España - Madrid

Lise Davidsen, hechos consumados

Germán García Tomás
lunes, 15 de enero de 2024
Lise Davidsen © 2022 by Javier del Real Lise Davidsen © 2022 by Javier del Real
Madrid, domingo, 7 de enero de 2024. Teatro Real. Lise Davidson (soprano), Elissa Pfaender (mezzosoprano). Orquesta Titular del Teatro Real. José Miguel Pérez-Sierra (director). Obras de Giuseppe Verdi y Richard Strauss. Festival 'Heroínas de la Ópera'
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La incombustible soprano Lise Davidsen (Stokke, 1987) ha sido la protagonista del segundo concierto dentro del festival Heroínas de la Ópera que ha organizado el Teatro Real para dar la bienvenida a 2024. Este sí era un concierto al uso respecto a la actuación de la víspera con Sondra Radvanovsky dando vida a las reinas de Donizetti. Segunda ocasión además que la artista noruega visitaba el escenario del coliseo de la Plaza de Oriente, pues la última vez tuvo lugar hace casi justo un año, en enero de 2022, cuando -oh dioses del Walhalla- pudimos disfrutar de su voz de otra época legendaria en el memorable recital con canciones de Grieg, Wagner y Strauss que efectuó junto al pianista Leif Ove Andsnes. 

Verdi y Strauss eran los dos caballos de batalla que la cantante nórdica convocaba en cada una de las partes de esta cita con orquesta bajo la batuta de José Miguel Pérez-Sierra, un excelente director muy versado en lírica -tan acostumbrados que estamos a verle en el Teatro de la Zarzuela- que cuida cada detalle hasta el extremo. En el terreno verdiano dirigió una vigorosa obertura de I vespri siciliani muy contrastada entre planos dinámicos, extrayendo un primoroso sonido a la sección de chelos, así como la muy poco frecuentada música de ballet del acto segundo de Otello para su reestreno en la Ópera de París en 1894 con una obligada pieza danzable, que es todo un dechado de exotismo pero que por otro lado rompe un tanto la continuidad músico-teatral en dicho acto. En Strauss, el maestro madrileño brindó una muy colorista 'Danza de los siete velos' de Salomé nada exenta de fiereza tímbrica y rítmica. Entre el despliegue de percusión y metal, magníficas resultaron de nuevo las prestaciones de la cuerda en el tema más lírico de esta soberbia página, un poema sinfónico en miniatura del genio bávaro. 

Dos universos operísticos enfrentados que han servido para evidenciar una vez más todas las cualidades canoras que atesora la cantante nórdica como una de las mejores sopranos dramáticas del mundo en el momento presente y que siguen asombrando al respetable como quedó de manifiesto esa noche. El caso Davidsen es digno de estudio, pues lo suyo no es una carrera artística prometedora, sino que ya es un hecho consolidado, lo suyo no es, siguiendo la terminología aristotélica, algo en potencia, sino que es puro acto. 

Como destacábamos entonces, vuelve a fascinar la potencia, el caudal sonoro, la proyección vocal, la amplitud del instrumento, que se desató nada más comenzar en la primera palabra del “Pace, pace mio Dio” de La forza del destino, un vibrante agudo que hizo disminuir hasta la mezza voce. Era inevitable, Davidsen nos ofreció una versión muy wagneriana de la célebre página verdiana, de su registro central sentida emoción expresiva. En la inquietante parte final del aria sus “maledizioni” fueron una auténtica sacudida, pues con un cambio de color grave llevó a la explosión del agudo conclusivo, que hizo prorrumpir al público en una enorme ovación con multitud de bravos. Más adelante, y con la acompañamiento del chelista solista, brindó el aria de Amelia  “Morrò, ma prima in grazia” de Un ballo in maschera que volvió a rozar el paroxismo al llegar el clímax del “mai più”. Era imposible no reparar en Birgit Nilsson escuchando a la Davidsen, su alter ego de la época actual. 

Pero el momento más impactante de la primera parte fue la extensa escena de Desdémona que abre el acto cuarto de Otello con la 'canción del sauce' y el 'Ave Maria', donde la noruega contó con las breves aportaciones de la mezzo Elissa Pfaender como Emilia, dignísima compañera que abandonó la sala compungida, tal era su identificación actoral, al comenzar la citada plegaria. Si había demostrado dulzura y carácter doliente en el aria precedente, aquí la interpretación fue aún mucho más intimista, con un “salice” que no obstante revistió de rotundos y enfáticos forte para recalcar los instantes más dramáticos de la narración que la consorte de Otello está contando a su dama de compañía. Delicada y conmovedora, su versión del 'Ave Maria' discurrió con emoción a flor de piel, empleando la media voz. 

En la segunda parte, Lise Davidsen se adentró en el repertorio que es su terreno natural, el germánico, para meterse en la piel no de una heroína –pues aquí sería errónea este calificativo- sino de toda una femme fatale, la princesa judía que se hizo expresión operística a través del ingenio straussiano, y que es un alargamiento de Wagner pero mucho más orgiástico y voluptuoso. Las grandes sopranos escandinavas del pasado revivían y eran invocadas en esta escena final de Salomé gracias a la robustez y expresividad canoras de la noruega, que consiguió poner los pelos de punta a través de un torrente vocal que se abría camino y desbordaba su pujante dramatismo entre el tupido ropaje de la orquesta, manteniéndose siempre en primer plano pese a las vibrantes acometidas de los tutti y el majestuoso tema amoroso repleto de lirismo que aparecía en la 'Danza' precedente. Al llegar a las frases finales, los graves sonoros y estremecedores invitaban a imaginarnos la perversión de la depravada princesa ante la cabeza del Bautista. 

Tan atronadora fue la aclamación que obtuvo la soprano de Stokke por parte del público madrileño que ella, siempre en actitud generosa y muy agradecida, ofreció dos bises: una exultante y apasionada versión de la entrada de Elisabeth en el acto segundo del Tannhäusser wagneriano y ese dechado de poesía cantada a media voz, la imprescindible Morgen de Richard Strauss, -ambas piezas incluidas en su disco de Decca dedicado a Wagner y Strauss con la dirección de Esa-Pekka Salonen- que sirvieron para coronar una velada que ha vuelto a encumbrar a Lise Davidsen como la soprano dramática del siglo XXI.

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