Italia
Mejor habría sido en concierto: Importante Rossini
Jorge Binaghi

Siempre con una situación ‘particular’ (dos directores
generales -uno repuesto por un juez, el otro nombrado y no se sabe haciendo
qué- y un director del coro que no acaba de llegar) después de dos siglos y algún
año vuelve a la sala de su estreno (entonces el teatro lírico de mayor
importancia en Italia) el monumental trabajo de Rossini, al que todavía hoy los
teatros se le resisten.
Es cierto, es ‘experimental’: no tiene obertura, los
números solistas son pocos y sobre todo para la diva Colbran, señora Rossini, y
cada acto dura hora y media. Hay proezas como el famoso terzettone del primer
acto (así llamado por el propio autor, que lo ‘despedazaría’ en la versión con
final feliz para Venecia) y abreviaría en la versión para París (Le siège de Corynthe: para todo esto
véase el cap.33 del libro de Richard Osborne, Rossini, The Dent Master Musicians, Londres, versión revisada de
1993 de la primera edición, 1986).
En todo caso es una obra imponente, con un gran trabajo
orquestal, sobre un libreto no muy feliz -el único que Della Valle, que luego
se lamentaba- escribiera para Rossini que aunque recibe el nombre del antihéroe
masculino en realidad, como indica bien el título de la obra teatral, tiene de
protagonista a Anna, la hija del gobernador de Negroponte (Eubea), Paolo
Erisso. Quien, por ejemplo, tiene un papel dificilísimo (el primer intérprete
fue el célebre Nozzari) pero ningún aria. Mejor parados salen los otros dos,
Maometto con su extensa aria y cabaletta de salida, y Calbo con su gran escena
del segundo acto (‘Non temer di un basso affetto’), pero Anna, además de
monopolizar la larga y tremenda escena final, interviene en cuanto conjunto hay
y tiene además su cavatina inicial.
El coro tiene también una escritura muy imaginativa
(véase el coro femenino de inicio del segundo acto) y salió con honor del paso,
aunque la sección masculina resultó mejor.
Del gran trabajo orquestal -buena salud técnica del
cuerpo estable- dio cuenta Mariotti, el gran artífice del aspecto exitoso del
espectáculo, el musical. Fue un mago en la concertación, tuvo siempre una
dinámica y tiempos ideales, y creó desde el vamos la sensación de malestar y angustia
predominante en la ópera (no me sorprendería que el poco éxito que la ha
acompañado desde el principio se deba a esto. Como ‘ópera seria’ es muy pero
muy seria). Y cuidó a los cantantes.
El cuarteto protagonista se las trae. Tagliavini fue una
elección óptima, y caracterizado -y fue lo mejor en cuanto a personajes- como
un déspota intelectual pero violento y desmedido logró salir por momentos de
esa reserva un tanto excesiva que es habitual en él. Vocalmente tuvo una labor
descollante.
Berzhanskaya fue una protagonista ideal con excelentes
graves, buen centro, y agudos brillantes, y un estilo y técnica notables.
Vestida por su enemigo y ‘marcada’ equivocadamente su labor descolló. Pero como
es sumamente joven tendrá que considerar, creo, si opta por el registro de
mezzo (Falcon en el futuro), o de soprano (este rol le va como anillo al dedo,
pero alternar Dorabella con Norma -la protagonista- da que pensar).
Korchak ha experimentado una cierta evolución en su
órgano vocal que ahora tiene más cuerpo (en particular en centro y grave) y se
ha desprendido de toda nasalidad, y su Erisso fue ideal pese al frasco de suero
que lo acompaña en el primer acto para desaparecer en el segundo.
El Calbo en travesti de Abrahamyan fue algo débil porque
el volumen (en especial en el primer acto) resultó menor que otras veces, pero
se recuperó a tiempo para el segundo, aunque para su gran aria carece de los
graves de una contralto y tuvo que abrir el sonido. Pero lo hizo bien aunque su
interpretación pareció algo desganada (no se la culpe si se pasó toda esa
difícil escena atándose y desatándose con una soga que al parecer es símbolo
importante de algo, pero yo no sé de qué).
Los dos secundarios, sobre todo Calce (el más exigido),
estuvieron bien.
Y si aquí acabara la reseña tendríamos algo memorable. Lo
fue igualmente, pero afeado por la nueva producción que fue recibida con una
enorme silbatina y hasta algunos insultos.
Bieito había obtenido por esos días una pitada en Berlín
por su nueva Aida, y el premio a la
mejor puesta en escena de la temporada recientemente finalizada del Liceu por
su versión de L’incoronazione di Poppea (que
a Jordi Savall pareció gustarle menos): En el primer caso se lo acusó de falta
de ideas, en el segundo -que de paso da idea del nivel de las nuevas
producciones liceístas- se valoró precisamente su concepción.
Creo, personalmente, que todo se explica fácilmente.
Donde no hay poder, sexo y sangre (no sé en qué orden) la fantasía un tanto
desbocada del director de escena no tiene de dónde cogerse. Aquí sangre había,
pero el tema del poder, aunque existe, no está en primer plano y el amor, o es
casto o es filial. Y querer resolverlo con una especie de principio de acto
sexual no consumado en el largo dúo entre Anna y Maometto al principio del
segundo acto seguido de un acto más o menos sádico de la protagonista (a la que
no le sienta ni por casualidad) entre coqueteos con Selimo, exhibición de
pierna y atar con la dichosa soga al gran sultán (que tampoco parece muy
inclinado al masoquismo) no va a ninguna parte.
Que esto no es imaginación mía lo confirma el mencionado
estudio de Osborne, que claramente Bieito no ha leído, donde se lee: ‘Incluso
el largo dúo entre Anna y Maometto en el acto 2 (‘Anna, tu piangi’), Allegro Giusto 4/4 , Do mayor, posee un sentimiento paterno-filial, y Rossini, más
un maestro de agape que de eros, esculpe para nosotros una de
sus más clásicamente serenas melodías en el Larghetto,
‘Lieta inocente un giorno’ (6/8, La bemol mayor)’ (págs.. 238/39, o.c.,
traducción y subrayado míos). De modo que como el coro, vestido con diversas
ropas como para señalar la atemporalidad (o confusión temporal) y con carritos
de compras, bolsas de plástico y otras joyas parecidas (mientras el arpa en el
escenario ejecuta su parte impertérrita) no hace más que agitarse al punto de
parecer inmóvil es sobre todo un incordio que sólo al final del -genial-
concertante que cierra el primer acto se mueve con algún sentido.
Como esta era la primera función (la primera había
saltado por huelga) había mucho público que supo distinguir entre su rechazo de
esta tontería mayúscula y su aprecio por los responsables del aspecto musical.
Lo dicho: mejor habría sido en forma de concierto y también menos caro.
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