España - Castilla y León
La diferencia es Chan
Samuel González Casado
El concierto prenavideño de la
OSCyL, concretamente el programa n.º 6, elevó mucho el nivel respecto a los que
yo he podido escuchar esta temporada. La principal causante, claro está, fue
Elim Chan, que ya había transmitido grandes sensaciones en su anterior visita y
en esta confirmó que es capaz de controlar la orquesta de una manera muy
productiva.
De hecho, todas las familias
sonaron realmente disciplinadas en El pájaro de fuego, obra complicada
en cuanto a lograr una claridad que evite que determinados pasajes se
conviertan en un caos. El impulso rítmico y el rigor en los tempi son
esenciales en Chan, que está muy atenta a cualquier desliz en este sentido y lo
rectifica inmediatamente. Este buen hacer es la base para lo demás, ya que
prácticamente todo es audible y el trabajo con texturas, timbres y dinámicas se
percibe en todo su esplendor.
Además, hay una entrega muy
especial por parte de la directora que evidentemente se transmite a la orquesta
y deja ver que trabajar con ella es una ocasión especial. En este sentido
destaca la delicadeza de los números iniciales del ballet y la paulatina
tensión que adquiere según se desarrolla la trama, percibida incluso en las
partes más cantábiles y descargada en sus dos culminaciones: la danza infernal,
la más contundente y a la vez más inteligente que he escuchado en directo
gracias a una estupenda alternancia tensión-distensión, y el apoteósico final,
impecablemente planificado y nada efectista, que hizo enloquecer al público. La
presencia de jóvenes músicos gracias a un proyecto educativo completó la enorme
plantilla sin especiales consecuencias, aunque el público aplaudió
especialmente cuando la directora les hizo saludar.
La primera parte había volado a
niveles similares gracias a la segunda obra de Anna Clyne que se escucha esta
temporada. This Midnight Hour está dentro de su producción más
interpretada y, aunque carece de la increíble capacidad para sugerir subtextos
de Glasslands, es atractiva por rendir varios homenajes y original
gracias al enfoque que hace de los textos de los que parte, uno de Juan Ramón
Jiménez y otro de Charles Baudelaire: Wagner, el vals y la música tradicional
se dan la mano de forma sorprendente pero bien trabada en una sucesión de
potentes (más que dramáticas) imágenes. La cuerda grave, protagonista de gran
parte de la obra, sonó entregada, y la transparencia, de nuevo, fue
irreprochable.
Por su parte, Alexei Volodin, en
sustitución de la anunciada Polina Leschenko (es el año de las sustituciones),
se lució en una versión muy personal del Concierto para piano n.º 1 de
Liszt: el pianista petersburgués esencialmente contrastó una reflexividad más
extrovertida que íntima con su asombrosa técnica. El resultado fue una versión
que quizá no haya sido del agrado de todo el mundo, pero que realmente aportó
bastante aire fresco, máxime cuando, una vez más, la orquesta se desempeñó con
una calidad, y equilibrio respecto al solista, que solo directores de la
maestría de Chan son capaces de provocar.
Las notas al programa, bien documentadas e interesantes, hubieran estado por encima del nivel habitual si no fuera por la dejadez editorial de siempre, ayuna de responsabilidad pública (en la página 8 contabilicé tres errores ortográficos en seis palabras consecutivas). Por lo demás, un concierto fantástico que, al igual que ha ocurrido con el fichaje de Clyne como compositora en residencia, denota buen criterio a la hora de escoger la asociación con Chan, que aún dirigirá un concierto más esta temporada.
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