Alemania

Hélène Grimaud y la London Philharmonic Orchestra

Juan Carlos Tellechea
jueves, 16 de noviembre de 2023
Hélène Grimaud © 2023 by Mat Hennek Hélène Grimaud © 2023 by Mat Hennek
Düsseldorf, jueves, 9 de noviembre de 2023. Gran sala auditorio Mendelssohn de la Tonhalle de Düsseldorf. Heinersdorff Konzert – Klassik für Düsseldorf. Meister Konzerte. Johannes Brahms, Concierto para piano y orquesta número 1 en re menor op 15. Igor Stravinski, Suite del ballet Petrushka (versión de 1947). Solista Hélène Grimaud (piano, Steinway & Sons D). London Philharmonic Orchestra. Director Edward Gardner. Concierto organizado por Heinersdorff Konzerte-Klassik für Düsseldorf. 100% del aforo
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Todo lo que prometía de antemano esta sobresaliente velada de la London Philharmonic Orchestra bajo la batuta de su director principal, Edward Gardner, con la pianista Hélène Grimaud, organizada por Heinersdorff Konzerte-Klassik für Düsseldorf, se cumplió con creces, pero el público se quedó con gran apetito insatisfecho.

Sobre todo en la segunda parte, dedicada por entero a la suite Petrushka, de Igor Stravinski, la platea hubiera querido, por ejemplo, alguna otra pieza más del fabuloso trío de ballets de este compositor (Consagración de la primavera; Pájaro de fuego). En los bises, y tras las aclamaciones implacables de los espectadores, sonó todavía la tercera de las Danzas húngaras de Johannes Brahms.

Sin embargo no fue suficiente. Con su exquisito sonido, y ahora además con la precisión y claridad que dirige Gardner, la magnificente London Philharmonic Orchestra, con su amplio repertorio, sigue ejerciendo sobre sus oyentes una fascinación rayana en el delirio. La primera parte, consagrada al monumental Concierto para piano y orquesta en re menor nº 1 op 15, de Brahms, puso de relieve tanto a la solista como a la orquesta; al punto de que la obra ha sido descrita como una sinfonía con piano obbligato.

Clima vehemente

Esta impresión cobra todo su sentido al escuchar la interpretación de Hélène Grimaud, una de sus piezas de intrepidez favoritas. Edward Gardner comienza la larga introducción orquestal del amplio y lento Maestoso, sumergiendo al público en un clima vehemente de acordes machacones. Si bien suena majestuoso, le falta el énfasis del resto de esta interpretación.

Tras una entrada casi de puntillas, el piano de Hélène Grimaud se funde en el discurso sinfónico. Pero los estados de ánimo pronto se vuelven muy contrastados, ya que este movimiento se desarrolla con gran libertad formal. En el tierno e íntimo Adagio, también en re menor y dedicado por Brahms a Clara Schumann, el director de la London Philharmonic realiza una puesta en escena, muy lenta y pianissimo, con tempi aún más lentos para realzar la expresividad de lo que es un ensueño, una meditación apasionada.

Grimaud utiliza aquí un espectro muy amplio de matices. En marcado contraste, el Rondó. Allegro non troppo final, con su robusta alegría, progresa a través de sus numerosos temas en un modo de variación, un género en el que destaca Brahms sobremanera. Una fina dosis de adrenalina marca la batuta del director, permitiendo que los pasajes solistas emerjan con fuerza o contención.

Ímpetu deslumbrante

El Prestissimo del cierre, con su deslumbrante ímpetu, arrancó los estallidos de ovaciones y sonoras exclamaciones de aprobación de los espectadores que colmaban la sala Mendelssohn de la Tonhalle de Düsseldorf. Esta interpretación, en un marco orquestal opulento, reveló una paleta pianística que no carece ciertamente de garbo, dado el compromiso físico exigido al intérprete, pero que es casi demasiado amplia, desde el toque impalpable hasta la potencia telúrica, hasta el punto de desdibujar la coherencia global de la parte solista.

No cabe duda de que este concierto, más que ningún otro, exige un agudo sentido de cómo equilibrar la imbricación del piano con el tejido sinfónico. Tres veces salió y entró de nuevo al escenario Hélène Grimaud para agradecer con amables reverencias las aclamaciones de la platea. 

En los bises la pianista tocó entonces la Bagatelle III, de Valentin Silvestrov, con una delicadeza, sensibilidad y elegancia que dejaron impenitentemente arrobado al público en sus butacas antes del intervalo.

Igor Stravinski

Petrushka, "escenas burlescas en cuatro cuadros", estrenada en 1911 en el Théâtre du Châtelet, de París, bajo la dirección de Pierre Monteux, es una sucesión de imágenes que Igor Stravinski trata como una especie de collage, más que como una verdadera narración. Musicalmente, recuerda más a La consagración de la primavera (1913) que a El pájaro de fuego (1910). 

Estas imágenes, que incluyen una famosa aria, "Tenía una pata de palo" y varios temas populares rusos, ofrecen un nuevo lenguaje y un expresionismo que anuncian la revolucionaria obra de 1913. Hay en ellas un milagroso equilibrio entre lo figurativo y lo abstracto. La narración, vista solo a través de la música, es extraordinaria. De las tres, Petrushka es una obra fundamental, de ruptura y de opción radical sobre el futuro.

Edward Gardner acertó al situarse en este camino, subrayando hasta qué punto el trazo es limpio, centrado en el timbre, casi dando la espalda a la melodía en beneficio del ritmo. Toca la versión de 1947 que recurre a una vasta orquesta, cuatro maderas, cinco trompas, tres trombones, tres trompetas, además de una impresionante sección de percusión. Es una visión extravagante de la feria de carnaval desde el principio, con líneas deliberadamente crudas, pero con algunos episodios muy contrastados, incluido el llamado "juego de manos" y su ingenioso solo de flauta, que aquí es calculadamente lento.

En el segundo cuadro, "En casa de Petrushka", la lectura se alarga voluntariamente, en particular durante el breve solo de piano. El siguiente cuadro, "En casa del moro", tiene algo de aterrador en la danza de los instrumentos graves, incluido el contrafagot, sobre el susurrante tintineo de los platillos. Gardner subraya el aspecto rítmicamente original de la "Danza de la bailarina", un dechado de lo grotesco en la música, con sus rupturas y su métrica variable, un anticipo de la espasmódica y primigenia Consagración de la primavera.

No rehúye lo teatral

El regreso del ambiente bullicioso de la feria aporta una tensión lúdica renovada en la que la "Danza de las niñeras" y sus ondas orquestales se integran con naturalidad. Las demás danzas muestran sus diferencias, la "danza del oso" (¡mágica!), al estilo de la popular bastringue, y la "danza de los cocheros y mozos", con su chirriante mecánica. Los matices aquí se llevan al extremo, en una visión que no rehúye el teatro, al crear atmósferas muy distintas, hasta el punto de provocar el choque, por ejemplo mediante un mecanismo de repetición embriagador.

La London Philharmonic lo hace con brillantez, porque se ha apropiado con gran vocación del sonido de esta música.

El final de la "Muerte de Petrushka", que comienza tras un silencio sostenido, desarrolla su secuencia de forma mórbida y cáustica. Gardner crea una atmósfera enrarecida, transmitiendo a la vez tristeza e infinita poesía sobre el trágico destino de la marioneta. En todas partes ha demostrado también la naturalidad de las transiciones dentro de esta singular obra de collage y ha dejado una impresionante huella en los contornos nítidos de sus viñetas coloreadas. 

Fue verdaderamente una interpretación comprometida y musicalmente muy bien lograda.

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