Estados Unidos
Cada vez más difícil
Jorge Binaghi

Hace cinco años de mi última visión de esta obra. Pasa el
tiempo rápido. Mi crítica se llamaba A medio gas. El título que lleva ésta es
su continuación, lamentablemente.
Nunca había visto este título, que admiro pese a algunas
reservas sobre el libreto, en el Met. Y suponía que una reposición de una vieja
producción con la garantía de los nombres del decorador y director de escena
(aunque éste fuera un recuerdo) sería una satisfactoria versión ‘tradicional’.
Empecé a alarmarme cuando leí que al ‘desempolvar’ (nunca mejor dicho) los
decorados habían volado nubes de polvo y otras cosillas en el Met. Bien.
El resultado fueron los decorados más feos que recuerde de
Schenider- Siemmsen para los actos extremos, y muy bonitos pero sumamente
anticuados para el central. De la dirección de actores no sé qué queda, pero me
parece que casi nada, y cada uno campaba por sus respetos (si se tomaba el
trabajo. Otros cantaban y punto. La mejor en el aspecto de interpretación fue
la Elisabeth de van den Heever que intentó hacer creíble su personaje). La
iluminación no se destacó precisamente, pero lo peor fue la coreografía de la
bacanal que hoy es de carcajada: una especie de ejercicios gimnásticos ni
siquiera muy difíciles ni diferentes.
Para no encarnizarme pasaré a la parte musical, que fue
mejor aunque lejos de lo que esperaba. La labor del coro, que aquí tiene parte
importante, fue magnífica. La orquesta también sonó bien, pero la batuta de
Runnicles (recibido y despedido como si fuera un Solti) fue de lo más soso,
pesado y ni siquiera sensual o místico. Creo que nunca oí en teatro una
obertura y bacanal de tan escaso interés.
Si vamos a los cantantes, fue muy interesante el
pastorcito de Maureen McKay (no estoy siendo irónico, sino que celebro que no
hayan puesto a un niño del coro o a un contratenor como se usa en muchas
partes). Zeppenfeld es una voz espléndida, pero su Langrave Hermann parecía
pasar por ahí, y mucho más de fruncir el ceño o levantar un brazo no hacía.
Schager es de los pocos (si hay más de uno)
‘heldentenors’ que quedan, y es de agradecer su canto directo, generoso, que
lograba llegar al relato final como si fuera un juego de niños (dicen que
Strauss fastidiaba a los tenores porque les tenía manía, pero no sé si es el
que más o el único). Ahora bien, no le pidamos refinamientos expresivos ni
vocales (los agudos en piano del concertante del segundo acto salieron pero
hicieron añorar los trucos de Kaufmann, que por cierto ha frecuentado poquísimo
la parte).
Van den Heever es una voz sólida y bella: no sé si era
una velada no especialmente buena o si Strauss le está haciendo pagar un
precio, pero comenzó con un vibrato molesto que fue desapareciendo a medida que
pasaba el segundo acto, pero sólo en el tercero nos dio una buena
interpretación total.
Como se sabe, Venus es un rol más bien corto (para
niveles wagnerianos), pero que se las trae. Siempre he creído que no es para
mezzosopranos a menos que ésta sea un tipo Falcon (caso Grace Bumbry, para
poner un nombre). Gubanova sufrió lo suyo, y con su peluca rubia parecía sólo
una cortesía del protagonista decir que quería marcharse porque añoraba la luz
y el mundo humano.
Los secundarios estuvieron correctos, en particular el
interesante timbre de bajo de Le Bu (miembro del programa de perfeccionamiento
de jóvenes artistas) en Biterolf.
Y no, no me he olvidado de Wolfram von Eschenbach: es un
rol precioso y alguna vez lo han cantado barítonos liederistas con un cuerpo de
voz suficiente para hacerle justicia. Gerhaher no creo que sea el adecuado
porque, además de un timbre poco bello, acentúa una frase aquí, una palabra
allá, cambia de color en algunos momentos, y nunca podemos hablar de línea de
canto. Por suerte lo que hace mejor es su justamente famosa 'canción a la
estrella vespertina' del tercer acto, pero personalmente no quedará en mi
recuerdo.
Al final había bastante público, pero decididamente menos
que para Florencia en el Amazonas.
Mis recuerdos de la Tetralogía en tiempos de Levine (¿puedo nombrarlo?),
con cantantes si no todos extraordinarios muchos muy buenos, incluyen un Met
repleto y unos aplausos muy calibrados. Tal vez sea cierto que también aquí,
como en muchas otras partes, se aplaude todo igual. Al fin y al cabo si se ha
pagado una entrada (‘barata’ o no) no vamos a pensar que hemos hecho un mal
negocio y no nos hemos ‘divertido’ o ‘distraído’.
No es mi idea de qué debe ser la asistencia a un concierto u ópera, ni tampoco de qué puede considerarse cultura, pero seguramente mis muchos años permiten etiquetarme cómodamente dentro de los dinosaurios, y como dice mi compatriota Tita Merello en el tango Pipistrela: “y yo me dejo llamar; es mejor pasar por gila si una es viva de verdá”. A estas alturas uno nunca sabe si es la última vez que visita un teatro y me daría lástima que fuera esta mi despedida del Met.
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