Reino Unido
Los transcendentes claroscuros del nuevo Jephtha del Covent Garden
Agustín Blanco Bazán

"How
dark, O Lord, are thy decrees." (Qué oscuros, Señor, son
tus decretos). La misma oscuridad que estaba invadiendo al compositor de este
coro. "Hasta aquí he llegado el 13 de febrero de 1751, incapacitado de
seguir debido a la disminución de la vista en mi ojo izquierdo” anotó un Händel
que enseguida comenzaría también a perder la vista del derecho. El reproche
coral corresponde a Jephtha, un oratorio genial en sus alternativas de
tinieblas y luminosidad, ahora presentado como ópera en el Covent Garden por
Oliver Mears, en una puesta de provocativa genialidad.
La escenografía consiste en dos enormes paneles que se abren o cierran para atrapar a los personajes y a veces para producir aperturas de humor, tragedia o esperanza. Humor, por ejemplo, al comienzo cuando a través de una apertura los paneles se abren para dejarnos entrever una colorida orgía de los amonitas que han aprisionado y seducido al pueblo judío con su poder y sus ritos paganos.
Al frente de los paneles o bien en el
proscenio vemos a judíos zelotes representados con la opresiva pacatería que
los relaciona con los cristianos Amish
o menonitas. Los hombres, todos de negro y con barbas y sombreros, y siempre
separados de sus mujeres de gris y cofia blanca, se lamentan o glorifican a
Jehová con obsesiva intensidad.
Esta no es una puesta destinada a ensalzar al Jehová, sino una crítica despiadada a cualquier fanatismo religioso. Jephtha parece horrorizarse cuando su esposa Storgè trata de acariciarlo tímidamente, porque entre estos fanáticos el sexo es pecado.
En esta opresiva atmósfera, Iphis, la hija de Jephtha, y su pretendiente Hamor comienzan compartiendo furtivamente sus ilusiones mientras el protagonista los observa escondido y en actitud de reproche. Los dos jóvenes verán finalmente sucumbir sus ilusiones y sus esperanzas cuando el protagonista confiesa que para triunfar en su batalla contra los amonitas ofreció sacrificar a la primera persona que se aproximara a recibirlo. E inevitablemente, en este Idomeneo judío, la víctima es Iphis.
Los paneles se abren súbitamente al fondo
para mostrarla tratando de correr hacia su padre con una guirnalda para
festejar la victoria que la señalará como víctima: “Qué oscuros, Señor, son tus
decretos”
Pero hay un lieto fine porque a través de esta misma apertura del fondo que ha
dado paso a Iphis, aparece el ángel salvador anunciando que nuestro dios no
quiere sacrificios humanos. Sólo le basta arruinarle la vida a Iphis que deberá
entrar a su servicio como virgen consagrada.
Durante un final de magistral acción
dramática, el pueblo se rebela contra Jephtha mientras las mujeres se abalanzan
para vestir de monja a una Iphis que finalmente rechaza este mensaje de la
Biblia y Händel para arrancarse estos hábitos y escaparse con su amante.
En una palabra este es un Anti-Jephtha, ideológicamente hablando pero,
¡qué cuidado ha puesto Mears en sincronizar dos polos opuestos, a saber, su
antítesis de dramaturgia con la poesía y trascendencia de una partitura
incomparable! En esta gran creación escénica, todos sufren y se rebelan, pero
también consiguen mostrar ternura y compasión en medio de sus contradicciones
psicológicas. Lo hacen sincronizando cada movimiento con una partitura que así
consigue demostrar su excepcional valor teatral. Es siempre arriesgado
teatralizar un oratorio de Händel, pero este trabajo de Mears lo equipara al de
Peter Sellars para Glyndebourne con Theodora.
Laurence Cunnings dirigió con urgencia expresiva a la orquesta de la casa y apoyó cuidadosamente el desempeño de un modélico grupo de cantantes.
Nunca recuerdo haberme emocionado frente a la celebérrima aria “Waft her Angels” como en esta interpretación del Jephtha de Allan Clayton. Alice Coote interpretó a Storgè con toda la energía y frustración pedida por Mears, y Jennifer France fue una Iphis de luminoso timbre lírico.
Cameron Shahbazi se reveló como un contratenor de timbre
cálido y buen fraseo en su rol de Hamor, aquí beneficiado por la historia paralela de
un joven que se ha incorporado al ejercito de Jephtha para conseguir los
favores del padre de su amada pero que se horroriza ante la carnicería
celebrada por los hebreos. Bien marcado y claro en dicción estuvo Brindley
Sherrat como Zebul, el hermano de Jephtha.
El niño Ivo Clark cantó su ángel con excelente voz
blanca, sin vibrato pero algo tembleque. De cualquier manera fue esta última
fragilidad la que le proporcionó el siempre bienvenido encanto de la inocencia
infantil frente a las maquinaciones de los adultos.
El coro de la casa no sólo cantó haciendo honor a la
tradición de la casa en materia de Händel sino que actuó con mágica coherencia
de masa en intervenciones de histriónica expresividad de movimiento.
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