de Boesch era especialmente complejo con esa doble faceta de vagabundo (obligado incluso a eructar en su aria de la borrachera e incluso a mearse en los pantalones) y sobrio funcionario. Vocalmente fue a la inversa, Roth pudo dedicarse casi exclusivamente a cantar su parte y se lució más, aunque Boesch tuviera una partitura mejor a su alcance.
Esta fue una de las ocasiones en que se cumplió lo de que la ópera es teatro musical, una representación donde la narración, la música, los elementos escénicos, la actuación dramática y la musical se unieron orgánicamente para crear un 'pequeño mundo', desgraciadamente muy similar al mundo real, al cosmos en el que vivimos.
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