Alemania
Gershwin, altisonancia y ruido
J.G. Messerschmidt
La Orquesta de la Radio de
Múnich es un conjunto muy versátil, una de cuyas especialidades es la música
ligera de calidad. En este sentido, la obra de Gershwin encaja bien en el
repertorio de la orquesta, que en esta ocasión actuaba con el Thilo Wolf Jazz
Quartett. La velada prometía ser despreocupada y amena. La primera obra del
concierto fue la popular obertura de Girl
Crazy y con ella empezaron los equívocos. La dirección orquestal de Enrique
Ugarte resultó desde esta primera intervención bastante desafortunada.
Evidentemente se pretendió
ofrecer interpretaciones al estilo de las que podría haber hecho alguna de las
grandiosas orquestas de música ligera activas entre las décadas de 1950 y 1980,
como las de Paolo Mantovani, Edmundo Ros, etc. Pero aunque los músicos de la
Orquesta de la Radio de Múnich son ideales para ello, sin una adecuada
dirección no se llega, ni mucho menos, a buen puerto y la cosa se queda en un
precario remedo.
La orquesta sonó estridente,
apelmazada, sin diferenciación de planos sonoros. Faltaron matices en el fraseo
y en la dinámica, mientras que la faceta rítmica fue resuelta de manera bastante
tosca. El resultado fueron versiones al mismo tiempo ampulosas, ensordecedoras
y con un inapropiado sobrepeso de los metales. Es una pena que una orquesta tan
buena sea tan mal dirigida: como diría el Cantar
de mío Cid “qué buen vasallo si oviesse buen señor”.
El Thilo Wolf Jazz Quartett, por su parte, resulta igualmente decepcionante. Sus rutinarias interpretaciones adolecen de una cierta rigidez y de una notable ausencia de swing. Los arreglos a los que se recurrió, varios de ellos del propio Thilo Wolf, no pueden ser considerados convincentes. En conjunto en el concierto faltaron tanto sensibilidad estilística como un concepto estético coherente, lo que condujo a versiones grandilocuentes, fallidamente eclécticas, contradictorias y musicalmente insatisfactorias.
Un factor que contribuyó a
echar a perder la velada fue el uso de amplificadores. Desgraciadamente está
bastante generalizada la abstrusa creencia de que en todo concierto de jazz,
independientemente de la acústica del espacio en el que tenga lugar, se debe
utilizar amplificadores de sonido, aparatos que siempre desvirtúan la calidad
musical de una interpretación, por lo que debería recurrirse a ellos sólo
cuando se renuncia a pretensiones estéticas y si no queda otro medio de hacerse
oír. Emplearlos en una sala de excelente acústica, que por sí misma amplifica
el sonido, y más aún cuando detrás de los solistas toca una orquesta sinfónica,
simplemente es destrozar la música.
Para colmo, las piezas se
interpretaron en un orden diferente al que figuraba en el igualmente desafortunado
programa de mano.
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