España - Castilla y León

Escalada hacia el adagio

Samuel González Casado
martes, 26 de diciembre de 2023
Roberto González-Monjas © 2021 by Marco Borggreve Roberto González-Monjas © 2021 by Marco Borggreve
Valladolid, lunes, 18 de diciembre de 2023. Centro Cultural Miguel Delibes. Sala de cámara. Roberto González-Monjas, violín. Herbert Schuch, piano. Clara Schumann, C.: Tres romanzas, op 22. Johannes Brahms: Sonata para violín n.º 1 en sol mayor, op 18. Lili Boulanger: D’un matin de Printemps. Ludwig van Beethoven: Sonata para violín n.º 10 en sol mayor, op 96. Ocupación: 90 %.
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Estupendo concierto perteneciente al ciclo de Cámara del Centro Cultural Miguel Delibes, que contó con el violinista —hoy más conocido como director— Roberto González-Monjas y el pianista Herbert Schuch. El programa, de gran equilibrio, estaba claramente centrado en el Romanticismo alemán y dio pie para que estos artistas llegaran a un notable nivel de calidad interpretativa, con algunos momentos excelentes.

Lo primero que debe destacarse es la afinidad estilística entre los dos intérpretes, que se caracterizan por un discurso cálido, matizado, por el cincelado de frases de forma perpetuamente fluida, amplia y trabajada pero que a la vez resulta natural. En el mismo sentido, siempre hay un control que suena moderno, a lo que se une un insobornable equilibrio entre ambos instrumentos; esto pone de manifiesto el respeto por la música por encima de cualquier tentación de predominancia violinística, que pudiera darse por sonido (estamos ante sonatas para violín) o por el especial reconocimiento que ha logrado González-Monjas, máxime en su ciudad natal.

El violinista comenzó algo frío en las Tres romanzas de Clara Schumann, con falta de afinación de la zona central, aunque en la tercera ya se le percibió más suelto. Hubo algunas imprecisiones por parte de González-Monjas durante todo el concierto, sobre todo en escalas descendentes y en finales en forte de algunas frases, susceptibles de mayor control. Asimismo, algunas notas de transición podrían haberse trabajado para lograr efectos más redondos en la Sonata n.º 1 de Brahms, que sin embargo ya alcanzó cotas excelsas en el Adagio, una cumbre de sensibilidad y riqueza discursiva por parte de ambos músicos —de concepto muy liederístico por parte del violín—, y un auténtico monumento al fraseo que se repetiría, incluso con mayor perfección, en el Adagio expressivo de la n.º 10 de Beethoven.

De hecho, en la segunda parte continuaron la virtudes descritas más arriba, pero además mejoraron las prestaciones técnicas: Schuch moderó algún exceso en el volumen de algunas descargas, tampoco molestas en Brahms pero quizá algo vistosas respecto al matizado trabajo de planificación. Ambos sonaron impecables en D’un matin de printemps, de Lili Boulanger, que de alguna manera aportó un aire más desinhibido a la velada.

Y, como he apuntado, se recreó de forma maestra la Sonata n.º 10 de Beethoven, que tiene partes de exposición realmente difíciles (todos sabemos por qué Beethoven es siempre un compromiso para el violín) y que igualmente implica una coordinación entre ambos músicos donde se hace evidente cualquier fallo. Herbert Schuch lució gran capacidad para el color y para resaltar, con delicadeza pero sin timidez, los pasajes más íntimos. Logró, así, transmitir todo tipo de información sin descanso, incluso desde lo minúsculo. Roberto González-Monjas subió la apuesta y convirtió la sonata en un auténtico ejercicio de estilo, repleto de sutileza y de algo parecido a la nostalgia. La forma en que este violinista imbrica los pequeños matices en estructuras que se superponen es un ejemplo de cómo se debe hacer música de cámara. Debo reconocer que hacía mucho que no disfrutaba tanto con Beethoven.

La gran cantidad de público asistente puso de manifiesto la expectación creada, y la ovación final atestiguó que se vio cumplida con creces. El programa de mano, con un pequeño estudio explicativo (se agradece su existencia) y con los habituales errores ortográficos, me pareció una anécdota en este entorno de maravillas musicales. Un lunes prenavideño tampoco parece el día más adecuado para el concierto, y aun así el público respondió. 

Las dos propinas, una kreisleriana (Fritz Kreisler es un compositor e intérprete especialmente querido por González-Monjas) y otra navideña cerraron muy convenientemente un programa en el que brilló una forma comprometida de hacer música.

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