Italia
Telones pintados y autenticidad operística
Agustín Blanco Bazán

Algunos lectores seguramente han accedido a las trasmisiones en vivo de las funciones de ópera de las salas agrupadas en el proyecto TeatroNet, una robusta colaboración de los teatros de ópera de Emilia Romagna (Bologna, Ferrara, Parma, Piacenza, Módena, Reggio Emilia, Ravenna y Rimini). Son producciones no sólo compartidas entre ellos sino también exportadas urbi et orbi vía YouTube por varios meses vía el canal YouTube de OperaStreaming.
Esta visita para el Don Carlo que cerró la temporada en el Comunale de Módena no sólo respondió a mi interés por conocer un teatro histórico sino también por apreciar de cerca el lugar de una formidable rutina artística desarrollada durante la pandemia Covid: sobre fines del 2020, El Comunale (rebautizado Comunale Pavarotti-Freni en homenaje a los dos grandes cantantes de Módena) convirtió su sala vacía en una arena donde se ofrecieron excelentes y novedosos experimentos escénicos con Traviata, Dido y Eneas, Werther y Cenerentola.
También Don Carlo se presentó a sala cerrada, en versión de concierto en el 2021, con el mismo director de orquesta y la misma pareja real (Anna Pirozzi y Michele Pertusi) que ahora. Todos ellos expresaron entonces su esperanza de volver a este Comunale, que finalmente logró presentar a un entusiasta público local una producción tan desvergonzadamente tradicional como descollante en su entrega y autenticidad. Esta fue una gran velada de ópera italiana alla italiana, con cantantes capaces de frasear su lengua materna como pocos no italianos logran hacerlo en las casas internacionales. Y con una regie de esas en que, con el fondo de sugestivos telones pintados, los cantantes se precipitan al proscenio para espetar su tragedia al público con una convicción irresistible en su capacidad para arrancar ovaciones espontáneas.
En un mundo donde frecuentemente la ópera se encuentra aprisionada por videos y efectos especiales tan distanciados de su verdadera carne dramática, el enorme taller de pintura de decorados del Comunale es un lugar único, ubicado al mismo nivel de un techo que todavía muestra el rústico maderamen detrás de un cielo raso magníficamente decorado. Se trata de un taller que aún produce telones no sólo para las óperas de la casa sino también de otros teatros. En mi caso, aprendí a admirar la tradición de los telones pintados en el Mariinski de San Petersburgo.
Y también en este Don Carlos la
calidad del trazo y su diferenciación con pocos decorados (el mausoleo de
Carlos V, la Virgen ante la cual reza Felipe, etc.) fue realzada con una
sugestiva iluminación. Similarmente sugestiva me pareció la atmosfera teatral
de un teatro que parece haber evitado renovaciones intrusivas para mantener su
encanto original. Finalmente, la tradicionalidad de los decorados pareció
extenderse a la de la sala para así crear un todo casi mágico de integración
entre la ficción escénica y la de un público ferviente entronizado en el
decorado también de fábula de la sala de butacas.
En medio de esta ambientación de fantasía, mi mayor reparo fue para el movimiento de comparsas, algo desordenado y con una naturalidad mal entendida. Porque no se trata de hacer marchar soldados, monjes y obispos por el escenario como si estuvieran en el café de la esquina. Debe mas bien instruírselos en la parsimonia necesaria para llevar cascos, sombreros, lanzas o espadas con la intensidad, el aplomo y la sincronización necesaria para resultar teatralmente convincentes.
Los solistas en cambio
sí que sabían lo que estaban haciendo y gracias a ellos sus gesticulaciones se
impusieron con una convicción contagiosa. Michele Pertusi interpretó un Felipe
II excepcionalmente interiorizado a través de un fraseo palpitante y una presencia
escénica temible en su confrontación con Posa en el primer acto y con
Elisabetta en el tercero, y conmovedoramente doliente en un monólogo que el
público aplaudió a rabiar y por varios minutos. Nuevamente aquí vimos ópera “a
la antigua”: hasta el director de orquesta se unió con su aplauso a los
espectadores mientras el bajo elevaba su mirada en agradecimiento a las
galerías altas.
La emisión de Anna Pirozzi (Elisabetta) es tal vez algo pesada y de excesiva densidad para “Tu che la vanitá”… ¡pero qué fuerza y convicción la de su registro medio! ¡Y qué marcación de detalle vocal en momentos claves, como su despedida de la Condesa de Aremberg!
Teresa Romano afirmó una Eboli
deslumbrante en el pasaje al registro alto en “O don fatale”, y los dos no
italianos, Vasily Ladyuk (Rodrigo) y Ramaz Chikviladze (Gran Inquisidor)
estuvieron a la par de los nativos, el primero con un legato de sólido mordente
y el segundo con la penetrante emisión requerida para el avasallante pathos de
su personaje. Piero Pretti cantó un Don Carlo de voz fresca y expansivo timbre
lírico en “Io la vidi e al suo sorriso” y, junto a Pirozzi, logró conmover en
un dúo final que lo tuvo todo, desde la mezcla contradictoria de heroísmo e
incertidumbre del comienzo al extático abandono de “ma lassu ci vedremo.”
Y felicitaciones también para Andrea Galli, no sólo el conde de Lerma sino ese Heraldo que debe asumir uno de los roles mas pequeños pero tal vez el más riesgoso de esta ópera. Me refiero a la orden dada a capella de abrir las puertas del templo para que de él salga Felipe. Galli cantó esta “Schiusa or sia la porta del tempio!” con una seguridad de comando a la par de la gloriosamente asertiva respuesta orquestal.
La dirección orquestal de Jordi Bernàcer (Alcoi, 1976) se caracterizó por un consumado apoyo a los cantantes y un cuidado de detalle y expresión que alcanzó su cima en el preludio maravillosamente ejecutado al mónologo a “Ella giammai m'amò.” Fue aquí donde la eficiente orquesta Arturo Toscanini, exploró los claroscuros en las texturas con apacible e intensa expresividad en contraste con el solo de chelo elegíacamente desarrollado por Pietro Nappi. Otros fuertes de esta orquesta fueron los asertivos metales y el empaquetamiento conclusivo de los tutti durante los cuales Bernàcer volvió a acreditar su capacidad concertadora.
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