España - Cataluña
Reflexiones sobre un (otro) Winterreise
Silvia Pujalte
¿Otro Winterreise?
La pregunta flota en el ambiente del pequeño mundo liederístico catalán desde
hace un tiempo, acompañada de otra pregunta: ¿Es necesario? Es cierto que
últimamente se programa a menudo el ciclo de Schubert; hace dos años llegó a
interpretarse el mismo día en tres (¡tres!) importantes escenarios de
Barcelona. Es cierto también que la repetición podría llegar a convertir la
obra en algo rutinario o, Mozart no lo quiera, en algo banal. Pero también se
interpretan regularmente La Pasión según
San Mateo o El Mesías (al menos, Winterreise no es estacional) y el
público lo agradece acudiendo. Al fin y al cabo, hablamos de obras maestras y,
como tales, si los intérpretes están a la altura, cada audición nos la
redescubre. O eso esperamos cuando salimos de casa camino de la sala de
conciertos.
Ese era el caso del Winterreise objeto de esta reseña: intérpretes a la altura. Lo
cantaría el barítono Simon Keenlyside, consumado liederista y uno de los
mejores intérpretes de Schubert que he escuchado. Hará cosa de diez años le
escuché en este ciclo y, si las circunstancias permitían una segunda vez, desde
luego haría lo posible por no perdérmelo. Al piano estaría el pianista
acompañante más veterano del entorno británico, Roger Vignoles. O quizá debería
de decir pianista colaborativo, porque él así lo prefiere. Independientemente
del adjetivo, un pianista sensible e inteligente.
Así que me dirigí feliz al Auditori AXA dispuesta a
que Keenlyside y Vignoles me hicieran sufrir. Los aficionados al lied somos
así: vamos a escuchar Winterreise esperando
salir del auditorio como si nos hubiera pasado por encima una apisonadora.
Cualquier otra cosa sería una pequeña decepción. La cuestión es que me dirigí
feliz al Auditori AXA, pero como aficionada, sin tener ni idea de que acabaría
escribiendo esta crítica. Pero las cosas van como van. El crítico titular no
pudo finalmente asistir al concierto y me pidió que escribiera en su lugar, y
al crítico titular no puedo negarle el favor. Y aquí me tienen, escribiendo una
crítica por primera vez en años. Cuando acabe, volveré a mi cómoda posición de
aficionada.
¿Se escucha igual una obra cuando se va a reseñar?
No. O, al menos, yo no. Cuando hacía crítica iba tomando durante el recital
notas mentales para compartirlas después con los lectores y transmitirles mis
sensaciones, y en este caso no tomé ninguna. Pero como sí que escuché
atentamente, algo podremos hacer. Por si fracaso en el intento, déjenme que les
diga ya que fue un magnífico Winterreise
y que la apisonadora cumplió su función.
Seguramente lo primero sería hablar del estado vocal de Simon Keenlyside, porque todos cumplimos años, y él ha cumplido sesenta y cuatro. Se puede resumir en una palabra: admirable. Vino a Barcelona entre funciones de Rigoletto en el Covent Garden y no se apreció el menor signo de fatiga ni de desgaste. Si algo me sorprendió fueron unos graves que no recordaba tan contundentes (en “Gefrorne Tränen”, por ejemplo); por lo demás, la flexibilidad y la capacidad de colorear marca de la casa seguían allí, como siempre, como seguía la expresividad, porque eso no tiene que ver con los años. Ya que hablamos de edades, el gran Roger Vignoles tiene setenta y ocho años, así que los artistas sobre el escenario sumaban ciento cuarenta y dos, algo no muy frecuente en un recital de lied.
Y me gusta mucho escuchar a músicos jóvenes, descubrir con ellos
nuevas maneras de hacer música, pero me gusta incluso más escuchar a músicos
veteranos, disfrutar de su experiencia. No es que tengan las obras
interiorizadas; en un mundo ideal, ningún dúo de ninguna edad subiría a un
escenario a interpretar Winterreise sin
tenerlo interiorizado. Es algo más que eso: es un poso, una naturalidad, una
facilidad, una cercanía. Es la capacidad de compartir la sabiduría acumulada a
lo largo de las décadas. Quizá esto solo sea una impresión; quizá Keenlyside y
Vignoles levantarían una ceja perplejos si llegaran a leer estas líneas, pero
es mi impresión y es lo que tengo que transmitir a los lectores, qué se le va a
hacer.
Escuchamos una historia tantas veces contada, pero
fue su historia. La rabia de “Gute Nacht”, que no ocultaba la fragilidad del
enamorado ni la pena de la despedida; la ansiedad de “Erstarrung”. La nostalgia
al inicio de “Der Lindenbaum” y la imagen amenazadora del final. La tristeza de
“Rast”, y esa manera de decir “wurm”, de
sentir ese gusano que roe infatigable el corazón del caminante. Contrastando
con la música luminosa de “Frühlingstraum”, el dolor de la añoranza. A partir
de ahí, quizá la certeza de que el pasado nunca volverá y el convencimiento
paulatino de que no hay futuro. La sinceridad de “Im Dorfe” (“Ich bin zu Ende mit allen Träumen”, “Ya
no me quedan sueños”). Un estremecedor “Der Wegweiser”; la angustia de esas
palabras, “ohne Ruh', und suche Ruh'"
(“sin reposo, y busco reposo”) dejaban sin aliento.
¿Cómo llegó nuestro caminante a “Der Leiermann”?
Con una lucidez que cortó cualquier hilo de esperanza que nos pudiera quedar.
La manera de decir de Keenlyside atrapa; describió de tal manera al músico
ambulante que le vimos; al menos, esta cronista lo vio. Sus pies descalzos, su
miseria, los gruñidos de los perros, su estar ajeno a todo. Y viendo esta
imagen, la última pregunta del caminante fue como un bofetón.
Lo que les decía: a los aficionados del lied nos
gusta que nos hagan sufrir. Y vaya si sufrimos.
Comentarios