España - Galicia
Lo nuevo, viejo; y viceversa
Alfredo López-Vivié Palencia
Programa atractivo el que
presentaba hoy la Real Filharmonía con su nuevo director titular Baldur
: una pieza que, de tan obvia, apenas se toca; el estreno de la
última obra de un joven compositor gallego; y una sinfonía de la mitad del
siglo XIX que nadie de quienes asistíamos a la función había escuchado antes en
vivo. Por otro lado, segundo concierto de Brönnimann esta temporada de abono, y
segunda experiencia más que satisfactoria desde todos los puntos de vista y de
oído.
He visitado Tribschen unas
cuantas veces, y casi siempre me he encontrado solo paseando por sus
habitaciones mientras sonaba de fondo el Idilio
de Sigfrido. La impresión allí es normalmente grata, porque se añaden las
vistas espectaculares del Lago de los Cuatro Cantones. En concierto puro y duro
es más difícil que cause esa misma impresión: la pieza es repetitiva y se hace
larga. Tal vez por eso Brönnimann optó por un tiempo ligero que le dio a la
cosa un aire más de divertimento que de idilio; salvo en el último tercio, en
el que sí consiguió una hermosa ensoñación. La orquesta -en la versión
ampliada, claro está- tocó impecablemente, con mención especial para el primer
trompa.
Nunca había oído nada de Hugo
Ciertamente Schattenhaft es difícil, pero no es aburrida. Escrita para orquesta tradicional con dos percusionistas y un piano, el lenguaje es muy radical, pero a estas alturas no presenta nada especialmente novedoso (el propio compositor refirió que estaba empleando recursos ya utilizados hace décadas).
El autor recurre las más de las veces a tiempos rápidos (por una vez no es el consabido Adagio), y el resultado auditivo -gracias a una escritura sin borrones y a una ejecución muy atenta por parte de orquesta y director- consigue un cierto ambiente de banda sonora que mantuvo el interés durante sus quince minutos de duración.
Como era de esperar, el público la
recibió con aplausos de mera cortesía. Lo que no quita para felicitar a los dos
percusionistas -permanentemente ocupados en todos los utensilios de cocina
imaginables, en especial rasgando sus respectivos gongs-, y a la pianista -que
se jugó un lumbago por tener que estar continuamente inclinada pinzando las
cuerdas de su instrumento-.
El compositor sueco Franz
La principal singularidad de
esta pieza de media horita de duración es que está dividida en tres movimientos
(rápido-lento-rápido), aunque dentro del Adagio se contiene de manera abrupta un
Scherzo. La segunda singularidad consiste en que Berwald -ajeno a la influencia
de los compositores continentales de su época- hizo una obra sin melodías, sustentada
en pequeñas células rítmicas y cuyo principal atractivo está en el juego
armónico que las impulsa, quedando a medio camino entre el clasicismo y el
romanticismo. Además está escrita para orquesta convencional, con trombones
pero sin más percusión que el timbal.
De manera que el secreto para
tocarla con éxito reside en esos dos factores: un pulso incansable en la cuerda
y el resalte de maderas y trompas para darle color. Brönnimann lo logró de
manera rotunda haciendo que la obra se escuchase con naturalidad, merced a una
articulación inmaculada de las diferentes secciones de la cuerda, y al empaste
de los instrumentos que por algo se conocen como “harmoniemusik”. Todo ello,
haciendo que la orquesta sonase grande, con cuerpo pero sin estridencias ni
desequilibrios, al tiempo que todo el mundo -a uno y otro lado del escenario-
descubría una obra nueva cuya escucha en estas condiciones se hace agradable y que
le sienta como un guante a la Real Filharmonía.
Comentarios