España - Cataluña
Gran Teatre del LiceuLos desastres del amor
Jorge Binaghi
La única vez que pude ver esta obra maestra fue en 2019 en Ginebra, como aquí mismo dejé escrito. Voy a empezar citándome:
Más de cien años separan esta rarísima Médée de la más famosa de Cherubini, también estrenada en París. Siendo la única obra lírica estrenada públicamente por su autor y en edad tardía (es de suponer que el predominio de Lully en la escena lírica parisina tuvo que ver) no se entiende que no haya tenido mayor difusión y que hoy en día se trate casi de una primicia.
Las cosas no han cambiado mucho desde entonces y en esta oportunidad, que supone el estreno de la obra en el Liceu (supongo que también en España, pero no tengo datos fehacientes), sólo se trató de una única función en forma de concierto y gracias al equipo que la presentó en Berlín con una puesta en escena de
Supongo que no fue extraña la elección a la presencia de la pareja - , muy apreciada aquí, y a la que atribuyo la buena entrada que ofrecía el teatro aunque lejos del ‘agotado’ deseable, pero el Liceu es un teatro muy grande para un título desconocido del barroco y francés, que puede por sí mismo atraer a los amantes del repertorio, pero no tanto al público ‘tradicional’ del Teatro.
Que algunos se marcharan a final de la primera parte (los tres primeros actos seguidos, tal vez algo largo en duración, pero que todo el mundo acepta sin chistar cuando se trata de algunos compositores) y varios salieran de estampida al final de la función no es prueba de nada referente al nivel de la ejecución o al valor de la obra.
El título de la reseña actual parte del relieve que, sin la ‘distracción’ de una parte visual (pero qué bien interactuaban los cantantes, con qué dramatismo incluso en soledad) deja bien claro, pese a que el Amor como personaje es simpático y agradable y bienintencionado, que la última responsabilidad es de ese sentimiento tan poderoso como malentendido y que tiene su momento más evidente (pero no el único) en el gran soliloquio de la protagonista al final del tercer acto ‘Quel prix de mon amour! Quel fruitde mes forfaits!’, pero que también determina las desgracias de su rival, Creusa, del prometido desdeñado de ésta, Oronte, del padre, Creonte, y del propio Jasón, para no hablar de la ciudad entera de Corinto.
Rattle se ratificó en su grandeza de director incluso en un repertorio que en principio podría parecer alejado de sus intereses principales. Pero allí estuvo, repitiendo el texto en silencio, acompañando a sus músicos (magníficos la orquesta barroca de Friburgo y ni qué decir el coro de la ópera estatal de Berlín) y manifestando a las claras su complacencia por la música y los resultados obtenidos. Los aplausos finales que involucraron a todos así lo confirmaron.
Ciertamente no se requieren aquí audacias ni virtuosismos vocales, sino algo bastante más difícil: respeto escrupuloso de la partitura, dicción clara y exacta, rigor técnico y estilístico y expresión de sentimientos sin desmelenamientos. Del primero al último todos cumplieron con este requisito aunque hubo alguno que se extralimitó en lo último:
Kozená tiene su repertorio de elección en esto y su protagonista fue magnífica (sin hacerme olvidar a la Antonacci) en todos los aspectos: alguna nota velada, alguna otra artificialmente subrayada, no quitan ningún valor a su entrega total.
Jasón es probablemente el más ingrato de los protagonistas, pero
Los secundarios lo hicieron todo muy bien (incluido, con la participación, además, de von Mechelen, Tittoto y Sampson, ese prólogo de alabanzas al ‘gran Luis de Francia’, que tal vez podría suprimirse sin demasiada pérdida). Amzal fue un excelente Amor además de la sirvienta Cleone, Cukrová una muy buena Nérine (o Neris) y Belona, la diosa de la guerra, mientras las voces oscuras de Gonzalo Quinchahual y Dionysios Avgerinos interpretaban, respectivamente, Arcas y los Celos, y la Venganza.
¿Será mucho querer ver esta obra maestra al menos una vez más?
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